4— Taller de lectura en Voz alta, leerá textos de Edmundo Valadés en el Centro cultural Tercera Llamada. Aguascalientes. Con Jaime Adolfo Muñoz.

CENTRO CULTURAL TERCERA LLAMADA - AUDITORIOS AGS

3a llamada y jaime

Las sesiones de lectura en voz alta, se hacen los martes y jueves a las 6:00 de la tarde. El inicio es siempre más o menos igual, alguien llega primero y espera en alguna de las mesas de los dos patios que ocupa la cafetería. Por lo que, de manera informal, la reunión comienza en donde eligió sentarse el primero en llegar. Unos minutos después de las seis, nos pasamos al salón El arco, que se encuentra en el fondo de los patios. Ahí la conversación continúa diversa, aunque hay algunos temas que se han convertido en recurrentes. Los desamores de Isabel, ella insiste en platicar que su amor ya no va a verla, que de seguro tiene ya otras mujeres jóvenes. La genealogía que une a las familias de Juan Alfonso y Lula, que son primos en segundo grado y como ambos tienen excelente memoria, se pasan datos. El pleito de la comida en el cumpleaños del pastel, que cumplía años la comida en el pastel del pleito, de la comida del cumpleaños… Una dificultad con mil versiones, en donde, quienes pierden, son los ausentes del día. Luego de ello se pasa a lo más puntilloso del momento, el clima, el futbol, Peña Nieto, los precios y cualquier otra banalidad o asunto sin solución. Disfrutamos de estos momentos con risas. Luego propongo que comencemos, con un pequeño resumen de lo anterior. Todos los oyentes son adultos mayores, acostumbrados a la concentración de la lectura, pero que ya no la hacen por distintas razones fisiológicas, o porque es divertido el grupo. Normalmente leemos novela, y los comentarios se hacen al finalizar cada capítulo. Pero esta vez se comentaba cada cuento. La muerte tiene permiso, nos hizo recordar las autoridades nefastas que parecen ya, condición de todos los países en sus distintas épocas. Se alabó el uso del lenguaje tan apropiado a los personajes. Vieron a Sacramento y olieron a los sudorosos campesinos. En; Solo los sueños y las ilusiones son inmortales , palomita; les gustó el juego de palabras, la evidente búsqueda de decir de manera extraordinaria la historia, ell tema; la pasión del amor, que se repite en el cuento; Amor, pero desde el otro extremo de punto de vista y de intención, y que en ambos casos, arrancó más de un suspiro. En; todos se han ido a otro planeta, Roberto, que es ciego (no le gusta el término invidente) comentó que su condición muchas veces le hace sentir eso, que todos se fueron y que él está sólo en el planeta. Con excepción, claro está, de las sesiones de lectura en voz alta. El cuento con más cometarios fue; Se solicita un hada. Calificaron de sinvergüenza al protagonista por querer pecar sin remordimientos. Que era infantil esperar un hada. Que era honestidad juvenil, sobre todo al deseo de la mujer. Que era síntoma de madurez, recordar con precisión y verdad los momentos distintos de la vida. Pero todos estuvieron de acuerdo en la ternura del amor al padre. Por último, otros datos que deben ser importantes; nadie de los presentes había oído hablar de Edmundo Valadés, o al menos de momento no lo ubicaron. Algunas personas habían oído que existió la revista El Cuento, pero que nunca la compraron, y una de ellas, maestra, recordó que sí conocía ya; La muerte tiene permiso.

Taller de lectura en voz alta

Jaime Adolfo, además, fué publicado en el Heraldo de Aguascalientes con un texto homenaje al maestro Valadés «Vivir del cuento»

Vivir del cuento

 

