El parto

La casa de los batracios era un remanso, una laguna, y los ojos abultados de los sapos recibían sin parpadeos los rayos de la luna llena.

Afuera, colgada de la rama de una ceiba, una perra rabiosa ahorcada en el crepúsculo era despedazada a garrotazos por las sombras.

Adentro, una mujer gritaba de dolor.

—¡Ay, ay, aaay! Ya no… nooooo.

Los sapos inflaban y desinflaban su abdomen, ampuloso y áspero.

El cuerpo de la parturienta estaba enjuto y pálido. Tenía las manos prendidas al cabello, los ojos desorbitados, los labios entreabiertos, los dientes blancos, las encías grises y secas como la ceniza.

Las ranas abrían y cerraban los ojos y la boca, al ritmo de su coro infernal.

—Listo. Ya, ya, ya. Ya pasó todo.

Una mujer vestida de negro levantó una de sus manos; sostuvo en el aire, sujetándolo de las piernas, una criatura con la cabeza hacia abajo y dijo satisfecha:

—¡Aarón! Antonia se murió, pero tu hijo vive.

El tronar de las teas de pino blanco que medio alumbraban el interior de la choza, se mezcló con el ulular del viento.

Aarón, hombre del campo, se levantó del rincón donde, silencioso, sudando frío, había permanecido en cuclillas, para acercarse al cadáver de su mujer. Al verla, se imaginó que ella soltaba una carcajada; se llevó las manos al rostro y las bajó lentamente para fijar la mirada sobre su hijo que tenía los ojos muy saltones, la boca grande, muy grande, y los dedos de sus manos unidos por una capa delgada.

—¡Mi hijo! —gritó Aarón, enloquecido.

La criatura abrió entonces la boca y dijo:

—Croac… croac…

 

Leopoldo Borras
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 106

El guaco

Chicomuselo, entre los ríos Tachinula y Yayagüita, tiene una fauna a cual más extraña: iguanas doradas que devoran rayos de sol desde la candente arena de las playas ribereñas; loros que una vez al año, en marzo, vuelan en parvadas y repiten frases obscenas; tucanes que al bañarse en los ríos los tiñen con los colores de su plumaje y monos saraguatos que se roban a los niños maleducados.

Allí conocí al Guaco.

Ya me lo habían advertido: “Si escuchas al Guaco, cállate y no respires si puedes, ni lo busques con la mirada; mantente quieto y piensa en otras cosas”.

Pero yo no pude concentrarme en algo distinto. Desde que salí de la Casa Grande para ir a pescar macabines (peces carnívoros) río arriba, pensé en Guaco.

“Es un pájaro, seguramente es un pájaro… o quién sabe qué será”, se explicaron antes de partir.

Todo el camino pensé en él. (Nunca lo hubiera hecho).

Antes de llegar al río escuché su voz: “Guaco, Guaco, Guaco”.

Me callé un momento, pero luego, respiré más aprisa y lo busqué ávidamente entre las ramas de los amates. Para descubrirlo imité su voz y grité: “Guaco, Guaco, Guaco”, hasta quedar tendido, inmóvil, a la orilla del río.

Son unos pájaros amarillos y tienen dientes diminutos y afilados en lugar de pico. Quien repite su nombre para imitarlos, se pudre por dentro en el mismo instante y emana un olor pestilente que los atrae por millares.

Uno de ellos se me paró en el entrecejo y pude ver como después de hundir sus dientecillos en mi piel, gritaba con su voz ronca: “Guaco, Guaco, Guaco”…

Leopoldo Borrás
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 277

La Danta

La Danta es un animal común en las selvas de Chiapas. Muchos cazadores lo han encontrado en su camino. Todos coinciden en lo mismo: es de tamaño descomunal y se asemeja al tapir. Es inofensivo, pero muchos cazadores se han muerto de miedo al verlo solamente.

Y es que se aparece de pronto en la vereda y su cuerpo bloquea el paso al caminante.

Los ojos de La Danta son fosforescentes, tanto que, si se les ve fijamente, causan ceguera en cuestión de segundos. Sus patas tienen una particularidad poco común en los animales de pezuña: no dejan huellas y por eso nadie ha podido cazarle.

Los más viejos indígenas de la región han aconsejado siempre que al encontrar una Danta en el camino no hay que verla a los ojos, ya que entonces desaparece en un instante.

Por eso, quienes le han visto y no han muerto de miedo, prefieren no contarlo.

Los incrédulos dicen que la Danta existe sólo en la imaginación.

