Tiakun

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Tiakun es una ciudad a imagen y semejanza de los recuerdos y los deseos que han tenido y tienen dos tipos de habitantes: los diurnos y los nocturnos. Es por esto que los visitantes tardan meses, a veces años, en adquirir la capacidad para distinguir cuando están sobre una calle falsa y cuándo sobre una verdadera. Algunos forasteros han pasado el resto de sus días sin poder distinguir cuál es la ciudad real y cuál la ilusoria, y por eso se les ve caminar generalmente deslumbrados sobre las calles de plástico mientras unas cebras mastican su condición de irrealidad.

Se han dado casos en que algunos visitantes, al pisar entre dos espejos encontrados, han perdido su identidad al ser multiplicados infinitamente por los espejos y aún se les puede ver tratando de reconocer cuál de las imágenes corresponde a la realidad.

Dentro de la ciudad existe una zona habitada por caballos que no dudan de su realidad, perros que persiguen incansablemente a una liebre que habita sólo en sus pupilas, automóviles que buscan un lugar para descansar, salones de baile donde la música brota de las paredes, tiendas de ropa atendidas por maniquíes y prostitutas que son estacionómetros, comerciantes gordinflones que tallan sus uñas en las paredes y bancos llenos de basura.

Al este de Tiakun se encuentran los restos de una construcción oriental de tritones y sirenas que han perdido la nariz y la memoria. Al centro de esta zona se eleva el minarete, torre incendiada durante un saqueo por los nórdicos hace muchos años, y este minarete es la única construcción real para los habitantes diurnos y nocturnos.

Roberto Castillo Udiarte
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 119

A lo Cortazar

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para Alí Chumacero

Tomar el tenedor y comenzar a batir el huevo, con la monotonía manual, casi mecánica, de mover el cubierto en la sustancia gelatinosa… y darse cuenta de pronto de que no habrá huevo batido, porque la clara y la yema no sólo no se han revuelto sino que han escapado del tenedor, y en el plato hay un pollito piando.

Judith Solís Téllez
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 115

Historia

Sean dos individuos: Pedro y Daniel. Ambos jóvenes y emprendedores. A Pedro le apasionan los barcos. A Daniel los niños, la familia.

Ha pasado el tiempo. No sin sacrificios, han satisfecho sus deseos. Sin embargo, comienzan a sentir otros llamados, otras carencias.

Se conocen de muy ancianos. Al comentar sus vidas les nace una mutua curiosidad: Pedro pregunta a Daniel, Daniel pregunta a Pedro. Ávidos por escucharse, ninguno habla.

Mueren en silencio.

Juan Romagnoli
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 114

Die Kleine Fabel

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Obras Completas (así lo llamaremos sin petulancia) era de esa suerte de eruditos que se abocan al estudio temporal pero apasionado de un autor, y desde entonces y por ese tiempo todo lo relacionado con el autor es casi la vida de él mismo.

Todo escritor importante tenía horror de morir, menos por la duda metafísica de si habría otra vida o no, que por la seguridad de que Obras Completas caería con pico y garra implacables sobre aquellos textos que él, por inexperiencia, vanidad o mero compromiso, publicó en los más amarillentos periódicos escolares o de provincia, o sobre los manuscritos que el creyó, sobrio o borracho, haber quemado, o no encontró. Obras Completas parecía ver todo desde el cielo universitario con mirada milimétrica: Primero situaba el lugar exacto del texto, luego se precipitaba sobre él, lo recogía con el pico, y lo llevaba hasta su escritorio henchido de papeles, algunos útiles.

A partir de ese momento OC (lo llamaremos así para ahorrar espacio) cambiaba la figura de buitre por la de hormiga. Con paciencia, equivalente en su oficio a la de Job, reunía textos, los disponía cronológicamente y procedía a su copia, fotocopia, anotación y memoria en el procesador de palabras. Desde la redacción de las primeras líneas en el cuaderno escolar y en la revistita de iniciación, hasta la última página escrita, casi siempre inconclusa, OC lograba descifrar a su modo, con lupa o sin ella, toda grafía o signo. Una vez recopilado y hecho todo eso, OC escribía un prólogo entusiasta y elemental —que él consideraba científico—, pies de página vagamente precisos y notas de un tenor como: Jorge Manrique, poeta español del siglo XV; Febo, sobrenombre de Apolo; tramontar, se aplica al sol en el ocaso.

Entonces OC se disfrazaba de sepulturero, y por obra y gracia de su trabajo, el autor importante quedaba sepultado bajo un increíble alud de artículos, notas, cuentos, ensayos, crónicas, que el cuidó de no recoger de guisa que críticos y ensayistas empezaron a fundamentar que la obra no, efectivamente no, no tenía la excelencia de la que tanto se había alardeado. Entonces, OC, sonriente, volvía a convertirse en buitre para buscar a un autor importante que estuviese a punto de morir.

