Minerva lo vio bañarse a Antinoo, y quedó tan prendada de su belleza que, armada como suele estar, bajo del Olimpo para seducurlo, y tuvo la desdicha de que el hermoso mortal, no bien la vio, se convirtió en piedra. Subió inmediatamente a pedirle a Júpiter que lo restituyera; pero antes de que esto sucediera, un Escultor y un Crítico pasaron por allí.
—Este Apolo no me gusta —dijo el Escultor—: tiene el torso demasiado estrecho, y un brazo es más corto que el otro. La posición tampoco es natural, y me atrevo a decir inverosímil. ¡Ah! querido amigo, tendrá que ver mi estatua de Antinoo.
—A mi juicio —dijo el Crítico—, la figura es tolerablemente buena, aunque más bien etrusca, pero la expresión es sin duda toscana, y por lo tanto no responde a la realidad natural. A propósito ¿leyó usted mi obra sobre “La falacia de lo aparente en el arte”?
Ambose Bierce
No. 132, Enero – Marzo 1996
Tomo XXVI – Año XXXII
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