EDMUNDO VALADÉS, SONORENSE MAREÑO[1]
Autor. Dámaso Murúa
Sucedió a fines de noviembre de este año, en el Museo Carrillo Gil de la Tenochtitlan City. El acontecimiento era simple y claro pero notable: celebrar los primeros cien números de la revista El Cuento que había dirigido desde siempre Edmundo Valadés. Anteriormente con ayuda de Juan Rulfo, Memo Giardinelli y ahora por la de Agustín Monreal y Juan Antonio Ascencio. Decir cien números de tal revista, en nuestro país, equivale a proeza no fácil de igualar. Un hombre de mar, que tuvo horizonte azul en su infancia guaymense, es el causante de este acontecimiento.
La mesa de los homenajes fue ocupada por José Agustín, José de la Colina, Marco Antonio Campos, Felipe Garrido y el mago de nuestra literatura cuentística. A Edmundo debemos muchísimos escritores mexicanos, consejo, apoyo y estímulos. Yo no puedo contarme fuera de su generosidad. Afortunadamente la reunión fue entrelazada, colectiva, y debido a ello pudimos saber muchos secretos de esta portentosa obra del sonorense escritor, autor del magistral cuento llamado “La muerte tiene permiso”.
Lo menos que dijo Pepe de la Colina fue que sus libros no serán muy conocidos, sus cuentos tal vez un poco menos, pero por el hecho de haberle publicado Edmundo Valadés algunos textos suyos en El Cuento, podía considerarse conocido no sólo en México, sino en toda Sudamérica. Porque por todo el Congo Sur, la revista es famosísima; se le considera el primer embajador mexicano de las letras. No hay escritor importante o menor que en los países sudamericanos, no la conozca.
Ante lo dicho por De la Colina, Marco Antonio Campos apuntó que él se consideraría desheredado y sin estímulo en las letras mexicanas, hasta que Edmundo Valadés algún día lo publique, y ojalá que sea pronto porque Campos es un escritor joven que nos brindará buenas cosas en el futuro. José Agustín, más novelista que cuentista, lamentó que Edmundo aún no lo haya incluido en ninguno de los 1500 cuentos que se han logrado publicar en la revista que celebrábamos en un ciento. Pero Agustín es un escritor tan talentoso, ya conocido, tan hecho den su personalidad inconfundible de escritor grande, que no le hace falta. Fue a la reunión porque el afecto por Edmundo Valadés se nos desparrama siempre. Edmundo es como un hermano mayor en esto de las letras mexicanas.
A medida que se desarrollaba esta asamblea literaria, no pude omitir el recuerdo de otro homenaje hecho a Valadés en otra galería de pintura, por las calles de Havre, cuando Juan Rulfo nos dijo a todos que si era escritor se lo debía a Valadés.
Carajo, en mi vida he escuchar elogio tan sincero y franco a favor de Valadés. El mejor cuentista de México, le estaba diciendo que era escritor por él, por sus consejos, por su amistad y sapiencia literarios. Pero también, ya en reflexión, creo que Rulfo no estaba diciendo mentiras ni elogios desmedidos. Edmundo es un grande de la literatura mexicana y de muchas partes del mundo. También es un maestro.
Entrando a la reunión, me topé con Ascencio, a quien yo confundí con Noé Jitrik cuando me lo presentaron, un argentino cuentista y de facha parecidísima a este jalisciense amigo. Antes de decirle buenas noches a Juan Antonio, me emplazó a recordarle el nombre de un cuento de mi libro El mineral de los Cauques (“Tengo ocho libros tuyos, ya sabes”), que no era otro que El héroe, el soldado cobarde y escuinapense que lo mataron con rifle de municiones; iba llorando como el soldado que consagró Daniel Santos en una cancionsona de aquellos tiempos. Juan Antonio fue testigo del premio que me dieron por “El Tiburón Larín”, en Puerto Vallarta, en el año de 1984. Hasta me aseguró que había salido en El Cuento; que lo había publicado Valadés. Fuimos a preguntarle a Edmundo si era cierto y me dijo que no, ya me reí, porque tanto Edmundo como yo, para esas cosas, tenemos memoria de elefante grande. A mí no se me habría podido pasar que me publicaran esa revista y no saberlo.
Porque, como José de la Colina, estoy en deuda con Edmundo Valadés. En el número 20 ó 25, me publicó el cuento de “El tigre ensillado” de mi libro El Güilo Mentiras, lindamente ilustrado; y en el número 60, el texto grande que yo llamé “En el tiempo”, un cuento bonito de las fiestas de toros en el sur de Sinaloa, donde narro que una mujer bellísima, Walfa llamada, por el recuerdo de sus axilas velludas, baja con una indicación de ojos a uno de sus admiradores a torear un toro cebú que le pone una paliza de órdago, reventándole un testículo con el testuz, porque la fiera no tenía cuernos. A Edmundo no se le olvida el tema, ni el Mentiroso tampoco. Por eso pude dirigirme casi pedante como si fuera hijo de la familia Valadés, a Marco Antonio Campos. Otros lloran por lo que a uno le sobra. Carajo, qué presumido me sentí esa noche.
Todavía me acerqué a José Agustín para confiarle mi fanatismo por sus letras y asegurarle, sin mentir, que lo leo siempre que publica un libro. Este escritor es de Guerrero, nacido en Acapulco y para mí que es de origen cambujo o saltapatrás, como calificaban a algunos mulatos los güeros españoles racistas. Además, tiene manos grandes, como de boxeador con KO. Gran amigo, sencillo y ñero, como decir “mi cuáis”, en Sinaloa.