Hoy es 30 de noviembre, hace 20 años murió Edmundo Valadés.  He decidido que en su memoria, haré el recorrido a pie que alguna vez hicimos juntos. Ese año fue invitado por el Instituto Cultural de Aguascalientes, a la feria del libro. Creo debió ser 1990. Lo invité a comer a mi casa y aceptó. Este domingo voy hasta la puerta de Casa de Cultura. E imagino que salimos y le indico que caminaremos a la izquierda. Pasamos por el costado de catedral, frente a la plaza. Le llamó  su atención la fachada del antiguo Hotel París. Hablábamos de Felipe San José, nuestro amigo en común, mi maestro y conductor del taller de creación literaria. Don Edmundo hacía la revista El Cuento, la más antigua en el mundo, especializada en cuento y era autor de varios libros, sin embargo era simpático el hecho de que nadie lo reconocía. Un señor bajito, de traje, si bien con aspecto formal, de un desenvolvimiento fresco. Una persona a gusto. Entramos al andador Juárez y comentó que le agradaba ese tipo de calles por la convivencia que permitía. Hoy vi un grupo de muchachas e imagine que Valadés las abordaba y las invitaba a escribir cuento. Dudo que él haya hecho eso, pero si sé que le gustaba encontrar mujeres que escribieran, con libertad de pensamiento, que incursionaran en el erotismo. Las muchachas rieron e imaginé que Edmundo carcajeaba con ellas. Él era norteño, sonorense, simpático, de mirada pícara. En aquel recuerdo, cuando ya llegábamos al Parían, volteo a hablarle y ¡oh sorpresa! ya no camina junto a mí. Lo veo que se fue por Allende y lo alcanzo, trato de decirle que no es por allí, pero me interrumpe “Mira ese perrito, es un caso muy peculiar, de seguro es una cruza de…” No recuerdo que razas me dijo, pero me quedó claro su cariño a los caninos y el conocimiento que de ellos tenía. Me señalaba la forma de caminar, la orejita, las manchas. Leía en él, su ascendencia, sus características, habilidades, sabía de esa perrita tantas cosas, con tan solo observarla.  Hoy no caminé por Allende, solo recordé que aquella ves seguimos un perrito y regresamos, subimos al Parián, tal vez ahí lo admiré tanto, por su sencillez, por la curiosidad que toda la  gente le provocaba, los observaba, no miraba los aparadores. Era evidente que no le interesaban las marcas, el estatus, lo vendible. Veía rostros, actitudes, creo que hacía algo más que ver gente, leía en las personas, las conocía y comprendía, sabía de ellas. Ahora, hoy que camino recordándolo, trato de ver algo más en ellas y entenderlas. Imaginé que le prestaba mis ojos a Don Edmundo para que viera. Así llegué frente a San Diego y vimos una vez más las campanas. Por algún detalle en el badajo, el faldón, me supo decir datos de cada campana, estilos, orígenes, materiales, formas de uso, propósitos. Cuanta cosa sabía. Apenas habíamos caminado cinco cuadras y ya me había enseñado distintas manera de leer. Y todavía no llegábamos a los libros, ni a los cuentos. Sus conocimientos eran una enciclopedia, pero su disciplina pensante era en la narrativa. Al llegar a mi casa y presentarle la familia, se sentó con mi padre a conversar, un campesino franco igual que él, que coincidían en la edad. Con Rosa María sucedió algo simpático, a ella le había leído “La muerte tiene permiso” en la playa, en las últimas vacaciones. Le pregunté si lo recordaba, y dijo que sí. Pues ese cuento es de él, ella primero pensó que le libro, y tardó en captar que él era el autor, entonces hasta enderezó su sentado. Edmundo dijo que, a la mejor, era buena idea vender libros en las albercas de los hoteles. Nos retratamos con él en la sala. Esas fotografías no las encuentro.

La revista El Cuento se vendía en Excélsior, cada que llegaba nos pasábamos el tip. Llegaban pocas y se terminaban rápido. En la sección de correspondencia, aparecen de Aguascalientes:  Lic. Salvador Gallardo Topete.  Mario Mora Barba. José Refugio Aguilera Nájera.  Carolina Castro Padilla. Germán Castro Ibarra. Ángel Dorea Grarroz. Martha Aurelia Alemán Hernández. Alejandro Pastrana S. y quien esto escribe. Muy al inicio de la vida de la revista, es felicitado por Eduardo Correa Jr.

