Llaman…

¿Golpecitos en su ventana…? Despierta sobresaltado: ¿qué? ¿quién? Los ruidos cesan. Las cobijas amontonadas hacia la piesera se resisten pero al fin logra cubrirse nuevamente e intenta dormir. De pronto ve a la mujer que las últimas mañanas ha cruzado su camino. Él no ha encontrado la manera ni el valor para hablarle pero ha podido fijar sus rasgos, figura esbelta y grácil, sonrisa enigmática y, sobre todo, mirada entre dulce y lánguida que inspira fantásticos encuentros. Todo se hace más aparentemente por el color verde-gris de los ojos que aunque parecen distantes le son muy atrayentes. Repasa las facciones, los labios entreabiertos, el inferior carnoso y delicadamente prominente, como diciendo: ¡soy y quiero! ¿Y él?

Su respiración, pausada al principio, se hace rápida y profunda. La mujer se acerca, se magnifica y se vuelve palpable. La tersura de la piel se le adhiere a las palmas, la turgencia de las formas responde a su búsqueda, suaves vertientes, prominencias y oquedades se suceden voluptuosamente pero la cara… la cara no cambia, impasible la sonrisa y lejana la mirada. Sus manos se mueven solas, instintivas se encuentran, se frotan y como si otras manos las guiaran, lo alcanzan urgentes. Él la nombra, le dice cosas y reclama su atención, pero ella no parece darse cuenta.

Desconcertado llega apenas a un orgasmo vago y plañidero. Cansado, más no satisfecho, se lía en las cobijas y procura dormir, pero el color marino de los ojos se le viene encima vertiginosamente, le inunda el espacio y lo ahoga en la negrura de las pupilas dilatadísimas por la excitación… ¡golpean suavemente en su ventana del piso seis!

Daniel Vasconcelos
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 239