La huida

Aterrado por la idea de la muerte corrió a ocultarse tras la sombra de lo impenetrable, traspuso las barreras de su mundo, llegó a los límites de lo inexistente, jamás detenía su marcha, jamás escuchó las voces cansadas del fracaso, o los conmovedores cantos de la condescendencia.

Corrió tanto que sus pies se deshicieron, sus manos desaparecieron mezcladas en el viento, su rostro fue esparciéndose en la luz hasta que puso fin a todo y se sentó a reposar en las rocas del infierno.

Belinda Arteaga Castillo
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 571

Reencuentro

—Señor, escúchame: estoy llorando de arrepentimiento, soy el demonio, permite que el amor de tu misericordia me exculpe, reconozco el error de la vanidad, dame cabida en tu benigno seno…

Y Dios condujo a la sombra del mal por entre los brillos del perdón.
En ese momento los dos se redujeron a nada y los hombres olvidaron el abismo de la fe.

Belinda Arteaga Castillo
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 553

La prostituta

El cigarro se apagó entre sus dedos tensos y melancólicos. La prostituta sacudió los recuerdos que la aligaban a la virginidad, a los días miserables y solitarios de parir rezos y contar miedos. Sonrió con la conformidad de los vencidos y los ojos miserables y violados mil veces relataron historias llenas de tristeza y odio. Fúnebres cuentos para niños malvados.

Recorrió la noche en busca del final, a través de mustios pasados. Sintió miedo de parecerse a la madre que jamás la besó, de tener en sus labios el sabor de otros tan bestiales como los de su padre o de merecer el amor de un hombre.

Un frío anhelo llenó su pecho, anidó en su vientre, fecundó sus manos. La navaja cortó inflexible los hilos de su vida, la sangre bañó su ropa, descendió por la calle, se mezcló con el agua y con la tierra, eternizó los núcleos de energía.

Cuando llegó el final la mujer-vacía-muñeca-rota-niña-estúpida tenía en los ojos un manantial de estrellas y en los labios una dulce y postrera identificación de dicha.

Belinda Arteaga Castillo
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 525