Gairroed, que como todos los gigantes se complacía en retar a los dioses, desafió a Thor un día que éste pasaba por la casa de aquél. Habiendo aceptado el desafío, fue recibido Thor en un amplio salón, para realizar la prueba.
Tomó Gairroed un pedazo de hierro al rojo de entre los muchos que había en su morada y, moldeándolo para darle forma de manzana, propuso a su invitado que compitieran en lanzamiento mutuo de la bola y que resultaría perdedor el primero que la dejase caer.
Aceptó Thor y, por cortesía, cedió a su anfitrión el primer tiro; pero éste, con intención de tumbar al dios para disponer de él y asesinarlo, lanzó la bola con fuerza indescriptible, cosa que no inmutó al invitado pues la atrapó fácilmente, gracias a sus guantes mágicos. El gigante, amedrentado, se escondió, se escondió detrás de un pilar de hierro para salvarse del contraataque; pero al devolver Thor la bola hízolo con tanta potencia que no sólo traspasó a la columna y a Gairroed sino que se llevó de encuentro los muros de roca viva y continuó hasta el infinito, en donde se quedó brillando para siempre.
Rafael Mendoza
No. 68, Enero-Marzo 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 151