Marco Antonio Campos
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 113

La pared

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Estoy amando una pared en blanco que no rechaza; sólo escucha. Estoy amando de ella lo que creo que hay en su interior; no lo que veo. La observó y mis ojos intentan abrazarla: es sólo una pared blanca, y yo la amo.

Estoy amando su textura lisa, sus recovecos. Y como pared, no me rechaza. Sólo allí, presente e imposible. No me atrevo a acercarme. ¿Me desilusionaría si la tocara?¿Si pudiera conocer su interior? Siempre aquí, imponente.

Recuerdos de mi pared cuando todavía respiraba; el tiempo en que existió como un ser. Me estremezco. Aquellos ojos miel, las manos volando y ese gran amor como pared: limpio y bello. Si amo. Pero no a ese trozo blanco; sólo lo que esconde. Atrás de ladrillo y concreto está él, con la misma expresión que tenía el día que coloqué el último ladrillo.

Yamilé Baena
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 110

La abuela

La abuela padecía una rareza: decía que al mirarse las manos su línea de la vida se extendía, por lo que viviría más y más, mientras que sus descendientes más jóvenes iríamos envejeciendo y muriendo. Un día decidí comprobarlo “No” gritó la abuela. “No” grité yo. Ese día ambos salimos para siempre de la casa. Ella al panteón y yo al tutelar.

Erika Pérez Nucio
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 107

Las niñas

Las niñas te contemplan, te observan sin pestañear. Te recorren sin preámbulos. Expresan que te desean, se deleitan con tu apostura, se maravillan con tu vitalidad.

Incontrolables ya, las niñas se vuelven lascivas, impúdicas, procaces, voluptuosas…

Tú, desconcentrado, te sonrojas; escondes la mirada.

Estoy descubierto… ¡Que vergüenza! Tanto callar que me gustabas, para que ahora griten los deseos las destrampadas niñas de mis ojos.

Queta Navagómez
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 103

Historia castrense

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Si les hubiera ordenado saltar por la ventana, lo que habrían hecho casi con alegría, porque confiaban en él ciegamente.

Hasta que un día les ordenó que saltaran por la ventana, y entonces despertaron todos, porque un hombre que decide cosas semejantes no es de fiar.

Pere Calder
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 100

Interferencia voraz

Siento tu presencia constante hasta obligarme a dar la cara. Quiero verte con indiferencia pero me lo impide tu frialdad, el olor ácido que despide tu aliento por esa boca grande que a veces me sobresalta. Estoy consciente de ti, porque invariablemente te interpones en mi camino.

Nuestros encuentros son tan frecuentes que se convierten en un reto por tu prolongado silencio que me altera y no me deja concentrar.

Esa mueca, dura, fría, desdeñosa me persigue hasta en sueños. Me indignas y lo sabes, porque te encuentro a mi espalda, a un lado, a veces es tal tu cinismo que estás provocativamente al frente.

Me pregunto si eres igual con los hombres de negocios, con las secretarias bilingües o solamente conmigo, tratando de poner a flote mi debilidad; de cualquier forma me inquietas.

Mi brazo se tensa, mi mano cobra voluntad propia y con brusco movimiento veo cómo estruja con rabia la hoja de papel que tengo al frente. Observo como se va convirtiendo la pelotita, cuyas letras buscan salida, piden auxilio. La aprieto con fuerza para que entre justo en el centro de tu boca voraz, bote de basura.

Esther Vázquez-Ramos
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 97

Magia

Al maestro Valadés
con gusto más que musical.

Todos los bellos relatos comienzan con extrañas notas y éste no será una excepción: DO. Sí, se que es bastante extraño comenzar con un sinfónico, si no es que armónico, DO. Cuando el melódico RE se enteró que no sería gratamente escuchado, planeó malévolamente, la manera de apoderarse de aquel privilegiado lugar que le tocaba al tono menor (pese a que siempre se toca en mayor). Con sostenida insistencia marcó silenciosamente las amables compañeras de la primera nota, poniéndole tormentosos traspiés a cada semitono. Todo parecía que el plan maestro de la sonora Re sería un éxito grandioso; pero MI, segundo de mando de DO MAYOR, logró escuchar las sinuosoidales carcajadas del arábico FA sostenido, y sabiendo su plan, le pidió a SOL, que se vistiera con su extravagante vestido bemol para despistar a RE, mientras que a FA sostenido, lo durmió en una “sostenuta” y lenta sinfonía en LA. Una vez que RE deseó demostrar su destreza, SOL, quitándose su estrafalario bemol, tocó constante y natural, dando a paso a DO, con su asombrosa sonoridad, y quitando del camino al tramposo RE, quien se tuvo que contentar con su repetitivo sonar para ubicarse en el BIG BEN.

