Kitty y sus cosas

Kitty amaba mucho a sus cosas. Amaba su acogedora recámara, a su auto sport rojo y amarillo; también a su minigrabadora y a su collar de perlas. ¡Amaba más a sus cosas que a la gente! Por eso, sus cosas la empezaron a amar a ella.

A veces, las sábanas —que la querían tanto— no la dejaban levantarse. Se le pegaban al cuerpo, se le enredaban en las piernas, en la cintura, en los brazos. Otras ocasiones era el auto que no la quería soltar: el volante se le enredaba en las muñecas o el pedal la atrapaba de un tobillo. O la grabadora no quería dejar de reproducir su voz, aunque le sacara la pila.

De estos y de otros incidentes salió bien librada; hasta le divertían. Pero anoche acariciaba embelesada su hermoso collar de perlas y se lo colocó suavemente sobre el cuello. Y el collar —que la amaba tanto a su dueña— en un estremecimiento de júbilo, la degolló.

Amos Bustos Torres
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 509

Los hermanos

Despertaba y salía a saludar, de lejos, a su hermano gemelo que vivía enfrente, en una caverna como la suya; pasaban largas horas contemplándose, en la misma actitud, haciendo los mismos gestos, las mismas señas. Después se despedían y se retiraba cada uno a su refugio.

Pero un día, un enorme pterodáctilo se estrelló contra el gigantesco espejo, quebrándolo en mil pedazos que se regaron al pie de la montaña. A veces, entre los destellos que se elevan del abismo, le parece ver el rostro de su hermano.

Amós Bustos T.
No 71, Enero-Marzo 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 572

Cameramen

Sentados a la mesa, en la terraza, Helmut y Jack contemplan el mar y conversan. Helmut le muestra una foto y mientras Jack observa, Helmut evoca… Recuerda a Helmut, el nazi, arrastrándose penosamente sobre la quemante arena del Sahara. La sed le agobia; el sudor y la fatiga han tendido un velo translúcido sobre sus ojos; a través de él cree ver unas vagas sombras verdes. Se frota los ojos y entonces puede contemplar aquel hermoso oasis: la cristalina laguna parece dormir bajo la fresca sombra de las palmeras. Es el oasis más hermoso que ha visto en su vida. El hábito le hace enfocar la pequeña cámara y lo imprime. Después da un paso hacia el oasis. Otro paso. Uno más y cierra un momento sus extenuados ojos. El oasis aprovecha aquel parpadeo para evaporarse y el infeliz Helmut se queda nuevamente desamparado en medio de aquel infernal desierto. Horas después, la patrulla del inglés Jack lo encuentra, moribundo. Lo arresta y le salva la vida.

Ocho años después, Helmut y Jack —excelentes amigos—, observan la pequeña foto.

—¡Pero era un espejismo…!

—Seguro, Jack… seguro —murmura Helmut.

Amós Torres Bustos
No 79, Septiembre 1977-Marzo 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 617

El milagro

Alguien lo vio descender del monte. No comía, ni bebía, ni dormía; sólo nos miraba, siempre nos miraba con sus grandes ojos grises, sigiloso y triste. A veces la inquietud nos despertaba y lo veíamos a media pieza, silencioso, contemplándonos. Por eso lo aborrecimos y lo arrojamos al pozo seco. Después llenamos el pozo de piedras.
Una noche, mientras dormíamos, un maullido lastimero, como gemido de niño recién nacido, se regó por las calles del pueblo. Atravesó las paredes, entró a las casas, se subió a los catres, perforó nuestros oídos y rebotó dentro de nuestras cabezas, despertándonos. Desde entonces oímos, porque antes, todos los del pueblo éramos sordos.

Amós Bustos T.
No 70, Julio-Diciembre 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 449

Los microsabios

En cierto lugar del universo existe un planeta habitado por seres tan gigantescos, que nuestro mundo cabría varios millones de veces en la palma de la mano de un de ellos. Pero sólo viven cien años, cuando más. Por eso no han podido descubrir el secreto que nosotros conocemos y que nos permite ser inmortales, a pesar de estar tan chisgarabitos.