A VEINTE AÑOS DE QUE LA MUERTE SE DIO EL PERMISO DE DEJARNOS SIN EDMUNDO VALADÉS

valades

Por Jaime Adolfo Muñoz Torres
Este extraño laberinto de testimonios y tiempos, obedece a la
búsqueda de datos sobre Edmundo Valadés y su revista,
que en su totalidad son extraídos de esta misma revista: El Cuento:

1984. A 20 años de la segunda temporada. En el Centro Cultural José Guadalupe Posada, en la culminación de las Jornadas de divulgación bibliográfica del Correo del Libro, en su boletín 54, con sesión dedicada a la revista El Cuento. Agustín Monsreal, Rafael Ramírez Heredia y Edmundo Valadés, charlaron con el público sobre la importancia que la revista ha tenido en nuestro medio literario. Valadés contó cómo junto con Horacio Quiroga en 1939, se le ocurrió la idea de editar una revista dedicada únicamente a la publicación de cuentos, género que a los dos apasionaba. Esta idea fue acogida y patrocinada por Regino Hernández Llergo y se editó por primera vez El Cuento. En su primer número, casi la mitad del material de la revista, recordó Valadés, procedía de traducciones que Quiñones había hecho.[1]

1939. Cuando Lázaro Cárdenas mudó la residencia oficial de Chapultepec a los Pinos y el arco de su-gestión se alargó de cuatro a seis años, surgió en México un periodismo nuevo. Lo trajo del norte don Regino Hernández Llergo. Compañeros de trabajo y de poca diferencia de edades, Horacio y Edmundo formaron amistad en su aprendizaje a la sombra de Don Regino. Ocasionalmente los interrogaba sobre sus proyectos como periodistas. Comenzaban a soñar despiertos su proyecto de publicitar una revista literaria. Querían compartir al mundo sus mejores lecturas.

—Ustedes dos pierden tanto tiempo con esa afición a los cuentos que me van a descuidar  el trabajo ¿Cuánto necesitan para su revista?

—Pues así al tanteo, calculamos unos mil pesos.

—¿Quién va a ser el director?

—Pues, si usted acepta, don Regino, sería un honor para nosotros.

—Muchas gracias, pero a mi no me sobra tiempo.

—Pues entonces, Horacio, o yo, o los dos, o un año cada uno.

—Los veo verdes. ¿En que oficina van a hacer su revista?

—Pues, en eso sí que no habíamos pensado.

—Pongan este domicilio y también los teléfonos ¿Quién va a administrar?

—Pues, nosotros mismos. Cuando tengamos qué.

—No, así no. Están desorganizados. Consíganse un gerente y pongan a Lucía como administradora.

El número uno salió en junio de 1939. Lo bautizaron “El Cuento. Los grandes cuentistas contemporáneos”. Editorial Relox. Directores: Edmundo Valadés-Horacio Quiñones. Oficinas generales: Vallarta Núm. 1. Teléfonos: Mexicana L-60-22 y Ericsson 2-85-64. Gerente: Luis Alcayde. Administradora: Lucía D. de Hernández Llergo. “$10.00 es lo que cuesta la suscripción anual de El Cuento, envíelos sin demora al apartado postal 10405, México, D.F. y obtendrá 12 números de la publicación más amena hecha en México. El número 2 llegó con la misma puntualidad que julio. En la tercera de forros un anuncio llamaba a los señores comerciantes a anunciarse en El Cuento. Esfuerzo inútil. No habría número seis. “Con eso de la guerra en el mar, el papel sueco y alemán que llegaba a México, ya no llegó”[2]

1964. La población de la capital se ha cuadruplicado, la televisión es dueña de la mayor parte del tiempo libre de quienes en 1939 leían. El amigo y coeditor Horacio Quiñones ha muerto. En la calle San Juan de Letrán, un tanto alejada del centro de la ciudad abrió librería don Andrés Zaplana, un tipo muy audaz, el primero que ha quitado el mostrador entre el cliente y los libros. El cliente puede tocarlos sin pedir permiso, mirar precios por sí mismo, hojear y ojear antes de decidirse a comprar. Hay tertulia. Don Andrés la anima.

