Ilusión y realidad

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Aunque yo la amaba con toda mi alma, o tal vez precisamente por ello, no hacía el menor caso de mi persona: ni siquiera se dignaba reparar en mi desdichada existencia. Pero un día, al pasar cerca de mí, observé con asombro que me sonreía.

“¿Viste?” —le dije a mi mejor amigo—, ¿viste…? ¡Me sonrió al pasar!” “¡Qué estúpido, qué iluso eres! —me contestó el ladrón de ilusiones—. No me sonrió… te regaló una sonrisa que le sobraba…”

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 70

Sin consuelo

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Había hecho todo lo posible para que su vida fuera una complicadísima desdicha: él era el único culpable de todos sus infortunios. Cuando un investigador, para hacer un estudio comparativo sobre las tragedias humanas, le preguntó cuál era su mayor tormento, el más terrible de sus males, la más graves de sus desventuras, dijo el cuitado: “Creo que es la de no poder echarle a nadie la culpa de mis desgracias”.

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 64

Padre e hijo

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El padre y el hijo discutieron mucho, dolorosamente, hiriéndose, haciéndose todo el daño posible. El pasado y el futuro de ambos desfilaron en palabras lujuriosas, malévolas, sucias ofensivas, ruines e inolvidables. Pero agotados por la lucha, se perdonaron, o simularon perdonarse los ultrajes imperdonables, y mientras el padre pensaba del hijo: “No entiende, es muy joven”, el hijo pensaba del padre: “Es muy viejo, no entiende”.

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 61

La función

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Cuando se alzó el telón, los espectadores comprobaron estupefactos que la escena representaba la sala de un teatro: de ese mismo teatro; y que la concurrencia del escenario era idéntica a la del teatro real, como si ésta se contemplara en un espejo inmenso. en cuanto a la acción, sólo consistía en que cada gesto de los espectadores encontraba simultaneidad en el actor correspondiente.

Como el primer acto se prolongará demasiado reflejando nada más que nimiedades —sólo imputables al público—, un individuo se levantó enfurecido e increpó a los actores: “¡No hemos venido para contemplarnos a nosotros mismos!”

Su sosias se acercó al proscenio y dijo con la mayor urbanidad: “Nosotros sólo hemos venido para eso”. Y volvió a ocupar su asiento para disfrutar cómodamente de la fución.

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 59

Controversia

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La Infinita Sabiduría y la Infinita Ignorancia, que vivían desconociéndose desdeñosamente, fueron obligadas a enfrentarse por los mediocres —que esperaban gozarse con ellas—, para que dirimieran sus diferencias sobre lo trascendental.
Nunca se supo el resultado de tan curioso duelo, porque ambos usaron el silencio como único argumento.

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 56

La vanidad

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Interrogué a los presos, y todos me contaron su historia: culpables, inocentes, equivocados, cínicos, arrepentidos… Había de todo, y ninguno me produjo demasiada sorpresa, hasta que uno de ellos me reveló que su triste destino se debía a la vanidad. Como no conozco tribunal humano que castigue vicio tan difundido, le pedí más detalles. “Falsifiqué papel moneda —me dijo—, y me sentí tan orgulloso de mi obra de arte, que no resistí la tentación de firmarla con mi verdadero nombre”.

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 43

Diálogo amoroso

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—Me adoro, mi vida, me adoro… A tu lado me quiero más que nunca; no te imaginas la ternura infinita que me inspiro.

—Yo me adoro muchísimo más… ¡con locura!; no sabes la pasión que junto a ti siento por mí…

—No puedo, no puedo vivir sin mí…

—Ni yo sin mí…

—¡Cómo nos queremos!

—Sin que yo me ame la vida no vale nada…

—Yo también me amo con toda mi alma, sobre todo a tu lado…

—¡Dame una prueba de que te quieres!

—¡Sería capaz de dar la vida por mí!

—Eres el hombre más apasionado de la tierra…

—Y tú la mujercita más amorosa del mundo…

—¡Cómo me quiero!

—¡Cómo me amo!

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 41

Sergio Golwarz

Sergio Golwarz

Sergio Golwarz

Por Hiram Barrios[1]

Sergio Golwarz es uno de los pocos pensadores que pude ostentar el título de renacentista contemporáneo. Escritor, músico e inventor: visitó los géneros literarios del cuento, la novela, el teatro y el aforismo e incursionó en la crítica del arte, así como en la reflexión filosófica; destacó como violinista desde temprana edad y algunos de sus discos obtuvieron difusión, y no poco renombre, en todo el continente; realizó estudios de acústica y preconizó innovaciones importantes sobre el uso y colocación de micrófonos para las transmisiones de grandes conjuntos musicales.

