Los peces

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A orillas de un río, un monje tibetano se encontró con un pescador que cocía en una marmita una sopa de pescados. El monje, sin decir palabra, se bebió la marmita de sopa hirviendo. El pescador le reprochó su glotonería. El monje entró en el agua y orinó. Salieron los peces que había comido y se fueron nadando.

Alexandra David-Neel en: De Parmi les Mystiques et les Magiciens du Tibet (1929)
No. 17, Octubre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 336

La vuelta del maestro

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Desde sus primeros años, Migyur —tal era su nombre— había sentido que no estaba donde tenía que estar. Se sentía forastero en su familia, forastero en su pueblo. Al soñar, veía paisajes que no son del Ngari: soledades de arena, tiendas circulares de fieltros, un monasterio en una montaña; en la vigilia, estas mismas imágenes velaban o empañaban la realidad.

A los diecinueve años huyó, ávido de encontrar la realidad que correspondía a esas formas. Fue vagabundo, pordiosero, trabajador, a veces ladrón. Hoy llegó a esta posada, cerca de la frontera.

Vio la casa, la fatigada caravana mogólica, los camellos en el patio. Atravesó el portón y se encontró ante el anciano monje que comandaba la caravana. Entonces se reconocieron: el joven vagabundo se vio a sí mismo como un anciano lama y vio al monje como era hace muchos años, cuando fue su discípulo; el monje reconoció en el muchacho a su viejo maestro, ya desaparecido. Recordaron la peregrinación que había hecho a los santuarios del Tíbet, el regreso al monasterio de la montaña. Hablaron, evocaron al pasado; se interrumpían para intercalar detalles precisos.

El propósito del viaje de los mongoles era buscar un nuevo jefe para su convento. Hacía veinte años que había muerto el antiguo y que en vano esperaban su reencarnación. Hoy lo habían encontrado.

Al amanecer, la caravana emprendió su lento regreso. Migyur regresaba a las soledades de arena, a las tiendas circulares y al monasterio de su encarnación anterior.

Alexandra David-Neel
No. 23, Mayo 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 449

Los peces

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A orillas de un río, un monje tibetano se encontró con un pescador que cocía en una marmita una sopa de pescados. El monje, sin decir palabra, se bebió la marmita de sopa hirviendo. El pescador le reprochó su glotonería. El monje entró en el agua y orinó: Salieron los peces que había comido y se fueron nadando.

Alexandra David-Neel
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 29

Alexandra David-Neel

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Alexandra David-Néel

(Louise Eugénie Alexandrine Marie David)

(24 de octubre de 1868, Saint-Mandé – 8 de septiembre de 1969, Digne-les-Bains)

Fue sucesiva o simultáneamente orientalista, cantante de ópera, periodista, exploradora, anarquista, espiritualista, budista y escritora franco-belga.

Es conocida principalmente por su visita a Lhasa (1924), capital del Tíbet, ciudad prohibida a los extranjeros. Escribió más de 30 libros acerca de religiones orientales, filosofía y sus viajes. Sus enseñanzas fueron trasmitidas por sus principales amigos y discípulos: Yondgen y el francés Swami Asuri Kapila (Cesar Della Rosa). Sus obras han sido muy bien documentadas e influyeron en los escritores «beat» Jack Kerouac y Allen Ginsberg, así como en el filósofo Alan Watts.

Nacida en París, a los seis años se mudó a Ixelles. El padre de Alexandra fue profesor (y militante republicano a raíz de la revolución de 1848, amigo del geógrafo anarquista Élisée Reclus), y su madre una mujer católica que quiso para ella una educación religiosa. Alexandra frecuentó durante toda su infancia y su adolescencia al anarquista Élisée Reclus. Éste la lleva a interesarse por las ideas anarquistas de la época (Max Stirner, Mijaíl Bakunin…) y por las ideas feministas que le inspiraron la publicación de Pour la vie. Por otra parte, se convirtió en colaboradora libre de La fronde, periódico feminista administrado cooperativamente por mujeres, creado por Marguerite Durand, y participó en varias reuniones del « consejo nacional de mujeres francesas » o italianas aunque rechazó algunas posiciones adoptadas en estas reuniones (por ejemplo, el derecho al voto), prefiriendo la lucha por la emancipación a nivel económico, según ella causa esencial de la desgracia de las mujeres que no pueden disfrutar de independencia financiera. Por otra parte, Alexandra se alejó de estas « amables aves, de precioso plumaje », refiriéndose a las feministas procedentes de la alta sociedad, que olvidaban la lucha económica a la que debían enfrentarse la mayoría de las mujeres.

El 4 de agosto de 1904 se casó en Túnez con Philippe Néel conocido en el casino de Túnez, ingeniero en jefe de los ferrocarriles tunecinos, de quien era amante desde el 15 de septiembre de 1900. Aunque su vida en común fue a veces tempestuosa, estuvo siempre impregnada de respeto mutuo. Se terminó definitivamente el 9 de agosto de 1911 por su marcha para su segundo viaje a la India (1911-1925). No obstante, después de esta separación ambos esposos entablaron una abundante correspondencia que no acabaría hasta la muerte de Philippe Néel en febrero de 1941. Desgraciadamente, de esta correspondencia sólo se conservan las copias de las cartas escritas por Alexandra; parece que las escritas por su marido se perdieron debido a las tribulaciones de Alexandra en la guerra civil china, a mediados de los años 1940.

Sus intereses ideológicos atrajeron a la joven desde el principio, por medio de sus viajes famosos y largas estancias en el Tíbet fue adquiriendo gran conocimiento de los lamas budistas. Alexandra llegó a pasar largos años de enseñanza y, su nervio curioso, la motivaba a querer siempre más, elevar su conocimiento.

