Azogue


Pobrecita Alicia. Aunque la razón te decía no puede ser, intuías que siempre es más fácil recordar las cosas que sucedieron la semana que viene, intuías que primero está la cárcel, después se dicta la sentencia condenatoria y por último se comete el crimen; intuías que la herida sangrante sólo sobreviene después del dolor, ¿Pero quién cree en la dichosa intuición femenina? Nadie, ni siquiera las mujeres. Sólo ahora estás segura de que no te equivocabas. Ahora: el día que cumples veinte años, cuando al levantarte vas a mirarte en la luna azogada del espejo y descubres, del otro lado, la imagen decrépita de una anciana que babea y te mira a su vez; ella te mira, la miras, las dos se miran y se ven y piensan que sí, que es cierto, que siempre es más fácil recordar las cosas que sucedieron la semana que viene, el mes que viene, el año que viene, el siglo que viene.

Eduardo Gudiño Kieffer
No 70, Julio-Diciembre 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 405

Casa di Amore e Psyche


Pero qué maravilla, qué maravilla, decía la señora norteamericana ensombrerada. Qué maravilla Ostia Antica, qué maravilla las ruinas, qué maravilla las columnas, qué maravilla el blanco resplandeciendo bajo el sol, qué maravilla, qué maravilla. Como la palabra maravilla describiera igualmente los sarcófagos, los hórreos, las termas, los templos. Qué maravilla. Qué maravilla todo. Qué maravilla todo menos la Casa di Amore e Psyche. Aquí la norteamericana se calla por completo. Su verborragia turística y monotemática desaparece. Las flores de su sombrero se marchitan. En la Casa di Amore e Psyche no hay lugar para las palabras. Qué maravilla.

Eduardo Gudiño Kieffer de “La hora de María y el pájaro de oro”
No. 72, Abril-Junio 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 667

Gallina


¡Como para no sorprenderse! Marta entró con una gallina negra debajo del brazo. Pero Marta, vos estás cada día más loca, para que traes esa gallina. Y Marta te respondió simplemente: hace mucho que no comemos gallina. Contra la lógica femenina no se puede hacer nada, pensaste, y sin embargo tu lógica masculina te obligó a decir hubiera sido mejor comprarla muerta, pelada y eviscerada, no cuentes conmigo para eso que tengo sueño y me voy a dormir. Y te fuiste a dormir y recién ahora, con doce campanadas lúgubres, te despertarás pensando quién va a matar a ese animal estúpido. Y te incorporás diciendo Marta, quien va a matar a ese animal estúpido. Pero Marta no está a tu lado. Marta, dónde te has metido, mujer. La luz de la luna llena entra por la ventana abierta de par en par. Te levantás para cerrarla y luego buscar a Marta en el interior de la casa pero no, no necesitarás buscarla porque allí, en el centro del jardín, entre las inocentes margaritas, está tu mujer degollando al ave temblorosa y alzándola muy alto para que la sangre caiga sobre sus párpados, sobre su frente, sobre sus mejillas, para que penetre entre sus labios entreabiertos, para que se deslice sobre su cuello, sobre sus hombros, sobre sus senos; allí está Marta cubriéndose de plumas negras, Marta primero canturreando e imitando torpemente un vuelo hacia cualquier parte, hacia todas partes, hacia ninguna parte, hacia un desconocido lejano sabbat del que no participarás nunca.

Eduardo Gudiño Kieffer, de “La hora de María y el pájaro de oro”
No. 72, Abril-Junio 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 651

Vaca


Dicen que tiene una mirada tonta pero no, no es así, los que dicen eso mienten o no saben ver: es una mirada serena, larga, dulcísima, esa mirada que carece de un color definido y que por eso mismo tiene todos los colores. Mirada bovina, sugieren algunos con un tonito peyorativo que es mejor ignorar o pasar por alto ya que uno sabe que en realidad son incapaces de comprender, y uno vuelve a casa todos los días para encontrar esa mirada que es vehículo y a la vez envoltura protectora, uno vuelve para sentirse consolado, calmado, sereno, alimentado; uno vuelve todos los días todos los días todos los días desde hace más de diez años; uno vuelve todos los días hasta que un día es el último día, cuando la mirada no está, ha desaparecido, se ha ido; cuando uno busca desesperadamente su calorcito acostumbrado y no lo encuentra, cuando uno empieza a sentir frío y al final, sobre la mesa de la luz, ve la carta y abre la carta y lee la carta y la carta dice ve voy con Carlos, por lo menos él me trata como a una mujer, no como a una vaca.

Eduardo Gudiño Kieffer de “La hora de María y el pájaro de oro”
No. 72, Abril-Junio 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 615

Eduardo Gudiño Kieffer

Eduardo Gudiño Kieffer

Yo nací junto conmigo el 2 de noviembre de 1935, en una ciudad que se llama Esperanza y que está en la provincia de Santa Fe, República Argentina.

Como te iba diciendo: yo nací junto conmigo. Somos algo así como gemelos. Aunque te confieso que yo no siempre me llevo demasiado bien conmigo, y conmigo no siempre se lleva demasiado bien con yo. ¡Qué lío! ¿Pero acaso tú estas siempre de acuerdo contigo? ¿No se te ocurre una cosa por un lado y exactamente lo contrario por otro? En fin, estas preguntas hay que hacérselas frente al espejo, porque conmigo (o contigo) es el que está del otro lado.