Nació en Ginebra en 1906, vivió su infancia y su juventud en Argentina, escenario de algunos de sus cuentos, y viajó por todo el mundo hasta establecerse en México, donde ejerció el periodismo, la creación literaria y la interpretación musical. A los 18 años presentó, en Buenos Aires, su primer libro, Una filosofía de lo bello (ensayo, 1924)pero pasarán algunas décadas antes de sus siguientes títulos. El grueso de su obra literaria y musical se dio a conocer en México. Algunos de sus libros son: El sombrero del hombre feliz (cuentos y aforismos, 1956), Entrada prohibida (novela, 1959), Una comedia para maridos(teatro, 1959), La máscara de la risa (ensayo, 1963), Cuentos para idiotas (1967, con una segunda edición en 1969) e Infundios ejemplares (cuento corto, 1969). Colaboró en las páginas de periódicos como El Heraldo de México Novedades, y de este último recopiló algunos de sus textos para formar 126 ensayos de bolsillo y 126 gotas tóxicas (1961)en el que vincula el ensayo y el aforismo. Acaso sea éste uno de sus trabajos literarios más interesantes.

Sergio Golwarz fue ante todo un humorista. Las estrategias discursivas que puso en práctica discurren entre la ironía, el sarcasmo y el chiste. Golwarz se caracterizó por su anti-solemnidad: «Me sorprende a veces comprobar que existen todavía gentes que escriben en serio; y me sorprende, porque ya casi nadie lee en serio (sic)». Enemigo de la erudición y del intelectualismo, debía ser anti-borgesiano y detractor de Cortázar, como expone en su novela Controversia. Testimonio de una discusión (1967), en la que se mofa de la escritura de ambos. La obra de Jorge Ibargüengoitia es en parte deudora de este humorista: baste comparar el cuento “Las que prometen” (1956), de Sergio Golwarz, con “La mujer que no” (1967) de su sucesor para encontrar afinidades y diferencias.

Junto al humor como estrategia discursiva, la brevedad es una de las particularidades más notorias de este autor. Heredero de Julio Torri, simpatizante de Arreola y condiscípulo de Monterroso, sus narraciones y ensayos muestran una evolución encaminada hacia la síntesis. Sus primeros cuentos de 1956, publicados en El sombrero del hombre feliz, son algo extensos pero ya en éste presenta una sección de aforismo que son la síntesis de algunas narraciones ahí mismo incluidas. La idea se repetirá en 126 ensayos de bolsillo y 126 gotas tóxicas: cada texto concluye con una sentencia que engloba y remata lo que es sometido al análisis. Se trata, por decirlo de alguna forma, de «ensayos con estrambote». En Infundios ejemplares, su último libro de 1969, hace explícito su deseo de sincretismo:

El valor del relato, ya sea novela o cuento, no reside en la descripción o en la retórica —casi siempre una triste sofística—, sino en el ingenio puro y la fantasía. La única dimensión literaria válida es la artística, y si el escritor tiene la valentía de sacrificar el ropaje de su obra —su propia vanidad—, toda narración podrá ser siempre reducida a su auténtico tamaño. He aquí, pues, estos infundios desnudos, sin adornos. En este caso, como una acrobacia demostrativa del valor estético de la síntesis, de lo más extenso a lo más breve; de lo peor a lo mejor. Infundios ejemplares, porque predican en el ejemplo de la mayor virtud literaria: la brevedad.

Para Golwarz, lo importante es la fantasía (la historia), por eso la depuración retórica y la supresión de lo que llama el «ropaje de la obra». Sin dichos adornos el relato podrá resumirse a su mínima expresión, y en Infundios ejemplares pondrá en práctica eso que llama el «valor estético de la síntesis». Pero si la brevedad es, según sus palabras, la mayor virtud literaria, son entonces los aforismos los que mejor ejemplifican de su trabajo literario.

