Dicha efímera

136-137 top   Golpea con fuerza el gastado azulejo imitando el sonido de miles de aplausos que envidiaría el más experimentado artista en su noche de estreno; canto libre y acompañado que emana de la flor de acero inoxidable plantada en la pared, toca mi cabeza convertida en húmeda materia, y peina mis oscurecidos y brillantes cabellos que caen pesados sobre la espalda. Me besa la frente, los ojos, los labios y acaricia cada centímetro de piel como el mejor de los amantes y yo me dejo arrullar en su cálido ambiente como un niño en los brazos de su madre. Momento sublime en que puedo cerrar los ojos y flotar en una nube de vapor, como un querubín de cuadro de iglesia, hasta que soy bruscamente arrancada de este excitante sueño por un ronco y entrecortado quejido. Miro hacia la pared donde mi pobre flor de acero inoxidable, ha perdido su brillante corola, busco desesperada las últimas gotas de cristal derretido que se escurren entre los dedos de mis pies y huyen a toda velocidad entre las rejillas de la coladera, al tiempo que mis ojos traducen mi rabia y desasosiego en otras cuentas transparentes y saladas. Un golpeteo en la puerta es la introducción de una voz aguda que me anuncia: la bomba del agua se ha descompuesto, nuevamente. Maldigo al plomero y me pregunto por qué la felicidad en todas sus formas es siempre tan efímera.

Raquel Granados Monroy
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 16