— Oiga, Edmundo ¿Por qué no vuelve a hacer El Cuento?

—Pues mire usted, señor Zaplana, yo que más quisiera. He acariciado esa ilusión más que a las mujeres. Pero hace falta más dinero que con ellas.

—¿Le sirven tres mil pesos para empezar? … ¿Sirven cinco mil?… Aquí están diez mil pesos. No se hable más. Si es negocio me paga, y si no es lo olvidamos.

—Pues no sé qué decirle, señor Zaplana, pero ya me convenció usted. Se lo agradezco. Espero pagarle pronto.

En mayo de 1964 renace “El Cuento”. Publicación mensual. Director: Edmundo Valadés. Consejo editorial: Andrés Zaplana. Consejo de redacción: Gastón García Cantú, Henrique González Casanova y Juan Rulfo. Suscripción anual treinta pesos.

1995. La sección “Cartas y envíos” se convirtió en un taller de creación literaria por correspondencia. Y no son pocos los autores que han visto por primera vez sus trabajos en letra de imprenta en las páginas de El Cuento. Un camino de siembras, labor fecunda dejó don Edmundo a lo largo de 127 números de la revista, 1968 cuentos de una página o más. Y casi 3,000 de menos de una página.[3]

Su sección de cartas. Que trata de alentar o aconsejar a cuentistas espontáneos, inéditos o nuevos, que en mucho deciden escribir empujados por la lectura de la revista, y que envían sus primeros trabajos, se ha convertido en un taller abierto de cuento.[4]

Valadés, no como un mero recopilador de relatos, sino como un honesto transmisor de experiencias sustantivas, de indagaciones que dejan huellas perdurables, ha sabido combinar certeramente divulgación y estímulo, mezclando con laboriosidad y pericia, con rigurosa deliberación seleccionadora, las narraciones cortas más representativas de los grandes autores de todos los tiempos, con las de aquellos escritores jóvenes y desconocidos en su mayoría, que muestran determinadas cualidades en la práctica del oficio literario. El éxito de la revista se debe precisamente al talento con que han sido manejados sus contenidos. Y también otro rasgo de generosidad inusual, a que no necesita ser ahijado, compadre, sobrino, amigo, cómplice o lacayo de su director para publicar en ella. El Cuento no se reserva el derecho de admisión, no condiciona sus páginas al empleo de la dudosa corbata intelectual, no advierte que los faltos de consagración se abstengan de tocar a su puerta.

Otro acierto ha sido la publicación de escritos teóricos y de crítica literaria. Otro más, su concurso de El Cuento Breve, un hallazgo derivado de los recuadros dedicados a fragmentos, citas, aforismos que proporcionan una riqueza siempre sorpresiva y fluctuante a las páginas de la revista.[5]

1964. Aquellas lecturas me transportaron a un reino mucho más bello y amable de lo que era la Ciudad de los Palacios que empezaba a empuercarse con un aire negro y un vaho de conciencias podridas que lo asfixiaban a uno, a uno de provinciano, pues. “Tus dibujos le gustaron al señor de la revista. Quiere conocerte. Esta es la dirección: División del Norte 501, despacho 106” “Pase usted de la Torre. Si usted quisiera, ilustraríamos tres o cuatro cuentos por número, pero con un estilo diferente en cada uno, para darle cierta variedad ¿me entiende? Aquí le he escogido estos. Yo creo que con su pluma y su talento…” Ni tiempo de decirle que yo no era ilustrador; que apenas era monero, caricaturista. El estaba recortando y pegando galeras en hojas diseñadas como “caja” de El Cuento.

—Usted hace todo eso, don Edmundo?

—Pues sí, de la Torre. Un diseñador me cobra por hacerme este trabajo que yo he simplificado al máximo. Mire…

Y me fue explicando en qué consistía la elaboración de originales para la imprenta.

—Yo puedo hacer eso, don Edmund.