En especial, una práctica, un juego peligroso, algo que no debió conocer nunca fue el inicio de su particular verano. Alexandra se mostró muy interesada por una práctica budista denominada creación de un tulpa. Los lamas budistas le advirtieron que era una enseñanza nada recomendable, pues consiste en la creación de un fantasma generado a través de nuestra mente. Alexandra fue advertida de que estas creaciones podían volverse peligrosas o incontrolables. Demasiado tarde, Alexandra estaba fascinada con la idea e ignoró la advertencia de sus educadores.

Bajo la concepción del mundo según los lamas, el universo en el que vivimos es una proyección creada por nosotros mismos, no hay fenómeno que exista si no es concebido por el espíritu humano. Los tulpas son entidades creadas por la mente de los lamas y son generalmente utilizados como esclavos. Son figuras visibles, tangibles, creadas por la imaginación de los iniciados.

Alexandra se alejó del resto de sus compañeros y, una vez aislada de todo, comenzó a concentrarse en dicha práctica. Ella visualizó en su interior lo que quería crear, imaginando un monje de baja estatura y gordo. Quería que fuese alegre y de inocente actitud. Tras una dura sesión, aquella entidad apareció frente a ella.

Aquella entidad era algo así como un robot, sólo realizaba y respondía a los mandatos de su creadora. Con una sonrisa fija en su rostro, el monje accedía sin rechistar a lo que ella le ordenaba. Lamentablemente, no siempre fue así y aquel tulpa comenzó a realizar actividades que no les había sido encomendadas. Tal era la independencia de aquel fantasma de apariencia corpórea que los demás monjes lo confundían con uno más. Aquella entidad comenzaba a ser un ser con voluntad propia.

A medida que iba siendo más independiente, los rasgos físicos que aquel bonachón monje fantasma fueron cambiando. Su afable sonrisa fue cambiada por otra más pícara, su mirada pasó a ser malévola y nada afable para todos los que convivían con aquel extraño ser. La propia Alexandra comenzó a sentir miedo.

En su libro publicado, Magic and Mystery in Tibet, Alexandra David-Néel narra los seis duros meses que duró el invertir aquel proceso, conseguir que su creación se desvaneciera. Aquel monje se había hecho insoportable y Alexandra tardó lo suyo antes de conseguir invertir aquel proceso. “No hay nada extraño en el hecho que pueda haber creado mi propia alucinación. Lo interesante es que en estos casos de materialización, otras personas ven las formas de pensamientos creadas.”- declaró la antropóloga cuando posteriormente se le galardonaba con una medalla de oro por La Sociedad Geográfica de Paris y nombrada Caballero de la Legión de Honor.

Los tulpas son la materialización física de nuestros pensamientos y emociones. Cuantos más pensamientos, emociones y creencias se junten, con mayor realidad se mostrará esta materialización.

Alexandra escribió mucho tras su regreso a Paris sobre estas creaciones mentales y otras grandes vivencias que tuvo en el Tibet, le llamó también la atención los kilómetros que podían los lamas recorrer sonámbulos sin cansarse.

Como gran luchadora, emprendió un último viaje a sus 100 años para conocer el Himalaya, donde Alexandra buscaba la iluminación rodeada de muchos peregrinos. Sin duda, fue una vida enteramente dedicada al descubrimiento. Tal es el caso de su pasión que Alexandra secundó todo lo demás en su vida. En una de sus estancias en la India, recibió un telegrama que le notifica que su marido ha muerto.

El señor había mantenido correspondencia con ella de manera muy asidua, puesto que los viajes de ella siempre lo mantenían distanciado. Cuando Alexandra leyó el telegrama, le dijo a los que le rodeaban en ese momento: “He perdido un maravilloso marido y a mi mejor amigo”. No sabemos si se refería a perderlo porque había muerto o al ser consciente que cuando leía aquello caía en la cuenta de que llevaba veintiocho años sin acercarse a verle.

“La aventura será mi única razón de ser”- sentenció una vez, antes de sumergirse en un nuevo reto. Alexandra era una mujer de retos, como cuando se propuso pasar dos largos años en una cueva y dedicar todo el tiempo a la meditación. Acompañada únicamente de su maestro, Alexandra aprendió tibetano y el tantrismo budista en una cueva a 4.000 metros de altitud y a punto de morir congelada al sólo llevar una fina túnica de algodón. Pero para ella, todo aquello era excitante. “Será duro, pero increíblemente interesante”- comentó la exploradora a sus amigos antes de meterse en la cueva.

Su resistencia era algo que Alexandra se preparaba concienzudamente, no quería que ninguna práctica no le fuese posible debido a alguna limitación física. Por ello, se preparaba a fondo caminando a diario 40 kilómetros. La antropóloga fue capaz de superar temperaturas extremas, animales salvajes, hambre y enfermedades. “Para aquél que sabe mirar y sentir, cada minuto de esta vida libre y vagabunda es una auténtica gloria” – confesaba emocionada a sus seguidores, disfrazada de mendiga, con la cara ennegrecida por el hollín y el cabello oscurecido con tinta china[1].

El infierno

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Una anécdota en la que Bodhidharma es el héroe, refiere que habiendo discutido éste la existencia del Infierno con un príncipe chino que la negaba, mientras aquel se obstinaba en afirmarla, el príncipe se acaloró en el curso de la discusión. Se enfureció al escuchar que se le contradecía, y sin ningún respeto por su interlocutor le poseyó la furia, y sin poderse contener injurió a Bodhidharma, que al verlo en ese estado le dijo tranquilamente una vez más: “El infierno existe y os encontráis en él”

Alexandra David-Neel
No. 21, Marzo 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 214