Leopoldo Borrás
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 267

…de Leopoldo Borrás

COCOYOC, MORELOS, 9 de Julio de 2013

DE: POLO BORRÁS
PARA: ALFONSO PEDRAZA

Gracias amigo Alfonso por tomarme en cuenta.
Guardo una colección de la revista. Mi acercamiento al maestro Edmundo Valadés fue en Novedades del cual fuí corresponsal en Europa de 1961 a 1963 con sede en la antigua Yugoslavia. Ahí en Novedades lo conocí, pero no fue sino hasta después de haber regresado de ese viaje cuando lo traté ya que reanudé y terminé la licenciatura en periodismo en la UNAM y me hice gran amigo del maestro Henrique González Casanova, fundador también de la revista El Cuento y de la Gaceta de la UNAM. El me dirigió la tesis con la que me gradué en la ahora Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
En muchas conferencias, presentaciones de libros y reuniones bohemias nos encontrábamos y nuestro tema favorito eran los cuentos…y las mujeres bonitas, de preferencia también talentosas aunque esto último no era imprescindible. Cuando en el INJUVE (Instituto Nacional de la Juventud) tuvo su mejor época dirigido por mi gran amigo Enrique Soto Izquierdo (quien fue director del suplemento El Gallo Ilustrado del periódico El Día que era refugio de intelectuales), publicó mi primer libro en 1973 «Un Millón de Fantasmas, Alucinaciones y otros textos» que tuvo mucho éxito sobre todo por los cuentos muy cortos incluidos ahí y uno de ellos con el título de “Hipótesis Sobre la Creación del Universo” selló nuestro encuentro definitivo con el maestro Valadés.
Un día me llamó por teléfono para pedirme autorización de incluir uno de mis cuentos en esa a ANTOLOGÍA UNIVERSAL DEL CUENTO BREVÍSIMO (como él la llamaba) y yo me sentí en la gloria aunque sabía que era muy difícil superar a Tito Monterroso y su famoso Dinosaurio. El maestro Henrique, supo del asunto. Me felicitó y dijo que mi cuento aparecería solo con el nombre de “Hipótesis” y así fue publicado en El Cuento.
Actualmente vivo en Cocoyoc, Morelos. El teléfono de mi casa ya lo tienes y mi dirección electrónica es leopoldoborras@gmail.com y contesto todos los mensajes.
Te estoy enviando adjunto al presente texto todo lo que me solicitaste para la antología de cuentos escritos por quienes publicamos en nuestra amada revista “El CUENTO” en una época maravillosa durante la cual abrevamos en ella el amor a lo infinitamente pequeño.
La próxima semana te enviaré una copia escaneada del número de El Cuento en el cual se publicó. Por lo pronto te envío la portada de mi primer libro publicado por el INJUVE que luego formó parte de mi libro ”Cuentos Maravillosos” publicado por CONECULTA, CHIAPAS y al cual uní mi librito “La Puerta Invisible” que me publicó la UNAM, como los dos ríos de mi pueblo en Chiapas se unen para formar uno no de los principales afluentes del gran Río Grijalva que después de pasar por El Sumidero (tan imponente o más que el Cañon del Colorado) que desemboca en el Golfo de México para confundir su brillo con el del cosmos.
En Europa, Borges hizo escuela con su Zoología Fantástica y sus ficciones. Kafka, con El Proceso o Las Puertas de la Ley pero sobre todo con ese cuento breve que es “Metamorfosis”. Y Bashó. Y las tankas y haikús de la poesía japonesa. Y las Greguererías de Gregorio Gómez de la Serna. Y los albures y calambures mexicanos. Se encontrado así lugar a lo inconmensurable de la imaginación (que solo necesita unas dos o tres micras por cada suspiro). En ese tono publiqué también “Canto de Amor a unos Zapatos Viejos” que fue uno de los mayores éxitos de la Editorial Katún de la tan amada Consuelito Moreno, mi paisana.
En el Fondo de Cultura Mexicana lo rechazaron porque algún genio de su llamado consejo dictaminador adujo (tengo el texto original del documento al respecto) que no eran cuentos porque no eran largos ni tenían la estructura tradicional. Pero el maestro Valadés, me dijo alguna vez que le fascinaba el grado de exageración del final y por ello nombró «Exageraciones» a la sección de su célebre antología cuyo título ya es clásico: «El Libro de la Imaginación», del Fondo de Cultura Económica.
Mañana miércoles 10 de julio del 2013 viajo al D.F. y estaré invisible para mis cuates por ir a otros menesteres. Regreso a Cocoyoc el jueves en la tarde pero avísame en cuanto aparezcan publicados mis comentarios (he empalmado el anterior con éste). Por lo pronto te mando mi curriculum, algunas fotos y las portadas de algunas de mis obras que han tenido más éxito incluida la portada y la contraportada del primer librito en el que apareció mi «Hipótesis sobre la Creación del Universo» nombre que me gusta más que el de HIPÓTESIS.
Para quien lo lea, el juego consiste en que desde el principio se pueda preguntar cómo demonios en tan pocas líneas puede plantearse una hipótesis, de algo que sigue siendo el enigma de enigmas, sobre un acontecimiento cuya probabilidad es imposible calcular.
La hipótesis de que un demiurgo (palabra que como sabes, en griego quería decir algo así como un creador del creador para que éste último se encargara de mover un dedo y crear el mundo solo con dos palabras (y así poder escribir que primero fue el verbo, o sea la palabra que concreta hasta lo inimaginable) que en latín se pronuncia «Fiat Lux» ¡Hágase la luz”! y con un toque digital crear un hombre (¿Por qué no creo de una sola vez la pareja?) dedo que parece moverse en ese mural maravilloso de Miguel Ángel en la capilla Sixtina en Roma o más cercano, en el Hospicio Cabañas de Guadalajara en la obra conocida de nuestro gran demiurgo criollo José Clemente Orozco, creador de nuestro hombre envuelto en llamas como la niña que ví consumirse en mi cuentito durante la noche de la pesadilla con esa fiebre inconmensurable de recién nacida que era nada menos que ¡mi hija! quien, cuando desperté, estaba nadando en la tina en la que todavía flotaban los muchos hielos como lo aconsejó de urgencia el pediatra cuya voz obedecí casi como sonámbulo antes de volverme agua de la tibia corriente de mi amado Río de Yayagüita que según ha dicho mi paisano y brother Marco Aurelio Carballo “Es el Macondo de Leopoldo Borrás” en una entrevista que publicó hace algunos ayeres y del cual espero mandarte una copia escaneada de la misma. Recibe, amigo Alfonso, mi afecto. POLO BORRÁS ¡SIEMPRE!

