Borgiana

¿Es acaso Borges el que inútilmente trata de perpetuar el tiempo en esta líneas y esta habitación, su habitación de Buenos Aires de la calle Corrientes, y yo tan solo que sufre porque nadie lo cree?

Alfonso Quijada Urías
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 208

Homenaje a Silvio Ruiseñol (oboísta)

Silvio Ruiseñol, oboísta del “Latin Quarter”, tuvo la noche anterior a su muerte (accidental, dice La Prensa) una acalorada discusión con su mujer Evangelina Luna, sobre metempsicosis. Con esa discusión, una de tantas sobre un tema que fue obsesión casi toda su vida, Silvio Ruiseñol pretendió inútilmente disuadirla o llanamente iniciarla en el mundo sobrenatural.

Evangelina Luna, maestra inclinada a las ciencias exactas, hoy viuda inconsolable, no ha dejado —desde la muerte (misteriosa) de su esposo— de llevar agua y alpiste a ese extraño ruiseñor que desde entonces, parado en el almendro, no ha cesado de cantar.

Alfonso Quijada Urías
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 183

El vidente

Mucho he perdido de mi poder. En un tiempo bastaba una leve concentración y mi cabeza adquiría extrañas apariencias ; unas veces adquiría la forma de un huevo cuyo contenido era un devastador ejército de abejorros capaces de hartarse una ciudad… otras veces la de un pesado fardo con pequeñas compuertas que al abrirse desembocaban un mar de tiburones y peces salvajes. Nadie podía verme a esa hora excepto aquellos que en su decisión aceptaban las consecuencias interminables y oscuras de la muerte. Por esa y otras razones, que me limitaré describir, los ancianos decidieron vendarme los ojos y encerrarme como un topo en esta cueva.

Digo que he perdido poco a poco mi poder, aunque no acepto por razones de orgullo que sea el principio de mi fin, pero hay algo de cierto en mis sospechas. Por ejemplo un pájaro ha podido posarse tranquilamente en mi cabeza y hasta ha podido cantar una mañana entera sin sentirse torturado por la constante persecución de un pensamiento tras otro, y esto es mucho, ya que una idea cruzada en mi mente es como una guillotina hambrienta de cabezas. Otra de las razones que encuentro en mi contra es que puedo tocar una flor y hasta aspirarla, si me place, sin que por ello se marchite; pero hay sobre todo una razón para estar fuera de dudas y es que hoy vino mi madre y me ajustó una túnica, tomándome del cuello y hasta me ha besado y bailado frente a mí. Sin embargo nadie decide a quitarme la venda y en efecto ella cree como todas las madres de que soy bueno, tan convencida de que no abriga ninguna duda. Por lo que ha decidido tomarse la responsabilidad de quitarme la venda y sacarme de la cueva.

Alfonso Quijada-Urías
No. 76, Marzo-Abril 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 311

Muerte por agua


En el pueblo hay una casa desierta y en la casa desierta un pozo y en el pozo un agua que refleja el reflejo del espíritu del mal. Quien llega al pueblo va irremediablemente a la casa desierta, quien llega a la casa desierta se conduce al pozo, quien llega al pozo mira el agua y en su reflejo muere presa de la mirada del espíritu maligno.

Alfonso Quijada-Urías, en “Crisis”
No. 76, Marzo-Abril 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 260

Alfonso Quijada Urías

Alfonso Quijada Urías

Nació en Quezaltepeque, departamento de La Libertad, el 8 de diciembre de 1940. Poeta y narrador de gran influencia local y trascendencia latinoamericana. En noviembre de 1962, ganó el segundo lugar, compartido con David Escobar Galindo, en el II Certamen Cultural de la Asociación de Estudiantes de Humanidades de la Universidad de El Salvador. Al año siguiente, obtuvo el tercer premio de poesía en los Juegos Florales de Zacatecoluca y se hizo de otros galardones poéticos en los Juegos Florales de Usulután (1965) y Nueva San Salvador (1966).

En 1967, además de ganar el Primer Premio poético de los Juegos Florales de Quetzaltenango (Guatemala), se dio a conocer con varios de sus poemas en el volumen conjunto De aquí en adelante (San Salvador, Los cinco ediciones-La idea), publicado por él, Manlio Argueta, Roberto Armijo, Tirso Canales y José Roberto Cea.

Con sus obras Sagradas escrituras (1969) y El otro infierno (1970) logró menciones honoríficas en el certamen literario anual de Casa de las Américas (La Habana, Cuba), antes de hacerse con el máximo galardón en la primera Bienal de Poesía Latinoamericana (Panamá, 1971).Ha viajado a Nicaragua, México, Vancouver(Canadá), París, La Habana, Madrid, Moscú y New York.

Entre sus obras poéticas publicadas se encuentran Poemas (San Salvador, 1967), Los estados sobrenaturales y otros poemas (San Salvador, 1971, sobretiro de la revista La universidad), Reunión (antología, dedicada a su amigo Alfonso Hernández, México, Claves Latinoamericanas, 1992), Obscuro (San Salvador, Mazatli, 1997, impreso antes en la capital mexicana, en edición artesanal del autor), Gotas sobre una hoja de loto («conversiones» o traducciones de la poesía de Ryokan, Vancouver, Canadá, 1997), La esfera imaginaria (Vancouver, Ediciones Marginales, colección Disco Rayado, 1997), Es cara musa (San Salvador, DPI-CONCULTURA, 1997) y Toda razón dispersa (antología personal, San Salvador, DPI-CONCULTURA, 1998, 187 págs., con presentación de Luis Alvarenga). Este último libro reúne escritos redactados entre 1967 y 1993 e incluye poemarios como De este tiempo (1994) y Alteración del orden (1996).

Sus títulos de narrativa comprenden a Cuentos (San Salvador, 1971), Otras historias famosas (San Salvador, 1974), La fama infame del famoso a(pá)trida (San Salvador, 1979), Para mirarte mejor (antología personal, Tegucigalpa, Guaymuras, 1987, con palabras de Manlio Argueta), Gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia 1967-1991 (San Salvador, 1993) y Lujuria tropical (novela, San Salvador, 1996)[1].

 

La cantante del pueblo


Al pueblo habían llegado voces sórdidas y amaneradas, crooneres de domingo, tenores de sobresaliente papada, vedettes alcohólicas de voces arrastradas. Nadie que pusiera en su puesto la función y sacara de su asiento el auditorio y lo llevara a regiones insospechadas: desmayos, taquicardias, delirios, catarros de ilustre procedencia; sólo voces complacientes, estilistas de la canción, modistas, y truqueros de salón.

Como el pueblo era pequeño todos concurrían al salón, la velada era un pretexto para llegar a la cantina y amanecer borrachos. Era un pueblo de un conformismo insuperable; como se sabe, un día el burro echado en un pajar sopló una caña y se creyó cantante y llegó un día al extremo de cantar en un salón. Qué pueblo señor, sórdido entre los sórdidos…

Pero un domingo todo terminó. Una mujer venida de no sé donde se paró frente a la concurrencia de cerdos, chuchos e iguanodontes y comenzó a cantar, los borrachos continuaban borrachos sin advertir la presencia de la mujercita que seguía cantando sin parar, canción tras canción, como bala tras bala, hasta ganar a fuerza de insistir, atención, reparó en aquella voz que traspasaba la sombra, la misma sordidez.

La mujercita no paró de cantar sino hasta el amanecer, viendo cómo iban cayendo uno a uno los últimos sobrevivientes de aquel pueblo, atravesados por las balas de su voz.

Alfonso Quijada Urías
No 71, Enero-Marzo 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 566