Rafael González Aréchiga C.
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 91

Diablero

Y el diablero construyó su casa para protegerse de la humanidad.

Decidió levantar paredes fuertes.

Quince años trabajó en la fortaleza.

Decidió no hacer ventanas para que el sonido de los hombres no invadiera sus sueños.

Piedra por piedra llegó hasta lo alto.

Decidió que por su fortaleza no tuviera puertas ni claraboyas ni tan siquiera una sola abertura.

Y terminó el diablero su casa.

Pero se quedó afuera.

Sergio Francisci
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 89

Juego de espejos

Pénétrez le secret doré
Tout n´est qu`une flamme rapide
Que fleurit la rosa adorable
Et d´où monte un parfum exquis
Apollinaire. Les collines

A Susana,
La de mis navíos extraviados.

Mientras afuera llueve y más allá hay un horizonte desteñido en el ajedrez multiforme de los techos, te digo: “Te amo, María Luz Carmen”, y al decírtelo, evoco a la ráfaga de aire fresco que llega a las jardineras agitando en mi memoria tu recuerdo. Debes saber que aún perdura el tic-tac del viejo reloj que resuena monótono en el silencioso ámbito del cuarto: es el mismo pulso acompasado del tiempo que te hizo decirme aquella vez: “Ha llovido ahora muy temprano”, mientras deslizabas los dedos por la explanada desnuda de mi pecho y yo me hundía en el esmeralda del sin fin de tus pupilas, descubriendo que en ellas habitaba el más secreto reflejo de tus sueños. Afuera soplaba el viento como ahora y la lluvia imprevisible había puesto un matiz decaído y melancólico en el cristal de la ventana.

Sé que han sucedido muchos años, que el distanciamiento ha terminado de mudar el deseo en abandono; pero quizá, en algún lugar cualquiera, el ruido incesante de la lluvia te haga decir: “Ha llovido ahora muy temprano”, y recuerdes, que mientras afuera la tarde declinaba entre lejanas griterías y fragmentos de cristales rotos, tu y yo ardíamos extenuados y asidos de las manos, metiéndonos uno en otro en caudales de tropeles obsesivos y bogando por las llanuras etéreas a donde sólo los dioses se prolongan.

Observo el crepúsculo y toco nuestros rostros en esta vieja fotografía que tengo entre mis dedos, y sé que los días con su tránsito imperturbable terminarán pronto en desdibujarnos, y así quedar solo el contorno gris ya sin ningún recuerdo. Pero mañana, quizá, al despertarme y aún entredormido, busque el tibio aliento de tu boca como queriendo conjurar tu ausencia y anclar para siempre mi navío a la playa sosegada de tu cuerpo. María Luz Carmen, te amo, mientras afuera llueve y la tarde alza su vuelo de gaviota lastimada hacia el ocaso del cielo profundo de los hombres, y en la habitación contigua alguien recita en francés versos de Neruda. Sí, aún te amo, hasta más allá que la noche haya instalado su telón de sombras en el dintel del mundo y los niños cesen de jugar y afuera quede el parque en los más tristes abandonos, iluminado por la única y fláccida luz de un arbotante que noctámbula tirite sobre el nítido espejo de la lluvia. O tal vez mañana, al requerir a mi vera tu figura de náyade y me dé a inventar la exacta réplica de tu dorso grabado en los albos relieves de las sábanas, bese el vacío en la almohada, donde entonces tuviste reposado el blondo contorno de tu nuca.

Sí, ha llovido ahora muy temprano, y es el fatigado remanso de mi sangre el que revierte el instante aquí con el instante aquel, el que yace suspendido desde nuestra furtiva cita y al amparo íntimo de esta alcoba, a la hora cinco que pasó desapercibida cuando terminaste de vestirte y cepillar tu pelo revuelto, y otra vez retomaste ante la luna del espejo tu grata presencia de señora, que a hurtadillas descendió los peldaños de la escalera de la morada de aquel extraño y oculto personaje, que aún guarda en su pecho el monótono tic-tac de un tiempo viejo.

Juan Carlos Chimal
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 83

Suicidio

Adelina se asomó a la calle desde la azotea y vio los autos circulando por la vena de cemento de la avenida principal. Se paró en la cornisa del edificio y caminó haciendo equilibrio con los brazos. El viento hacía ondular su vestido y lo ceñía contra su vientre abultado. Volvió a mirar hacia abajo y se dio cuenta de que una multitud la miraba expectante. Imaginó la angustia de sus rostros, sus respiraciones contenidas por el terror. Luego, saltó al vacío. En la caída todavía pudo ver los pisos del altísimo edificio pasando vertiginosamente. Después, se despedazó contra el pavimento. En ese momento estallaron los aplausos.

