Hecha a una vida detrás del cerco de piedra de su casa, la mujer atestigua los ciclos y sin que nadie pueda sospecharlo, ni mucho menos ella que partea a sus gallinas y acaricia a la vaca melancólica, dirige la vida de un pueblo.
Durante las celebraciones populares, cuando la vida de todos coincide, la mujer sincroniza sus ombligos con los ritmos del cosmos y crea delirios colectivos.
De pronto un rumor de mar invade la plaza del mercado. Los hombres lanzan las cestas de frutas y verduras, se tiran al piso y nadan hasta quedar agotados sobre la tierra. Las mujeres se desvisten y echan arena sobre sus cuerpos resecos. Una arena finísima que lo va cubriendo todo, junto con el olor a sal y pescado podrido que impregna la ropa.
Habitantes de montañas altas, con arroyos cristalinos como única referencia al agua, las gentes de un solo ombligo tienen, sin que nadie pueda explicarlo, una profusa cultura marina.
Mariela Álvarez
No. 82, Julio-Agosto 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 226