Invitación

Pedro regresa a su casa con un compañero de trabajo, al que ha invitado a conocer a su joven esposa.

—Es acá —dice— entrá…

—Permiso—pide el educado compañero y ambos ingresan a un living.

De inmediato Pedro se queda tieso. El compañero nota su gesto de extrañeza.

—¿Pasa algo? —pregunta.

—No me vas a creer —dice Pedro—, pero ésta no es mi casa.

—¿Cómo que no? —el compañero está confundido.

Por una puerta aparece un anciano. Antes que diga nada, Pedro la ataja:

—Lo siento, lo siento, disculpe usted; se trata de un error, no quise entrar en esta casa.

Toma al compañero de un brazo y salen.

Pedro sigue disculpándose, ahora con el compañero, que no entiende nada. Luego dice:

—No te preocupes, me pasa dos por tres, pero ya le conozco la maña.

Toma el picaporte y golpea con firmeza la puerta varias veces, hasta que se oye un clic.

—Ahora sí —asegura—, entremos.

Entonces, ya con la puerta cerrada, vuelve a oírse su voz, que dice:

—Te presento a mi esposa…

Juan Romagnoli
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 126

Becus

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Mauro Alfredo es pensativo y huraño como un hombre mayor. Tiene la color cetrina y en sus ojos el fuego de la generosidad y del talento.

Es mi camarada entrañable; siempre, cuando el sol prende sus últimos rizos fulgurantes en la cresta de la montaña, nosotros jugamos en el arroyo.

Su madre, doña María Esther, que posee el gesto y la belleza de una gran señora, lo mima locamente y quiere adivinarle el pensamiento. Mauro Alfredo nunca pide nada.

—Becus , toma un confite.

Mauro Alfredo finge no escuchar, su madre ha comprendido.

—Becus, toma dos confites.

Mauro Alfredo va por los bombones y me da la mitad. Todo lo que tiene es para él y para mí.

Guillermo Jiménez
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 124

Urbana

Lo miro tendido en la cama, sus ojos cerrados, su cabello corto.

Es la una en el reloj del buró, tengo que irme.

Rocío sobre mi cuerpo un perfume barato, tomo mi bolso y los tacones para ponérmelos afuera.

No lo beso antes de salir, no quiero que despierte.

Camino hacia la avenida Revolución, muevo las caderas, prendo el primer cigarro.

En mi esquina tiro la colilla, la piso suavemente. Me acomodo el bra. Espero.

Dos de la mañana, quinto cigarro.

Un bochito se detiene. El conductor, de unos cuarenta, baja el vidrio, se empalaga con mis promesas.

Me lleva al hotel, cobro por adelantado y hago mi trabajo. Sólo eso, mi trabajo.

Cinco de la mañana, último cigarro de la cajetilla.

Vuelvo a casa después de otros dos clientes. Entro din hacer ruido, cansada, mi cartera llena del dinero que gané por él…

Suspiro aliviada, duerme.

—¿Mami? —me llama entre sueños.

—Aquí estoy cariño… -respondo en un murmullo, quitándome con ansiedad el maquillaje, antes que abra los ojos… y me vea.

Cecilia Magaña Chávez
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 122

Amistad

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Los amigos de mi pueblo odian a mis amigos del pueblo próximo.
Ayer encontraron en la siembra a mi mejor amigo del pueblo rival, y lo azotaron hasta que les cogió la noche.

Hallé a mi amigo al amanecer, bañado en sangre y en rocío, con los ojos abiertos entre las margaritas. Estreché su espalda deshecha contra mi corazón entristecido.

Y allá lejos, en el nacimiento de las lomas, salían del redil sus cabras, nube de plata en la púrpura del cielo, y mi amigo moribundo las vio y sonrió aún, hermoso como un destino voluntario.