—¿De veras? Oiga, de la Torre, no sabe cuánto se lo agradecería. Por supuesto, cuente con una modesta remuneración. Pero si usted me ayuda a formar El Cuento yo podré leer y contestar mayor correspondencia…

Y así, sin saber formación o diseño, ni ser el dibujante que yo quisiera, apareció mi nombre en el directorio de El Cuento a partir del número 6. Formación y dibujo, Luis de la Torre.[6]

Valadés ejerce las funciones de hombre orquesta en la confección de la revista, o sea, Valadés diseña, forma las planas, selecciona ilustraciones, traza recuadros, corrige galeras y pruebas finas, compagina, arma, decide la portada, cuida la selección de color, lleva a la imprenta, trae de la imprenta, y luego recorre librerías para checar la distribución y cuando es necesario distribuye el mismo, y más luego, en sus ratos libres, lee la correspondencia de sus lectores de toda América y la contesta personalmente, siempre de una manera objetiva, precisa, amable, alentadora. Rasgo de generosidad, dicho sea entre paréntesis, que hasta donde sé no tiene el director de ninguna otra revista.

La historia de la revista El Cuento es la de un hombre que ama definitivamente a la literatura. El Cuento es su creador, su amante puntual y generoso, su artesano: Edmundo Valadés. Muchos hemos descubierto en sus páginas esos mundos mágicos que se nos enredan en el alma para siempre.[7]

La revista El Cuento y el maestro Edmundo Valadés ¿no son lo mismo una y otro, a fuerza de padre previsor y provisor e hijo bien mandado?[8]

Es cierto que su producción literaria es poca, pero también es verdad que un escritor de la exactitud de Valadés tiene por fuerza que ser un escritor de ritmo lento. Basta leer cualquiera de sus narraciones para darse cuenta de que no escribe a lo fácil, no describe: crea; no calca la realidad: la inventa, la transforma, la integra, morosa y amorosamente, pensando, pesando, midiendo la validez, la autenticidad, la credibilidad, la certidumbre de cada estructura, de cada atmósfera, de cada personaje, de cada diálogo, dotando a cada tema de su propia anécdota incanjeable, su propia temporalidad, su respiración propia, su propio vocabulario, amarrando severa, estrictamente cada uno de los elementos que componen el relato para que no haya la menor fisura, para que el lector no se encuentre de improviso con ningún desamparo, para que transcurra sin tropiezos desde la primera línea hasta el punto final.[9]

 

 

[1] N° 91, Pag. 338 (Editorial)

[2] N° 131 Pag. 15-18. Algo de historia sobre la revista El Cuento. Juan Antonio Ascencio.

[3] N° 131. Pag. 20-24 Algo de historia sobre la revista El Cuento. Juan Antonio Ascencio.

[4] Nº 109. Pag. III  Editorial.

[5] Nº  131 Pag. 10-11  El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

[6]  (6)Nº 131. Pag. 25-27 De amistad y lecturas con Edmundo Valadés. Luis de la Torre

[7] Nº 131 Pag. 9 El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

[8] Nº 111-112 Pag. XLII  Alejandro González Acosta. Academia Cubana de la Lengua

[9] Nº 131 Pag. 11-12  El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

Nota de las notas: Cabe mencionar que Edmundo Valadés realiza personalmente hasta el número 127, y deja inconcluso el 128, cuando la muerte lo sorprende. Por lo que antes de ellos, los datos sobre valadés se hacen de difícil pesca. No así sus amoríos que es la misma revista. Y el 131, es en sí un homenaje, que le hacen los mismos colaboradores.

Jaime Adolfo Muñoz Torres

Jaime y el cuento

Jaime Adolfo Muñoz Torres y su colección de El Cuento. Los tiene siempre a la mano,  entre su dormitorio y el WC, pues los revisa a diario.

 

El 27 de septiembre de 1958, ya muy noche, debió nacer, pero solo atinó a sacar su brazo derecho, él dice que porque el hombre debe ser tantiao, lo cierto es que la partera se asustó y en lugar de nacer en la cama donde habían nacido sus seis hermanos anteriores y que había levantado el pedido de los siete, fue a nacer a una clínica en donde lo voltearon y sacaron con fórceps, cosa que le dejó la cabeza boluda. Para entonces ya había comenzado el día 28. Sin embargo se llama Adolfo y no Cosme o Wenceslao.

