Por lo menos

El primero, un güerito con cara de nazi (y yo con mi cara de Woody Allen) me chingó el ombligo, dizque para componerme una hernia umbilical. El segundo, como quien despacha helados a cucharadas, sacó de mi pecho dos malignos tumores color vainilla y pistache (en dos ocasiones, el cabrón). Tres años después abrió de un tajo mi panza para arrancarme la matriz; terminando ésta en la basura como un globo desinflado después de la fiesta. El toque final lo dio el “ingeniero urbanista” cuando arrasó con lo que quedaba del pequeño cerrito del seno derecho. Aplano la tierra de mi piel y lo dividió en dos con una cerca de alambre de púas, igualitos a los que tengo en otras partes de mi cuerpo.

Mis cirujanos me han despojado de tanto territorio que si antes me sentía continente ahora me he vuelto una pinche isla. Y lo que de mí fue campo ya es desierto, superficie lunar.

No le hace. Confío en que mi derrota jamás será total. Moriré por lo menos con las nalgas puestas.

Molly Chirinos
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 140