Yo sólo buscaba un escritor, varios me fueron señalados. Entre ellos había contorsionistas y profetas, mayordomos, militantes y hombres que daban la hora cuando uno se las pedía. Todos eran simpáticos, secretamente serviles. Vivían de las palabras pero languidecían porque nadie tomaba en cuenta sus ideas. Uno de aquellos hombres, un alegre mercenario, me recomendó ir al panteón. Pero busqué en vano. Fui a desenterrar a un hombre y encontré un diccionario.
Adolfo Castañón
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 677