Un grito entra por la ventana. Si lo dejo salir, volverá a molestarme. Rápidamente bajo las persianas y me entiendo con él. Le propongo sonar libremente en los horarios que prevé el reglamento. Él es frugal. Yo soy generosa. Sin embargo, la convivencia nos resulta imposible. A la larga, dormir toda la noche con un grito reprimido suele traer dolores de cabeza.
Con un sacacorchos, con un zapapico, lo repulgo, lo atosigo, lo fibrilo, lo desnuco, lo sancocho, lo desollo, lo abocino, lo percuto. Con un sacacorchos, con un zapapico. Veo el placer en mi propia cara, sin espejos: prueba de que es solamente un sueño. Sin embargo, cada vez que me despierto, tengo que lavar de sangre la funda de la almohada con agua fría, con agua caliente, con un sacacorchos, con un zapapico.
Si un inglés que conozco pero no reconozco azuza sus abedules contra mí, y enarbolando un gimnoto palpitante intenta amonestarme, no me amilano. En pocas palabras lo mando al infierno en su lengua de origen. Una persona culta como yo es capaz de soñar en tres idiomas.
Un baño de inmersión caliente antes de acostarse, es lo mejor para dormir tranquila, me aconseja mamá. Cómo se ve que no conoce a la loca de mi bañadera.
A veces me despierto de visiones horribles, agitada, angustiada, llorando. Para calmarme le pido a mi marido que me deje apoyar la cabeza en su cuerpo y me abrace bien fuerte con todos sus tentáculos.
Ana María Shúa
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 101