Fernando Ruiz Granados
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 82

Naufragio

Vino una breve calma como preludiando el final y después las enormes marejadas, barrigas hinchadas a punto de reventar sus excesos, con una fuerza de no creer. Cual titanes llevados por sus bárbaros instintos. O la naturaleza enloquecida que brama sus penas en la mar.
Un terrible drenaje se abrió en círculo, atrajo al débil navío —ya ninguna resistencia serviría—, lo estrujó con furia y se lo tragó hasta las oscuras profundidades acuáticas.

Todo en un instante menor.

…Minutos después volvía el mundo en sí, la tina quedó vacía y desde el fondo el barquito encallado decía adiós.

Irma del Águila
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 75

El error

El sopor inunda mi cabeza. La vista se torna borrosa, delicuescente. Las cartas sobre la mesa “…no quiero sufrir, ni que nadie por mí… es el destino que se impone…”

Estoy entumecido. Se pierden mis manos, los brazos, y …

Tocan a la puerta. Insisten. Una voz reclama: “Muy urgente para usted, señor López…”

Apenas puedo andar. Trato. Viro el vaso con el resto de los psicofármacos. Trastabillo hasta el mensaje:

“DIAGNÓSTICO
EQUIVOCADO…”

Roberto Vázquez Pérez
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 77

Todo para el héroe

El día era espléndido y la mar estaba en calma. En lo más oscuro del vientre del barco, encadenados y enfermos de miedo, más de trescientos senegaleses eran transportados para aumentar las riquezas y engrandecer el alma piadosa del hombre blanco que se encontraba fatigado después de haber vencido y casi exterminado a los indios de Norteamérica.

Roberto Bañuelas
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 68

De los cuentos contados dos veces

Fue hacia 1842, a fines de la Guerra del Opio. El mandarín Wang Wu llevó al embajador inglés sir Thomas Russell a la cámara secreta, extendió su índice apergaminado hacia el potro de las torturas y dijo:

—Milord, la filosofía oriental es arte de paciencia. Esa cuchilla que pende del techo tiene un filo que puede partir el ala de una mosca: desciende cinco centímetros en cada oscilación y sólo está separada del cuerpo de ese miserable inocente medio metro; en ese tiempo deberá su señoría decidir sobre el cierre de las puertas marítimas de su país al contrabando de Yin Tzu-Zu.

Antes del tiempo señalado el embajador Russell —sudoroso y alterado— exclamó:

—¡Basta, que desaten a ese hombre!

—Milord, ese hombre jamás ha estado amarrado, contestó el mandarín Wang Wu con una eterna sonrisa de flor de loto.

Raymundo Ramos
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 67

Justicia divina

Lo expulsaron del cielo. Descendió a la tierra vertiginosamente, pues sus alas eran ya inútiles. Abatido, el Ángel intentó caminar por la calle, pero el cúmulo de plumas en su espalda se lo impedía. Horrorizado por esa pesadilla deseó el reposo, se tendió en la acera y cerró los ojos. Al dormir, una sonrisa bajó a sus labios. En sueños vio a Dios y así obtuvo de nuevo el paraíso.

Norberto Morales P.
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 66

Permanencia voluntaria

A Reyna del Rocío Martínez Chan…

—¡Esa película ya la oí! —exclamó muy convencido el regordete marido a su mujer después de haber dado un trago a su helada cerveza de bote.

—¡Ay si tú, ya las has oído todas! —replicó la mujer con cierto tono de burla en su voz y luego rió felizmente de sus propias palabras. Ambos, marido y mujer, estaban sentados en la confortable sala de su casa disfrutando del descanso dominical ante un enorme televisor cromático, cuyo volumen de sonido estaba muy por arriba de lo normal, pero el matrimonio aquel ni se inmutaba.

—¡La oí en casa del compadre el día que fui a visitarlo! —insistió el hombre— si quieres hasta te la puedo contar…

—¡No, no me la cuentes! —protestó la mujer—. Mejor déjame oírla en la tele, es más divertido…

—Bueno, vamos a oírla, ya verás que te va a gustar —asintió el hombre echándose un puñado de cacahuates salados a la boca, que masticó con fruición. Ambos invidentes se arrellanaron en sus respectivos sillones, poniendo mucha atención a las voces de los actores que daban vida a la película que exhibían en la televisión…

Ricardo Fuentes Zapata
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 63