Un pacto roto

Tocó la puerta por tercera ocasión. Yo dudaba entre ocultarme en el baño o enfrentarlo abiertamente; no me interesaba más el pacto. Tenía un boleto de tren para partir en la madrugada hacia Tierra Caliente.
A la cuarta llamada abrí con violencia y vi al quebrantahuesos : sus ojos, lejos de parecer amenazantes, imploraban. Me ofrecía el cuerpo laxo de una jovencita rubia, no mayor de quince años. ¡Ese cuerpo ya está maduro!, le grité cerrando la puerta de golpe. Corrí hasta la recámara, abrí la ventana, cogí la valija y me deslicé con dificultad por la tubería amarilla. Mientras intentaba alejarme por la solitaria calle, alcancé a escuchar al quebrantahuesos que chillaba golpeándose contra la puerta del pasillo.

Humberto Rivas
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 408

Las bandas paralelas

Nuestras bandas eran paralelas, pero nuestros horarios eran distintos: mientras yo avanzaba hacia el zepelín de las cuatro de la tarde, ella volvía a casa en el zepelín de los trabajadores que salían a las tres y media. En incontadas ocasiones nuestros ojos se habían encontrado, anhelantes. Aquella sombría tarde de verano, ella se decidió: sus labios se desprendieron de su hermosa boca y llegaron hasta los míos como pájaros blancos, aleteando suavemente. En el mismo instante ella cayó fulminada; de la ventana de su departamento había salido un rayo violeta que se insertó limpiamente en su nuca. Comenzaron a sonar las sirenas; todos en las bandas permanecimos quietos. Yo levanté la vista hacia la ventana, aún llevaba aquellos labios trémulos pegados a mi boca. Entonces lo vi: el Compañero Asignado de ella me miraba con ojos encendidos. Pronto llegarían los miembros de la guardia de Orden para los Trabajadores y se lo llevarían, quizás para siempre.

Humberto Rivas
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 19

Un pacto roto

Tocó a la puerta por tercera ocasión. Yo dudaba entre ocultarme en el baño o enfrentarlo abiertamente; no me interesaba más el pacto. Tenía un boleto de tren para partir en la madrugada hacia Tierra Caliente.
A la cuarta llamada abrí con violencia y vi al quebrantahuesos: sus ojos, lejos de parecer amenazantes, imploraban. Me ofrecía el cuerpo laxo de una jovencita rubia, no mayor de quince años. ¡Ese cuerpo ya está maduro!, le grité cerrando la puerta de golpe. Corrí hasta la recámara, abrí la ventana, cogí la valija y me deslicé con dificultad por la tubería amarilla. Mientras intentaba alejarme por la solitaria calle, alcancé a escuchar al quebrantahuesos que chillaba golpeándose contra la puerta del pasillo.
Humberto Rivas
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 661