Polo Borrás y Mario BenedettiMario Benedetti y Leopoldo Borras

Hipótesis

La gripe es una enfermedad peligrosa.

Yo conocí una niña en nochebuena, quien soportó la enfermedad sin quejarse.

Le subió la fiebre hasta más allá de lo inconmesurable.

Ardió su cuerpo, su ropa, la cama, la recámara, la casa, una manzana entera, su barrio, la ciudad…

Las llamas se extendieron a todo el universo que entonces comenzó a formarse como le conocemos hoy.

Leopoldo Borrás
No. 52, Abril 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 773

Leopoldo Borrás

Leopoldo Borrás

Leopoldo Borrás

Nació en Comitán, Chiapas (1941). Estudio periodismo en la UNAM, donde ha sido profesor desde 1972 y funcionario del área de prensa Asistió a un curso de especialización en el Instituto Yugoslavo de Periodismo (1961-63). Ha sido colaborador de El Diario de la Nación (1969), Novedades y Diario de la Tarde (1961-69), reportero de Notimex XEB, Televisa y el Canal Trece. Participó en la fundación de las revistas Ciencia y Desarrollo, Comunidad CONACYT. Colabora en diversas publicaciones de la capital y la provincia entre otras El Gallo Ilustrado, México en la Cultura y Geografía Universal. En 1993 realizo una serie de programas radiofónicos para indígenas de Chiapas y Guatemala Coautor de exposición narrativa (1974) y autor de cuento: Un millón de fantasmas (1974); poesía: Balada de amor y muerte (1980), Canto de amor a unos zapatos viejos (1985) y Poema ecológico (1993) y ensayo: Literatura}7 poder (1982), Historia del periodismo mexicano, Del ocaso porfirista al derecho de la información (1983), Comunicación rural. Teoría y Practica (1983) y Géneros periodísticos (1984).

Narrador y poeta. Estudió en el Instituto de Periodismo de Yugoslavia, y ciencias de la información en la UNAM. Ha sido profesor en la FCPyS de la UNAM; jefe del Departamento de Prensa del CONACyT; editor de México y sus Bosques; fundador de Ciencia y DesarrolloComunidad CONACyT y Conexión. Colaborador de ABC’S, Continente, Diario de la Tarde, El Gallo Ilustrado, Mañana, México en la Cultura, México y sus bosques, Novedades, Revista de América, Siete[1].

Obra publicada

Cuento: Un millón de fantasmas, INJUVE, 1973. || Exposición narrativa, FEM, 1974. ||Cuentos maravillosos, Gob. del Edo. de Chiapas/Coneculta Chiapas, 1999.

Poesía: Balada de amor y muerte, UNAM, 1980. || Canto de amor a unos zapatos viejos (Borrásforas y Poligorías), Katún, 1985. || Poema ecológico, Conaculta, 1993.

Periodismo: A mano armada: la delincuencia en la ciudad de México, UNAM, 1987[2].

La inversión

La inversión es un juego sano, porque permite conocer al hombre tal cual.

El primer paso es invertir un calcetín o una media.

Pueden jugarlo varias personas.

Luego, cada jugador se invierte a sí mismo, o uno a otro, utilizando para ello el intestino grueso y el esófago, en tal forma que las vísceras queden a la vista y al alcance de todas las aves de rapiña.

Leopoldo Borrás
No. 52, Abril 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 771