Jaime significa: El que mete zancadilla. Adolfo: Lobo noble ¿Afán de equilibrio, tal vez?

Nació bajo la influencia de Libra, y sí, apenas la libra.

Es nacido en Aguascalientes, sus piernas miden 110 centímetros, con ese tamaño de pasos, debía ser un vago. Él dice que sí lo es, pero aún radica en su tierra natal, de la que casi no sale.

Estudió una carrera de ventas, pero nada vende, apoya a artistas.

Se casó y enviudó. Se volvió a casar y se divorció.

Fue bautizado en la fe católica y no va a misa los domingos.

Nació hombre y… sigue machín, eso sí, es admirador de shorcitos y escotes

Se siente guapo y manda su foto para el desengañe.

A sus 18 años, sufrió crisis de llanto, manos dormidas y dolores de cabeza, debido a que su sangre no llegaba a al cerebro con la suficiente presión. Trabajaba, estudiaba, era seleccionado en basquetbol, entrenaba fut bol americano, se ponía borracho en discotecas y no comía verduras ni empanizados porque no le gustaban. A los 25 años se recuperó de este mal.

Miope desde los 10, a los 25 recupera 3 dioptrías y a los 47, otra media.

Padeció de hipertensión y desgaste en las rodillas, ambas las erradicó haciendo teatro (2006) Nunca lo pensó así. Atinó, por casualidad.

Morirá a los 84 años, babeando delante de personas (que pena. Lo ha soñado) entre el 7 y el 27 de diciembre del 2042.

Postdata, a pesar de todo, es feliz, tiene cuatro hijos y tres nietas, aún cinco hermanos y su mamá.

Posdata dos: La cama en la que no nació, llegó a ser su cama, cuando sus padres la desecharon por vieja y guanga. Seis polines le dieron nueva macices. Ahora después de 70 años de uso, por fin la jubiló, convirtiéndola un librero y mesa de trabajo. La cama actual de Jaime (Mueran de envidia) es alta, de 1880, con patas torneadas y un águila en la cabecera. Bastante firme.

Posdata tres: Su platillo personal es; huevo estrellado, cocinado con la receta de huevo revuelto, más queso y totopos. Una delicia.[1]

[1] Semblanza enviada por el propio Jaime Adolfo Muñoz, vía e-mail

… de Jaime Adolfo Muñoz Torres

1989. el maestro Edmundo Valadés viene a Aguascalientes en Feria del libro. Es invitado por el Instituto Cultural. Nos habla del cuento y de El Cuento. Al terminar, como siempre, varias personas se acercan a preguntar, felicitar, o como yo, a hacer bola. El hecho es, le informan que su regreso a Ciudad México, se retrasa. No será a la una de la tarde, sino a las siete. Escucho eso y lo invito a comer a mi casa. No era yo un completo desconocido para él, ya me había visto en el grupo de Felipe San José. Sencilla y espontáneamente aceptó, así que me vi caminando con él, de Casa de Cultura, a mi casa. Tal vez siete cuadras. Elegí la ruta más turística, La Plaza, calles peatonales, el Parián. Era bajito de estatura, vestía traje con corbata. Ya en la calle nadie lo conoció, nadie lo abordaba, ni saludaba. Yo tan orgulloso que me sentía de caminar con él, pero era evidente que a nadie importábamos. Al voltear a decir algún comentario, ya no estaba a mi lado, ni cerca. Desapareció. Lo vi caminando allá por otra calle, al alcanzarlo me hizo fijarme en un perrito, sus orejas, las patas, las manchas, leía en él, de que razas era descendiente. No recuerdo de cuales mencionó, pero me quedó claro su conocimiento del tema canino y su gran cariño por los perros. Luego llegamos frente al templo de San Diego. Ahora la cátedra fue sobre las campanas, me hizo ver las formas de los badajos, que me fijara en las inscripciones, en los faldones, supe que tenía labio, hombro y pie, ya casi una persona. Por lo tanto, en cuentos, perros y campanas era una enciclopedia viviente, cuando menos esos tres temas, pero, apenas hacía cinco cuadras que caminábamos juntos. En casa, invitamos a todos, mis hermanos y padres. Como a Rosa María le había leído La muerte tiene permiso, un día en la playa, la sorprendí, le estaba presentando al autor. Don Edmundo platicó con todos, y un buen rato, feliz con mi padre, era un campesino simpático. Como siempre llega la hora de despedirse. Dejó dos libros con dedicatoria, que también las comparto con su mensaje
:

