Últimamente se sentía raro. A veces pensaba en ello, pero la mayoría del tiempo no lo hacía. En la ocasión que narro, viajaba a bordo de mi automóvil y sentía como que yo no era yo. Por un momento desconocí el sitio… Seguramente es una nueva zona de la ciudad —pensé—. Las casas eran de color blanco y, al frente y a los lados tenían flores de todos tipos. Me interesé por saber en donde me encontraba, pero al buscar información, no vi un solo ser en aquella extraña colonia. Continué dando vueltas un poco estúpidamente, y a pesar de ir y venir en una y otra dirección, no logré salir de la ciudad de casas blancas, en donde a veces se colaban algunas pintadas de color negro… Oscureció… Miré mi reloj, y distraído, más bien sorprendido, comprobé la inmovilidad de sus manecillas. La desesperación y el miedo empezaron a aparecer en mí, lo confieso, hasta que por fin vislumbré una silueta, que suspendida, se desplazaba y se acercaba a mí. Para apresurar el encuentro, caminé hacia ella, y pronto vi que se trataba de un niño, casi un adolescente.
—¿Puedo serle útil? —preguntó.
—Si, pequeño, creo que sí —contesté—. Me encuentro extraviado y confuso. Durante mucho tiempo he buscado la salida, y como ves, la noche me ha alcanzado… ¿Qué horas son?…
—Exactamente las 26 acaban de dar —me contestó—.
No pregunté más. Él se deslizó a la inversa y le seguí…
Norberto Treviño García Manzo
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 655