Las sesiones de lectura en voz alta, se hacen los martes y jueves a las 6:00 de la tarde. El inicio es siempre más o menos igual, alguien llega primero y espera en alguna de las mesas de los dos patios que ocupa la cafetería. Por lo que, de manera informal, la reunión comienza en donde eligió sentarse el primero en llegar. Unos minutos después de las seis, nos pasamos al salón El arco, que se encuentra en el fondo de los patios. Ahí la conversación continúa diversa, aunque hay algunos temas que se han convertido en recurrentes. Los desamores de Isabel, ella insiste en platicar que su amor ya no va a verla, que de seguro tiene ya otras mujeres jóvenes. La genealogía que une a las familias de Juan Alfonso y Lula, que son primos en segundo grado y como ambos tienen excelente memoria, se pasan datos. El pleito de la comida en el cumpleaños del pastel, que cumplía años la comida en el pastel del pleito, de la comida del cumpleaños… Una dificultad con mil versiones, en donde, quienes pierden, son los ausentes del día. Luego de ello se pasa a lo más puntilloso del momento, el clima, el futbol, Peña Nieto, los precios y cualquier otra banalidad o asunto sin solución. Disfrutamos de estos momentos con risas. Luego propongo que comencemos, con un pequeño resumen de lo anterior. Todos los oyentes son adultos mayores, acostumbrados a la concentración de la lectura, pero que ya no la hacen por distintas razones fisiológicas, o porque es divertido el grupo. Normalmente leemos novela, y los comentarios se hacen al finalizar cada capítulo. Pero esta vez se comentaba cada cuento. La muerte tiene permiso, nos hizo recordar las autoridades nefastas que parecen ya, condición de todos los países en sus distintas épocas. Se alabó el uso del lenguaje tan apropiado a los personajes. Vieron a Sacramento y olieron a los sudorosos campesinos. En; Solo los sueños y las ilusiones son inmortales , palomita; les gustó el juego de palabras, la evidente búsqueda de decir de manera extraordinaria la historia, ell tema; la pasión del amor, que se repite en el cuento; Amor, pero desde el otro extremo de punto de vista y de intención, y que en ambos casos, arrancó más de un suspiro. En; todos se han ido a otro planeta, Roberto, que es ciego (no le gusta el término invidente) comentó que su condición muchas veces le hace sentir eso, que todos se fueron y que él está sólo en el planeta. Con excepción, claro está, de las sesiones de lectura en voz alta. El cuento con más cometarios fue; Se solicita un hada. Calificaron de sinvergüenza al protagonista por querer pecar sin remordimientos. Que era infantil esperar un hada. Que era honestidad juvenil, sobre todo al deseo de la mujer. Que era síntoma de madurez, recordar con precisión y verdad los momentos distintos de la vida. Pero todos estuvieron de acuerdo en la ternura del amor al padre. Por último, otros datos que deben ser importantes; nadie de los presentes había oído hablar de Edmundo Valadés, o al menos de momento no lo ubicaron. Algunas personas habían oído que existió la revista El Cuento, pero que nunca la compraron, y una de ellas, maestra, recordó que sí conocía ya; La muerte tiene permiso.
Jaime Adolfo, además, fué publicado en el Heraldo de Aguascalientes con un texto homenaje al maestro Valadés «Vivir del cuento»
Hoy es 30 de noviembre, hace 20 años murió Edmundo Valadés. He decidido que en su memoria, haré el recorrido a pie que alguna vez hicimos juntos. Ese año fue invitado por el Instituto Cultural de Aguascalientes, a la feria del libro. Creo debió ser 1990. Lo invité a comer a mi casa y aceptó. Este domingo voy hasta la puerta de Casa de Cultura. E imagino que salimos y le indico que caminaremos a la izquierda. Pasamos por el costado de catedral, frente a la plaza. Le llamó su atención la fachada del antiguo Hotel París. Hablábamos de Felipe San José, nuestro amigo en común, mi maestro y conductor del taller de creación literaria. Don Edmundo hacía la revista El Cuento, la más antigua en el mundo, especializada en cuento y era autor de varios libros, sin embargo era simpático el hecho de que nadie lo reconocía. Un señor bajito, de traje, si bien con aspecto formal, de un desenvolvimiento fresco. Una persona a gusto. Entramos al andador Juárez y comentó que le agradaba ese tipo de calles por la convivencia que permitía. Hoy vi un grupo de muchachas e imagine que Valadés las abordaba y las invitaba a escribir cuento. Dudo que él haya hecho eso, pero si sé que le gustaba encontrar mujeres que escribieran, con libertad de pensamiento, que incursionaran en el erotismo. Las muchachas rieron e imaginé que Edmundo carcajeaba con ellas. Él era norteño, sonorense, simpático, de mirada pícara. En aquel recuerdo, cuando ya llegábamos al Parían, volteo a hablarle y ¡oh sorpresa! ya no camina junto a mí. Lo veo que se fue por Allende y lo alcanzo, trato de decirle que no es por allí, pero me interrumpe “Mira ese perrito, es un caso muy peculiar, de seguro es una cruza de…” No recuerdo que razas me dijo, pero me quedó claro su cariño a los caninos y el conocimiento que de ellos tenía. Me señalaba la forma de caminar, la orejita, las manchas. Leía en él, su ascendencia, sus características, habilidades, sabía de esa perrita tantas cosas, con tan solo observarla. Hoy no caminé por Allende, solo recordé que aquella ves seguimos un perrito y regresamos, subimos al Parián, tal vez ahí lo admiré tanto, por su sencillez, por la curiosidad que toda la gente le provocaba, los observaba, no miraba los aparadores. Era evidente que no le interesaban las marcas, el estatus, lo vendible. Veía rostros, actitudes, creo que hacía algo más que ver gente, leía en las personas, las conocía y comprendía, sabía de ellas. Ahora, hoy que camino recordándolo, trato de ver algo más en ellas y entenderlas. Imaginé que le prestaba mis ojos a Don Edmundo para que viera. Así llegué frente a San Diego y vimos una vez más las campanas. Por algún detalle en el badajo, el faldón, me supo decir datos de cada campana, estilos, orígenes, materiales, formas de uso, propósitos. Cuanta cosa sabía. Apenas habíamos caminado cinco cuadras y ya me había enseñado distintas manera de leer. Y todavía no llegábamos a los libros, ni a los cuentos. Sus conocimientos eran una enciclopedia, pero su disciplina pensante era en la narrativa. Al llegar a mi casa y presentarle la familia, se sentó con mi padre a conversar, un campesino franco igual que él, que coincidían en la edad. Con Rosa María sucedió algo simpático, a ella le había leído “La muerte tiene permiso” en la playa, en las últimas vacaciones. Le pregunté si lo recordaba, y dijo que sí. Pues ese cuento es de él, ella primero pensó que le libro, y tardó en captar que él era el autor, entonces hasta enderezó su sentado. Edmundo dijo que, a la mejor, era buena idea vender libros en las albercas de los hoteles. Nos retratamos con él en la sala. Esas fotografías no las encuentro.
La revista El Cuento se vendía en Excélsior, cada que llegaba nos pasábamos el tip. Llegaban pocas y se terminaban rápido. En la sección de correspondencia, aparecen de Aguascalientes: Lic. Salvador Gallardo Topete. Mario Mora Barba. José Refugio Aguilera Nájera. Carolina Castro Padilla. Germán Castro Ibarra. Ángel Dorea Grarroz. Martha Aurelia Alemán Hernández. Alejandro Pastrana S. y quien esto escribe. Muy al inicio de la vida de la revista, es felicitado por Eduardo Correa Jr.