Eric González Conde

Eric González Conde

Eric González Conde

Inmigrante cubano, vive en Costa Rica desde hace más de 18 años (más de la tercera parte de su vida) Licenciado en Filología por la Universidad Central de Las Villas, Marta Abreu, Cuba. Posee posgrados en Literatura Infantil y Crítica Literaria.

Premio Nacional de Talleres Literarios, Cuba 1984, Gran Premio Nacional de Humorismo, Cuba 1989. Mención Honorífica del PREMIO CASA DE LAS AMÉRICAS, Cuba 2002. Mención Honorífica del Primer Concurso Iberoamericano de Narrativa para niños  INVENCIONES, organizado por el Centro Cultural de España en México y la Feria del Libro de GUADALAJARA 2009. Finalista del Premio español de literatura infantil LAZARILLO DE 1995.

Libros suyos se han editado en Cuba, Costa Rica, Colombia y Las islas Canarias, España.

Eric trabaja en su casa de habitación revisando ensayos, tesis y libros de literatura y preparando a estudiantes para exámenes en la rama del Español. La Universidad de Costa Rica, no reconoce su título de filología, ni ninguno de sus premios literarios, ni aún los 5 libros que el autor ha publicado con la Editorial EUNED, una de las más prestigiosas del país. Los graduados cubanos devienen en una competencia para los egresados de la Universidad de Costa Rica[1].

 

[1]Semblanza enviada por Eric Conde vía email

La primera muerte del abuelo

La primera vez que se murió Amal Tosco fue en 1801 y lo lloró toda la familia. Por ese entonces no había correos, y la noticia la llevaron a caballo. Pero a pesar de ello, vinieron parientes de Viñales, Bejucal y La Habana. De Cárdenas, de Cumanayagua y de Santiago, de Camagüey, Florencia y Santa Clara.

Las últimas en llegar fueron las tías de México y Santo Domingo, porque el tiempo estaba de ciclón, y los caballos se las vieron negras para llegar a Cuba. A las tías de México hubo que cambiarles la ropa, que la traían toda mojada de agua de mar y llena de ostiones y calamares del golfo de Campeche, y ponerles vestidos blancos y limpios; y a las tías de Santo Domingo hubo que peinarlas muchas veces, porque todas tenían el pelo largo y se les había enredado mucho cruzando el Paso de los Vientos.

Se juntaron tantos familiares en la casa, que para darles comida tuvieron que matar tres vacas y preparar el chocolate en tanques.

Cuando el jarro de chocolate había pasado ciento cuatro veces, frente a la caja del difunto, todavía Amal Tosco estaba más muerto que el más muerto.

Cuando repartieron el queso con dulce de guayaba, todo el mundo lo lloraba sin consuelo y sin esperanza ninguna. Pero cuando empezaron a colar el café criollo, el aroma subió hasta el guano del caballete, dio cuatro vueltas en el techo, atravesó el comedor, el primer cuarto, el segundo, la saleta y llegó a la sala.

Entonces se posó sobre la caja y le entró al abuelo por la nariz, muy profundo, hasta un rinconcito de la memoria, donde se guardan los vicios de los viejos. Entonces, el abuelo levantó la cabeza como un resorte y gritó: —¡Rosa María…, caféeee!

Eric González Conde
No. 125, Enero-Marzo 1993
Tomo XXII – Año XXVIII
Pág. 71