Golwarz, como hiciera Gesualdo Bufalino o José Saramago, inició su carrera literaria siendo ya un hombre maduro. Aunque desde joven mostró cualidades de escritor, fue hasta pasados los cincuenta años cuando se dedicó de lleno a las letras. Es por eso un exponente más de lo que se ha llamado «literatura de viejos» y cuya tradición acaso comience en Whitman. Quizá su trabajo musical sea más recordado que sus letras: en su juventud obtuvo por concurso los cargos de Violín Principal y Violín Concertino de la Orquesta de Cámara y de la Orquesta Sinfónica, patrocinadas por la Asociación del Profesorado Orquestal de Buenos Aires y, en las décadas de los cincuenta y los sesenta, grabó varios LP’s para la disquera mexicana Musart y para las firmas Orfeón y Columbia. Algunos de ellos son: Un violín con alma, Violín gitano, Recital, Bailando Csardas, Recordando Viena Puro gitano.

Ignoro la fecha en la que abandonó este mundo (de seguir vivo tendría 106 años, algo poco probable). En 1998, la disquera Orfeón reeditó Folklore gitano pero no hay datos para suponer que siguiera con vida en esas fechas.  Músico, escritor, filósofo, ingeniero en audio y acústica, Sergio Golwarz, infortunadamente, no es un pensador cuya obra haya sido valorada con justeza. Sirvan estas líneas contra el olvido.

Antología mínima de aforismos de Sergio Golwarz*

Cuando escribo en serio me da risa, igual que a los lectores.

Vivir es un placer tan intenso que produce la muerte.

¡Con qué facilidad las mujeres cambian un gran amor por un pequeño matrimonio!

Apenas un literato despierta nuestra admiración, comenzamos a robarle ideas.

Hay mujeres que suspiran por un vestido nuevo para ponérselo, y otras, para quitárselo.

El verdadero héroe de algunas obras literarias es el lector que las aguanta.

Todos escribimos buscando la aprobación de dos o tres admirables talentos, que no nos leen ni por casualidad.

No lo leo porque desconfío de su talento. Tiene demasiados admiradores.

El hombre siempre está dispuesto a admirar lo que no entiende.

A cierta edad se descubre la poesía, más tarde se siente la poesía, y, por fin, se asombra uno de que exista la poesía.

La mayor parte de las mujeres no hacen caso de sus maridos, pero algunas sí: caso omiso.

No te angusties cuando ocurra algo malo, desespera cuando te pase algo bueno, no puede durar mucho.

La duda es el único signo de sabiduría humana.

Una vez adquirida la experiencia, no queda tiempo para usarla.

Todas las grandes ideas fueron plagiadas con anticipación.

*Extraídos de:

El sombrero del hombre feliz, México, Aguilar, 1956.

126 ensayos de bolsillo y 126 gotas tóxicas, México, Libro Mex Editores, 1961.[2].

 

Para escuchar a Sergio Golwarz (Hungarian Dance #5)


[1] Hiram Barrios (1983) es escritor y traductor. Es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Publica cuentos, ensayos y traducciones en distintas revistas y medios electrónicos. Ejerce la docencia a nivel medio superior

El coleccionista

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Con idéntica buena voluntad, con el tesón, el ahínco, y hasta con la delectación con que otros seres tratan de conquistar amigos, un individuo que conozco, colecciona enemistades de todas clases; y aunque su colección es ya respetable y se compone de muy variados ejemplares, todavía le faltan algunos.

El coleccionista de enemistades no las obtiene siempre que se lo propone, porque en mucha ocasiones, el intento que hace para malquistarse, a algunos les parece un rasgo original y humorístico, y para las almas ingenuas —que las hay—, hasta simpático, lo que contraría a quien ambiciona el odio y la aversión. Pero, afortunadamente, la mayor parte de las veces sus esfuerzos son coronados por el éxito, y su colección ha llegado a ser, si no completa, por lo menos muy nutrida.

Lo más curioso del caso es que los adiós más hermosos y perfectos que ha logrado, aquellos que colman su ambición y lo llenan de orgullo, son los odios espontáneos que nunca tuvo la oportunidad de provocar intencionalmente, tal vez por falta de tiempo o de habilidad. Sus enemigos más encarnizados, y por lo tanto, sus enemigos favoritos, son los que nunca tuvieron motivos para odiarlo: los enemigos gratuitos. “En la vida, los más grandes placeres y las satisfacciones más intensas —dice el coleccionista—, son los que obtenemos sin costo y sin esfuerzo, como una gracia del cielo”.

Sergio Golwarz
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 33