Kitty amaba mucho a sus cosas. Amaba su acogedora recámara, a su auto sport rojo y amarillo; también a su minigrabadora y a su collar de perlas. ¡Amaba más a sus cosas que a la gente! Por eso, sus cosas la empezaron a amar a ella.
A veces, las sábanas —que la querían tanto— no la dejaban levantarse. Se le pegaban al cuerpo, se le enredaban en las piernas, en la cintura, en los brazos. Otras ocasiones era el auto que no la quería soltar: el volante se le enredaba en las muñecas o el pedal la atrapaba de un tobillo. O la grabadora no quería dejar de reproducir su voz, aunque le sacara la pila.
De estos y de otros incidentes salió bien librada; hasta le divertían. Pero anoche acariciaba embelesada su hermoso collar de perlas y se lo colocó suavemente sobre el cuello. Y el collar —que la amaba tanto a su dueña— en un estremecimiento de júbilo, la degolló.
Amos Bustos Torres
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 509