Se trata de amor

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La cortesana Vaseantasena se ha enamorado de un santo Brahamán que vive consagrado a las obras de misericordia. Su doncella, la coqueta Madanika, que la ha visto siempre ávida de riquezas, se sombra de oírla hablar de amor.

—¿Para seduciros —le dice—, ese hombre se ha presentado ante vos como un monarca poderoso?

—Se trata de amor y no de respeto— contéstole la pecadora.

—¿Es acaso un mercader enriquecido en largos viajes?

—Se trata de amor y no de lujo.

—Por el cielo, si el que habéis escogido no es ni poderoso ni sabio ni rico, ¿qué es?

—Es aquel a quien yo amo, nada más. Vos estabais conmigo cuando lo encontramos en el jardín del templo de Kama. Vos debéis saber su nombre.

—Sí, Se llama Charukada… ¿Ignoras que es muy pobre?

—Se trata de amor, Madanika, y no de riqueza.

En el carrito de Arcilla, del rey Sudraka, según versión de:
Enrique Gómez Carrillo
No. 1, Mayo 1964
Tomo I – Año I
Pág. 24

Enrique Gómez Carrillo

Enrique Gómez Carrillo

Enrique Gómez Carrillo

(Guatemala, 1873 – París, 1927)

Escritor guatemalteco. Vivió algún tiempo de su infancia en Santa Tecla (El Salvador) y la mayor parte de su existencia en París, a donde llegó en 1891; pero realizó viajes a España y a otros países, incluso a Guatemala, donde estuvo en 1898 y apoyó la candidatura de Estrada Cabrera. Su agitada vida (podríamos también hablar de su agitada vida literaria) lo presenta a nuestros ojos a veces como un bohemio, a veces como un aventurero, pero sin perder nunca cierto sentido rector que le permite siempre administrarse.

Algunas anécdotas pueden darnos una impresión de su carácter y personalidad. Siendo niño, decidió utilizar los dos apellidos de su padre, el historiador Agustín Gómez Carrillo, porque si usaba como segundo apellido el de la madre, de origen belga, Josefina Tible, sus compañeros de estudios lo hacían víctima de sus bromas y lo llamaban «Comestible» (Gómez Tible).

Se dijo insistentemente que Gómez Carrillo llevó con engaños a París a la artista Mata-Hari, con lo que facilitó su detención por la policía francesa; acusada de espionaje, la artista fue fusilada; el escritor se defendió en un libro titulado El misterio de la vida y la muerte de Mata-Hari, que no aclaró gran cosa, aunque el caso se aclaró definitivamente por las autoridades francesas en 1934, lo que constituyó para nuestro autor una exculpación póstuma.

Llegó a adoptar la nacionalidad argentina para poder ser cónsul al servicio de la república del Plata. Se casó tres veces: con Aurora Cáceres, con Raquel Meller y con Consuelo Sunzin; a su muerte, las reclamaciones sobre su herencia se complicaron por los derechos de una hija que Gómez Carrillo había tenido de la poetisa Anny Percy. Las anécdotas podrían seguir multiplicándose: audaz y experto en el duelo, nunca rehuyó la posibilidad de llegar a los fines que se propuso.

Enrique Gómez Carrillo es, ante todo y sobre todo, un brillante cronista con grandes facultades de observador y finas dotes de percepción psicológica. Corresponsal de guerra en los frentes de batalla durante la primera Guerra Mundial, es también un corresponsal en tiempo de paz que asiste a las luchas diarias de la sociedad en que vive, analiza, observa y escribe con más profundidad muchas veces de la que podía esperarse de esta clase de trabajos. Se inició colaborando en el Diccionario Enciclopédico Garnier y obtuvo su primer gran éxito con el libro de siluetas de escritores y artistas titulado Exquisses, que obtuvo los elogios del más exigente de los críticos españoles de la época: Leopoldo Alas, Clarín.

Crónicas sociales, impresiones de viaje, opiniones críticas, observaciones psicológicas y confesiones íntimas desfilan por las páginas de sus 57 volúmenes, entre los que citaremos, además de los ya mencionados, Campos de batalla y campos de ruinas (1916); Japón heroico y galanteLa sonrisa de la EsfingeSensaciones de Egipto (1918); El encanto de Buenos AiresVistas de EuropaLa nueva literatura francesaLa psicología del viajeroLos olmos que cantan y los olmos que danzan (1922), con prólogo de Mauricio Maeterlinck, y Treinta años de mi vida, en tres volúmenes.

Pero Gómez Carrillo es también novelista, a veces crudo, aunque nunca su obra pierde la sensación de crónica novelada; a este respecto, debemos citar susTres novelas inmortales, que comprenden la Bohemia sentimentalDel amor, del dolor y del vicio y Pobre Clown (1920). Sin embargo, su novela preferida era la titulada El evangelio del amor (1922). Otros títulos suyos frecuentemente citados son JerusalénDe Marsella a TokioSafoFriné y otras seductorasEn plena bohemiaLa moda y Pierrot.

Se puede acusar a Gómez Carrillo de superficial, pero no lo es; hubiera podido ser más profundo y trascendente, es cierto; pero basta repasar la lista de sus amigos y admiradores para darse cuenta de la trascendencia de su personalidad: Rubén Darío, que fue propiamente su primer protector; Leopoldo Alas, Clarín; Jean Moreas; Mauricio Maeterlinck… Lo elogian también Pérez Galdós, Julián del Casal y Blasco Ibáñez, entre otros. Sin el genio creador y renovador de Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo es el segundo escritor centroamericano que remueve con cierta sensación el clima de Europa[1].

 

mez_carrillo.htm

La emasculación

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—Me acuerdo de que cuando yo era estudiante, nuestro profesor de griego, después de leernos Fedra, tuvo la ocurrencia de preguntarnos sí a nuestro juicio Hipólito hubiera podido demostrar a su padre, de un modo irrefutable, que jamás había atentado contra la virtud de su madrastra. Yo, que acababa de leer a Luciano, naturalmente a hurtadillas, contestéle:

—Sí, señor, hay un medio: el que empleó Combabus para probar que la reina Estratonice lo calumniaba al jurar que había querido violarla.

—¿Y cual fue? —preguntóme con ironía el dómine.

—Un medio muy sencillo y muy doloroso. Al recibir la orden regia de acompañar a la soberana durante un largo viaje, Combabus se hizo mutilar; puso en un frasco su virilidad cortada y la entregó en depósito al tesorero de palacio. Al volver, cuando el rey le dijo que la reina se quejaba de sus tentativas, mandó traer el frasco, abriolo ante sus majestades y demostró su inocencia.

Contado por Enrique Gómez Carrillo
No. 98, Mayo – Junio 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 379