...de Jaime adolfo 1

En La muerte tienen permiso: Para Jaime Adolfo Muñoz Torres, deseándole todo éxito en el tránsito de mercurio a las masas narrativas, amistosamente. (Firma) Ags. 1989.

 

 

... de Jaime Adolfo 2

La del Sumario de la revista 109-110: Para Jaime y Amelia Muñoz, agradeciéndoles su gentil hospitalidad y haber convivido en el seno de su amable y unida familia. Con la amistad de (Firma)

 

 

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Jaime Adolfo Muñoz con la camisa comemorativa de 50 años de EL CUENTO

La puerta

Afuera de la oficina no había fila, eso me dio esperanza. Al tocar la puerta oí un ronco y sonoro “adelante”, el jefe de personal era grueso, maduro, pocas canas, elegante, con la cara cuadrada clásica de los gerentes. Sus preguntas fueron pocas, terminó diciéndome “muy bien, muy bien, me parece muy bien”, mientras anotaba algo en la parte trasera de mis papeles, ya me parecía oír “preséntese el lunes a trabajar”, pero no, mi impecable folder con solicitud escrita e inmejorables cartas de recomendación, fue a parar a un altero de cincuenta impecables folders. —“Ya puede ausentarse”. Creo que el gracias que di sonó aguado y desabrido. —“Por favor deje la puerta abiertita”. ¿Abiertita?… ¿será una clave?… ¿cuál es esta posición? Para que una puerta se pueda poner abiertita debe haber también, abierta y abiertota, luego sus contrarias serían; cerradita, cerrada y cerradota. Imaginándolas así:

Abiertota: Toda la hoja abatida.

Abierta: La hoja a medio abatir.

Abiertita: La hoja un poco abatida.

Cerradita: La hoja rozando el marco.

Cerrada: La hoja ya dentro de su marco.

Cerradota: Ya con cerrojo, pasador, cadena, tranca, seguro, sello. Clausurada, cancelada, Etcétera.

Me pareció correcto mi razonamiento, ya procedía a dejarla abiertita cuando recordé que algunos bancos, comercios, oficinas, restaurantes y hospitales, a una puerta cerrada le llaman abierta, hasta le ponen su letrerito. ABIERTO. ¿Entonces dónde quedan las posiciones intermedias abiertita y cerradita? En eso estaba cuando me dijo un tanto complaciente y cariñoso, el care cuadro. —“Por favor, deja ya esa puerta emparejada”. ¡Ahora es cuando! Inmediatamente empecé a buscar la falla, podía estar chueca, descuadrada, panda, colgada; estaba dispareja y yo la iba a arreglar.

Interrumpió mi análisis un medio desesperado —“Se puede retirar y deje esa puerta entreabierta”…¿Entreabierta? Tratando de acomodar la hoja pensaba. ¿Cómo sería entrecerrada o entreemparejada o entrecerradaabierta?

—¡Que se largue y deje ahí esa puerta!

—Huy que genio, si no me la quería llevar. ¿Cuándo encontraré alguien que aprecie mis facultades? Se la hubiera dejado un poco abierta y ya.

Jaime Adolfo Muñoz Torres
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 167

La niña

¡Si, eso es! ¿Cómo no lo había pensado antes? Yo gastando en médicos tras la solución, cuando lo que sucede es que la niña dejó de serlo y por eso está tan teñida de rojo. El equivocado del especialista seguirá insistiendo que fueron los lentes de contacto quienes me atrofiaron las glándulas lagrimales, dejándome los ojos propensos a irritaciones, ¡bah!

Jaime Adolfo Muñoz Torres
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 407