Francisco Orozco Muñoz
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 117

Sin sombra de duda

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Durante el crudísimo invierno de hace seis años, un campesino vio un cuervo que aleteaba en lo alto, como si quisiera volar lejos, pero no avanzaba. La curiosidad del hombre creció cuando al amanecer, el cuervo seguía batiendo el aire inútilmente. Al tercer día, el pájaro seguía en las mismas. El campesino consultó a un veterinario y también a un socio del Club de Exagerados, quienes le dieron una explicación convincente: el tiempo había enfriado tanto que la sombra del cuervo quedó congelada. Cuando llegó el deshielo, el cuervo siguió su viaje.

Lowell Thomas
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 114

Salió bien

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El cirujano tranquilizaba al enfermo al que estaba a punto de operar.

—Todo va a salir bien. Cuente en voz alta hasta diez.

La anestesia surtió efectos. Pasó algún tiempo. El enfermo preguntó:

—¿Cómo salí, doctor?

—Amigo mío, no soy doctor. Soy un ángel.

Francisco Padrón
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 109

Nupcias

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Al día siguiente de su casamiento, Lord Byron recibió una carta del señor Davis, quien le preguntaba cómo había pasado la noche. Lord Byron contestó:
“A eso de las cuatro de la mañana me desperté. El fuego iluminaba las cortinas carmesíes de mi lecho, y creí hallarme en el infierno. Palpé lo que tenía a mi lado y vi que estaba todavía peor, al recordar que estaba casado.”

Lord Byron
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 108

Venganza

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Al entrar a mi cuarto de hotel, este sentimiento extraño: durante un viaje de negocios, un hombre llega, sin ninguna idea preconcebida, a una posada en lo salvaje. Y allí el silencio de la naturaleza, la sencillez del cuarto, la lejanía de todo, lo deciden a quedarse permanentemente, a cortar todo lazo con lo que ha sido su vida, y a no enviar a nadie noticias suyas.

Camus
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 92

Lanzamiento

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Un inglés compra una propiedad y toma posesión de ella. Encuentra fantasmas. Son los antiguos propietarios alineados junto a la estufa. Él les dice: ¡Idos!
Los fantasmas se niegan. El nuevo propietario sale a buscar un policía; después, a un ministro que les arroja agua bendita. Los fantasmas no quieren irse. Llega un abogado que le lee el documento de compra de la propiedad por el inglés. Los fantasmas se van.

Jules Renard
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 91

Obligación

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Un teniente del sexto de la Guardia que había recibido orden de hacer fuego se negó a ello porque la calle se encontraba llena de mujeres y niños. El coronel reiteró la orden y le amenazó con arrestarlo. El oficial cogió una pistola y se levantó la tapa de los sesos.

Alfredo de Vigny
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 86

Previsor

La carretera 84 al Este de Portland fue cerrada por un accidente múltiple y los vehículos formaron largas filas; un policía preguntaba en cada automóvil si alguien hablaba español. El policía me condujo a un camión de carga que había sido comprimido por el choque; un grupo de personas trataban de sacar al chofer aprisionado en la cabina.

El chofer agonizaba, tenía los ojos cerrados, apenas podía yo escuchar su voz y empezó a decirme que le quedaba poco tiempo de vida. Luego me pidió tres favores: el primero, avisar de su muerte a sus dos esposas, una vivía en Oregon y la otra en Michoacán; el segundo, recoger el dinero que había ahorrado por años y tenía escondido en varios lugares; el tercer favor, era entregar todo el dinero a la iglesia del Santo Niño de Atocha en Fresnillo.

—¿No sería mejor distribuir el dinero en partes iguales entre sus dos esposas? –propuse, buscando una repartición justa y práctica.

Por primera vez abrió los ojos y aumentó considerablemente el volumen de su voz, para decirme sus últimas palabras:

—¡No! Que no ve que ninguna de las dos va a poderme salvar del infierno, y el Santo Niño sí puede…

Ramón Claverán Alonso
No. 142, Enero-Marzo- 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 82