Contraseñas para un clásico


Yo sólo buscaba un escritor, varios me fueron señalados. Entre ellos había contorsionistas y profetas, mayordomos, militantes y hombres que daban la hora cuando uno se las pedía. Todos eran simpáticos, secretamente serviles. Vivían de las palabras pero languidecían porque nadie tomaba en cuenta sus ideas. Uno de aquellos hombres, un alegre mercenario, me recomendó ir al panteón. Pero busqué en vano. Fui a desenterrar a un hombre y encontré un diccionario.

Adolfo Castañón
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 677

Adolfo Castañón

Adolfo Castañón  nace en 1952 en México, pero es un pensador universal. En un sentido borgiano, se trata de un autor del gozo, pues según decía el ciego visionario «no hay placer más profundo que el que provoca el pensamiento». Aurelio Asián, asimismo, ha dicho: «Quizá no hay más puro escritor que Castañón, quizá no haya persona más esencialmente literaria que él. En Castañón, oralidad y literatura, pensamiento y expresión, intuición y sintaxis, surgen como simultánea profundidad y superficie». Cultivador de poesía, ensayo y crítica, entre su obra destaca La gruta tiene dos entradas (Paseos II), con la que obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura, La batalla perdurable y Alfonso Reyes: caballero de la voz errante. Toda sus escritos poseen el secreto de saber que la palabra es sagrada.

El hombre de las gelatinas

Cierto vendedor de gelatinas me comentó alguna vez: “Algunas personas van al foot-ball y al volver a casa, encienden la TV para comprobar si lo que vieron fue cierto. Por la mañana compran el periódico leen si se escribe efectivamente lo que vieron. Todo esto les impide pensar en vender gelatinas. Esa afición los elimina como mis eventuales competidores. Yo le doy gracias a Dios y no me quejo”
Adolfo Castañón
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 602