Aterrado por la idea de la muerte corrió a ocultarse tras la sombra de lo impenetrable, traspuso las barreras de su mundo, llegó a los límites de lo inexistente, jamás detenía su marcha, jamás escuchó las voces cansadas del fracaso, o los conmovedores cantos de la condescendencia.
Corrió tanto que sus pies se deshicieron, sus manos desaparecieron mezcladas en el viento, su rostro fue esparciéndose en la luz hasta que puso fin a todo y se sentó a reposar en las rocas del infierno.
Belinda Arteaga Castillo
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 571