De todos modos, yo y conmigo coincidimos en muchas cosas. Por ejemplo: en el color del nombre de la ciudad donde nacimos. Esperanza. Es verde como los campos que la rodean, y en ciertas épocas dorado como los campos que la rodean. Y huele como los campos que la rodean. El papá y la mamá de yo y conmigo eran maestros de escuela. Los trasladaban a distintos lugares de la provincia. Así, además de Esperanza, vivimos en Centeno, en San Jerónimo Norte, en Villa Ocampo y en Reconquista.

Yo y conmigo también armonizamos en el hermoso recuerdo de las maestras que nos aguantaron en la escuela primaria; la señora Herminda Bouvier de Ciribé, la señora Juanita del Valle, la (entonces) señorita Beatriz Paravano Bielsa y la señora Isabel Heer de Beaugé. A todas las quisimos montones, y todas tienen la culpa de que yo y conmigo seamos escritores. Porque en lugar de decirnos “hay que dedicarse a una profesión lucrativa”, se dedicaron a fomentarnos el amor por las palabras, por la belleza, por la lectura, por los mitos y las leyendas, por la historia. Sí, ellas tienen la culpa. Y por eso tenernos que darles las gracias.

Pero también tienen la culpa nuestros padres que nos enseñaron que nada hay más lindo que leer y que poder expresarse escribiendo. Y esas adoradas tías, en cuya biblioteca descubrimos, a través de libros y libros, lo que un poeta francés llamado Paul Éluard resume en una sola frase: «Hay otros mundos, pero están en éste».

Yo y conmigo somos el mayor; después están mi hermana Marita que vive en Estados Unidos, Blanquita que vive en Santa Fe, Aixa que vive en Zapala (Neuquén) y Cristina que vive en Buenos Aires. Las nombramos porque yo estoy celoso de conmigo cuando pienso en ellas, y conmigo está celoso de yo cuando las recuerda. Aunque estamos separados, somos una familia. No hay distancias para los lazos de la sangre.

Hicimos el secundario en el Liceo Militar General Belgrano de Santa Fe. ¡Uy, ahí sí que nos peleamos! Yo quería irme, conmigo quería quedarse. Al final ganó él: cumplimos los cinco años y egresamos con el título de bachiller y subteniente de reserva (lo pongo en singular porque nos dieron un solo diploma para los dos).

Empezamos a estudiar derecho de mutuo acuerdo. A ninguno de los dos nos entusiasmaba demasiado, pero como se decía en ese entonces: “serás lo que debas ser o si no serás abogado”. Logramos recibirnos después de innumerables bostezos. Para entonces ya habíamos escrito entre ambos un poema a la madre. Pobre mamá, siempre creyó que tenía un solo hijo. No sé si alguna vez se dio cuenta de que había dos adentro de un solo cuerpo.
Por suerte yo y conmigo no tuvimos problemas sentimentales: nos enamoramos muchas veces de mentira y una sola de verdad. Nos casamos los dos con la misma chica y tenemos ahora tres muchachitos: Florencio, Nicolás y Agustín. Cuando los miro me pregunto: ¿serán tres o serán seis? Porque si en cada uno hay dos…

Después de vivir un tiempo en París decidimos no quedarnos en Santa Fe y venir a Buenos Aires. Y aquí la vocación literaria empezó a convertirse en carrera. En 1968 se publicó Para comerte mejor, un libro que trata de un tipo que tiene también a un yo y a un conmigo adentro, pero los llama de una manera que no te voy a contar ahora. En 1969 salió Fabulario, en 1970 Carta abierta a Buenos Aires violento, en 1972 Guía de Pecadores, en 1975 La hora de María y el Pájaro de Oro y Será por eso que la quiero tanto, en 1976 Kokah de lujo y en 1979 Medidas negras, peluca rubia. ¿Quién los escribió? ¿Yo o conmigo? Para ser sincero, creo que fueron obras en colaboración. (…) Lo que yo quería contarte aquí es quién soy. Ya ves: no estoy muy seguro. ¡Ni siquiera sé si esta autobiografía la escribe yo o si la escribe conmigo![1]

 

El rulo


Maqué Bonavena niqué nocauténico n´el sestorrún; mucha spetativa y despué puro amague, niún punietazo como la gente. Menomal qu´el segundo asalto stuvo mejor y el brasilero ledió con toda y el Ringo reasionó y le metió un isquierdún n´la jeta que bueno bueno; despué siguió n´el tersero bastante bien, el negro se las traía y encajó l´isquierda en cros y meta derecha demientra, pero Bonavena lo calsó coún gancho la mandíbula y ahí s´empesó ver lo qu´es bueno. N´el cuarto otro derechaso de Ringo y el brasilero buscó el blinch; n´el quinto ya noavia nada queaser: Pires quedo chomosca y al rincón y meta campana. Y Gómes dijo tonses que no seguía la pelea y subió l´médico y chamuyaron un cacho n´el rincón y a la final dijeron qu´era nocauténico de Bonavena n´el sestorrún.

Stá bien, yo no viá desir que no stá bien: el Ringo sabe peliar. Pero lo qu´es yo salí del Lunapar con una cosa quí n´la garganta y me fui a sentar n´un banco de la plaza Roma; despué me dí cuenta qu´era lástima, tenía lástima del brasilero, pobre negro, quedó más jetón de lo que lo iso su madre. N´hay caso, yo no sirvo pa estas cosas.

Eduardo Gudiño Kieffer
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 653