Amós Bustos T.
No 70, Julio-Diciembre 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 434

In memoriam

“Viviste una larga vida y fuiste siempre fiel al principio de rechazar todas aquellas ideas que no pudieses poner en práctica. Por eso disfrutaste de grandes placeres, acumulaste inmensas riquezas y asimilaste toda la sabiduría humana. Sin embargo, al final de tu carrera descubriste que, muy a tu pesar, no habías realizado todo lo que habías pensado. Había placeres que nunca disfrutarías, riquezas que nunca poseerías y misterios que jamás desentrañarías. Llegaste a la conclusión de que la única idea que podías realizar cabalmente, era la de tu propia destrucción. Y te suicidaste.
Tu ejemplo es nuestra guía y nuestra máxima aspiración es alcanzar las alturas que tú alcanzaste. Y mientras no estemos preparados para tomar la sublime decisión que tú tomaste, seguirás viviendo en nuestros corazones”

Amós Bustos T.
No 70, Julio-Diciembre 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 419

Una mala costumbre

En el Metro, el hombre se sienta junto a Irene y lee su libro. Ella, discretamente, trata de ver qué lee y se asombra al ver cómo letra tras letra, palabra tras palabra, frases enteras saltan a los ojos de aquel desconocido. Y conforme va leyendo, las hojas del libro quedan en blanco. Al sentir las miradas, el hombre fija sus ojos en ella.
Primero son los senos, luego las piernas, después la cara, hasta que la bella Irene desaparece por completo en lo profundo de las pupilas de aquel extraño.

Amós Bustos T.
No 70, Julio-Diciembre 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 373

La mujer ideal

Estacionó el automóvil a la orilla de la autopista. Descendió para descansar unos instantes, pues llevaba varias horas manejando y dirigió sus miradas a aquel hermoso paraje en el que destacaba un manantial de aguas cristalinas, al cual encaminó sus pasos. Nunca se imaginó que ahí, jugueteando en el agua, iba a encontrar a aquella bellísima mujer, luciendo toda su esplendorosa, divina desnudez.

Toda su vida había buscado, en vano, una mujer así y ahora, cuando ya había perdido las esperanzas de encontrarla, inesperadamente aparecía. Ahí estaba. Exactamente igual a la mujer de sus sueños: la mujer ideal.

Se enamoró de ella, la sedujo, se casaron. Pero no fueron felices porque el no era el hombre ideal.

Amós Bustos Torres
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 550

Voló, voló y…

Pasaba aquel extranjero frente a uno de tantos bazares de Calcuta y entró, atraído por la gran cantidad de objetos de toda clase que estaban en venta. Una hermosa lámpara de aceite, de estilo antiguo como la de Aladino, atrajo sus miradas; la levantó con cuidado y, distraídamente, la frotó. Entonces la tapa de la lámpara se movió y surgió un dedo ensortijado que le llamaba; acercó la lámpara a sus ojos sumamente intrigado y una voz, casi un susurro, le dijo:

“!Oh Amo! Me has llamado y debo salir, pero si lo hago, toda esa gente que te rodea se dará cuenta de que la lámpara que sostienen tus afortunadas manos, contiene un poderoso genio y el dueño del bazar no aceptaría nunca vendértela; por lo tanto, es más sensato que vayas y disimuladamente la compres”.

Así lo hizo. Corrió a su hotel y encerrándose, frotó ansiosamente la lámpara maravillosa y un imponente genio apareció ante sus asombrados ojos, el cual, con voz solemne y autoritaria le dijo:

“Estoy autorizado a concederte un deseo, pero sólo uno: así que piensa muy bien lo que vas a pedir, porque después regresaré a la lámpara y no volveré a salir hasta dentro de un milenio”.

Y como su máximo deseo había sido volar como las águilas, pidió que le concediera un par de poderosas alas que le permitieran remontarse a las alturas, a través de las blancas nubes y vagar entre el azul del cielo. Y helo ahí, convertido en la atracción principal del zoológico de Singapur.

Amós Bustos Torres
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 547

El experimento

Entonces se reunieron los más destacados genios de la Unión y construyeron un detector electrónico superarchirrecontrasensitivo. Hicieron muchos experimentos con personas que voluntariamente se sometieron a ellos. Grande fue su sorpresa —pues todos eran materialistas— cuando lograron detectar algo que al principio les pareció indefinido, vago, confuso. Sin embargo, después de laboriosos esfuerzos, pudieron captar nítidamente en cualquier persona eso, llamado desde tiempos inmemoriales, “alma”. El siguiente paso consistió en tratar de extirparla sin causar la muerte y cuando se sintieron capaces de hacerlo, escogieron cuidadosamente a la persona idónea para ello. La sometieron al tratamiento y el éxito fue rotundo: ¡lograron extirparle el alma! La enrollaron, la envolvieron en un papel especial previamente preparado y lo guardaron en la caja fuerte del laboratorio. Sin embargo, nadie supo cómo, pese a que se tomaron toda clase de medidas de seguridad, el alma escapó. Algunos aseguran haberla visto vagar por diferentes lugares.

Respecto al hombre sin alma, se convirtió en un gran estadista; gracias a ello ha desarrollado una brillante carrera política que lo ha llevado a ocupar actualmente la Presidencia de la URCSM (Unión de Repúblicas Confiadas en Sí Mismas), y dicen que está preparando un plan infalible para gobernar al mundo.

Amós Bustos Torres
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 525