Pepe de la Colina se quejó conmigo de la falta de notas por los libros de escritores mexicanos. Que los aprendices de crítica mexicana y literaria, parecen que viven en extranjía, porque sí hacen crónicas de Milán Kundera, Leonardo Sciascia, Chesterton y otros extranjeros, pero de los mexicanos ni una nota. Hay que esperar que se apiaden de nosotros, estos traidores de la cultura mexicana. Es cierto que hay pocos escritores mexicanos de gran calidad, pero que los hay, sin duda. Sergio Galindo ha publicado recientemente su libro importantísimo cuyo tema se desarrolla entre las ciudades de Jalapa y Orizaba. Además hay ya gente joven trabajando bien y con acierto. Pero la aclaración de De la colina, venía a cuento porque le di a uno de sus croniqueros, un ejemplar de la primera novela de José Luis Franco, un escritor novel pero bravo, de Mazatlán, que escribió sobre los amores fallidos de Angela Peralta y sobre el teatro que lleva su nombre, que ahora es una cueva de fantasmas marinos en el puerto sinaloense.
La reunión de marras me hizo reflexionar en el por qué Edmundo Valadés es como es. Seguramente su infancia la pasó enfrente de un espejo de mar, que no es lo mismo que pasarla frente a un espejo de rocas. El mar avivó la imaginación del niño y adolescente; lo tomó afectivo, porque Guaymas, en el tiempo de su vida, era un puerto muy generoso y no ha dejado de serlo.
De Sonora emigró un agricultor tosudo, sin mucha preparación, maestro que mataba presidentes y sueños, llamado Plutarco Elías Calles, el turco inmortal. Este turco es el autor de la primera estructura social y política más importante de nuestro país. También desde Huatabampo, se fajó los machos y tomó grado de general por sus pistolas, el Manco Obregón, Álvaro para su familia. Uno de los presidentes nacionales más astutos y canijos que ha tenido México. Tanto, que tuvieron que matarlo. Si el turco lo mató, o mandó matar, como dejó dicho a doña Elisa Beaven en Escuinapa, no quiero meterme en líos históricos. Pero ambos sonorenses, por no citar más, fueron hechura de las tierras y hábitat de esos rumbos. El desierto de Altar y el Golfo de California, producen hombres sensibles y constructivos, trabajadores y ladinos.
Cualquiera que vaya a Guaymas, ahora, en estos tiempos, en los muelles pesqueros, llegando al hotel Rubí, por ese rumbo podrá contemplar tres estatuas: las de Calles, De la Huerta y Abelardo Rodríguez. Los tres, presidentes de la República, que son de Sonora. Ahí, nomás le falta el Gordo Valenzuela… Para que dejemos de toser por nuestras presumidas pretensiones. Los sonorenses deveras que son gallos, como acostumbraba a decir Florencio Villa.
Pero también de Sonora, salieron tres maravillosas mujeres, tres repito, tres. Las más valientes, independientes y bonitas. Me refiero a María Félix, Silvia Pinal e Isela Vargas. La divina Isela, personaje femenino que la ilustró la portada de mi libro Amor en el Yanqui Stadium. Sobre las tres no necesito amontonar adjetivos, porque les sobran. Casi opacan a las otras tres nórdicas divinas del cine mundial: Heddy Lamar, Greta Garbo y Liv Ullman. Tengo razón en deducir cualidades por Edmundo Valadés, porque su tierra se las dio, y él supo desarrollarlas. Es un hombre que ha sabido estar en la altura de su talento.
Cuando vuela una gaviota frente a nosotros, besando al reventadero de las olas o paralizando sus alas en el centro del huevo azul, se nos da una lección inolvidable: el pájaro es uno de los animales más libres de la creación. Edmundo Valadés es un pájaro de mar, pero con la inteligencia orientada por el afecto a sus hermanos y a las letras escritas.
Que vengan otros cien ejemplares de la revista El Cuento, porque los escritores de habla hispana estamos muy orgullosos de esta publicación y de su autor, Edmundo Valadés, el tantas veces repetido y afamado sonorense.[2]
[1] Texto publicado en el libro “LAS MUJERES PRIMERO” de Dámaso Murúa el “Güilo Mentiras”
[2] Nota agregada: En Investigación a los hechos narrados por el “Güilo Mentiras” Dámaso Murúa en este artículo encontramos estos datos que sirvan para dar más precisión a lo leído en este artículo.
Dámaso Murúa Beltrán, fue publicado en: N°8, Caja de sorpresas, Pag. 55 Con el nombre: Fábula Escuinapense (Debe ser el mismo mencionado por él, como Tigreensillado). N°60 En el tiempo, Pag. 74
José Agustín fue publicado en: N° 23 Trayecto en el taxi Pag. 397, en el N° 53 Luz Aexterna Pag.77, en el N° 109-110 Cuentalia, respecto al libro: No hay cesura.
Marco Antonio Campos fue publicado en: el N° 93 María de sol, Pag. 623, Una fotografía con Eraclio Zepeda en pag. 604, En “ Ellos los escribieron” Pag. 606, en el N° 96 Caja de sorpresas. El canto de las sirenas Pag. 137, En el N° 113 Caja de sorpresas (3 cuentos) El pescado y la mujer Pag.35. Después del combate Pag. 69. En la cruz Pag. 113, en el N° 114-115 Caja de sorpresas, En un burdel de Atenas Pag. 171, en el N° 123 México 2 Bulgaria 0, Pag. 261 “Ellos los escribieron” Pag. XXX, y en el N° 127 Caja de sorpresas, DIE KLEINSTE FABEL Pag. 113.