Sobre el sueño y el insomnio

Un grito entra por la ventana. Si lo dejo salir, volverá a molestarme. Rápidamente bajo las persianas y me entiendo con él. Le propongo sonar libremente en los horarios que prevé el reglamento. Él es frugal. Yo soy generosa. Sin embargo, la convivencia nos resulta imposible. A la larga, dormir toda la noche con un grito reprimido suele traer dolores de cabeza.

Con un sacacorchos, con un zapapico, lo repulgo, lo atosigo, lo fibrilo, lo desnuco, lo sancocho, lo desollo, lo abocino, lo percuto. Con un sacacorchos, con un zapapico. Veo el placer en mi propia cara, sin espejos: prueba de que es solamente un sueño. Sin embargo, cada vez que me despierto, tengo que lavar de sangre la funda de la almohada con agua fría, con agua caliente, con un sacacorchos, con un zapapico.

Si un inglés que conozco pero no reconozco azuza sus abedules contra mí, y enarbolando un gimnoto palpitante intenta amonestarme, no me amilano. En pocas palabras lo mando al infierno en su lengua de origen. Una persona culta como yo es capaz de soñar en tres idiomas.

Un baño de inmersión caliente antes de acostarse, es lo mejor para dormir tranquila, me aconseja mamá. Cómo se ve que no conoce a la loca de mi bañadera.
A veces me despierto de visiones horribles, agitada, angustiada, llorando. Para calmarme le pido a mi marido que me deje apoyar la cabeza en su cuerpo y me abrace bien fuerte con todos sus tentáculos.

Ana María Shúa
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 101

Irrupción de la sabana

103-104 top
Un león ataca a un rebaño de antílopes y mata a uno de ellos. Los antílopes huyen a gran velocidad. Sin dejar de correr, solicitan mi protección y mi consejo. Yo les abro la puerta del balcón los dejo agolparse en el living comedor, estremecidos, con sus largos cuernos vibrando como antenas. Con su estiércol abono los canteros, sus cuernos me sirven para ovillar madejas. Pero la puerta del balcón sigue entreabierta y sé que un día penetrará por ella el enemigo: un león (otro o el mismo), una epidemia, un inspector municipal.

Ana María Shúa
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 389

Caperucita

126 top
Con petiverías, pervincas y espicanardos me entretengo en el bosque. Las petiverías son olorosas, las pervincas son azules, los espicanardos parecen valerianas. Pero pasan las horas y el lobo no viene, ¿Qué tendrá mi abuelita que a mí me falte?

Ana María Shúa
No. 126, Abril-Julio 1993
Tomo XXII – Año XXIX
Pág. 155

… de Ana María Shua

En el año 75 yo tenía 24 años, era redactora publicitaria y quería ser escritora. En esa época la carrera de publicidad no existía, y los creativos de las agencias eran casi todos escritores, sobre todo poetas. Un compañero de trabajo, Ramón Plaza, narrador y poeta, me regaló un tesoro inefable: diez números de la revista El cuento, imposible de conseguir en Buenos Aires. Los nombres científicos del género todavía no existían: ni minificción, ni microrrelato, en El cuento los textos se llamaban «cuentos brevísimos». Se publicaba a los mejores autores del pasado y del presente, sobre todo latinoamericanos pero también europeos. Para mandar al Concurso Permanente de Cuento Brevísimo de El Cuento empecé a escribir mis primeros textos, el comienzo de lo que sería mi primer libro de microrrelatos, La Sueñera. Los envié con una carta a Valadés. No gané ningún concurso ni fue publicado ninguno de mis textos: en cambio Valadés me publicó la carta, en la que le prometía un menú especial para visitas si venía a Buenos Aires: pollo flambeado con cerezas a la crema. En el 76 Valadés vino a mi ciudad, pero había comenzado la dictadura yo estaba a punto de irme a vivir Francia. Ya había levantado el departamento y no podía cocinarle su pollito. En mi torpeza juvenil, no se me ocurrió que Valadés me quería conocer y le daría lo mismo si íbamos a comer a cualquier parte, de modo que me disculpé y no nos vimos. Después no supe nunca más de él. No contestó a ninguna de mis cartas, nunca conseguí que me suscribieran a El Cuento, a pesar de que mandé un par de cheques (o quizás sí, pero la secuestraban en el correo…) y creí que jamás había sido publicada en El Cuento. Ahora, gracias a esta maravilla que ha creado Alfonso Pedraza, me he enterado de que Valadés sí se acordó de mí, y muchos textos de mi Sueñera fueron publicados en la revista. Fue muy emocionante saberlo y estoy enormemente agradecida Pedraza por esta tarea tan hermosa, y no sólo por mis textos, sino por tener la posibilidad de acceso a esa selección de micros deliciosa y perfecta que hacía El Cuento.

Ana María Shua   

 

 

 

 

 

Ani Shua, El cuento y el doc. Pedraza

Grito


Un grito entra por la ventana. Si lo dejo salir, volverá a molestarme. Rápidamente bajo las persianas y me entiendo con él. Le propongo sonar libremente en los horarios que prevé el reglamento. Él es frugal. Yo soy generosa. Sin embargo, la convivencia nos resulta imposible. A la larga, dormir toda la noche con un grito reprimido suele traer dolores de cabeza.

Ana María Shua
No. 89, Enero-Febrero 1984
Tomo XIV – Año XIV
Pág. 208

Ana María Shua

Ana María Shua (Argentina, 1951) es profesora en letras por la UNBA y trabajó como publicitaria, periodista y guionista de cine. A los 16 años publicó su primer libro de poemas El sol y yo. Sus novelas Soy paciente (1980, Premio Losada) y Los amores de Laurita (publicada también en Alemania) fueron llevadas al cine. Sus obras de ficción incluyen libros de cuentos y minificción: Viajando se conoce gente, Los días de pesca , y tres libros de relatos brevísimos: La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos, Como una buena madre, Temporada de fantasmas, Cazadores de letras, Fenómenos de circo. En el género de humor ha publicado El Marido Argentino Promedio y Risas y emociones de la cocina Judía. Es autora de varios títulos infantiles, entre los que se destaca La fábrica del terror. Algunos de sus cuentos han sido incluidos en antologías publicadas en Canadá, Estados Unidos, Italia, Holanda, España, México e Inglaterra. Es autora también del ensayo Libros prohibidos. En 1993 obtuvo la Beca Guggenheim para terminar su novela El Libro de los Recuerdos.[1]

Shua nos cuenta: “A los seis años alguien me puso en las manos un libro con un caballo en la tapa. Esa misma noche yo fui ese caballo. Al día siguiente ninguna otra cosa me interesaba. Quería mi pienso, preferiblemente con avena y un establo con heno limpio y seco. Nunca antes había escuchado las palabras pienso, avena, heno, pero sabía que como caballo necesitaba entenderlas. Durante una semana pude haber sido Black Beauty pero fui Azabache, en una traducción inteligente y libre. Fui caballo de tiro y caballo de alquiler, recibí latigazos, estuve a punto de morir, fui rescatado… y llegué a la última página. Entonces, con terrible dolor, volví a mi cuerpo y levanté la cabeza: el resto del mundo todavía estaba allí. ‘Deja eso que te va a hacer mal’, decía mi madre. ‘No se lee en la mesa’, decía mi padre. Entonces descubrí que podía volver a empezar. Y otra vez fui Azabache y otra vez y otra vez. Después descubrí que podía ser un pirata y muchos, y la ciudad de Maracaibo y ser hombre, manatí, horror o piedra. Lo que acababa de empezar en mi vida no era un hábito: era una adicción, una pasión, una locura”.[2]


[1] Tomado de Shua, A. M., Los amores de Laurita. Buenos Aires, Sudamericana, 1995. y de http://es.wikipedia.org/wiki/Ana_Mar%C3%ADa_Shua

[2] «Confieso que he leído», publicado en Benjamín —Boletín de ALIJA—, N° 21, diciembre de 1999.