Tenía razón, apenas se fuera, seguramente por falta de tiempo unos 4 o 5 días más tarde, las sábanas irían a la lavandería, desde luego con todas las palabras que se dijeron sobre ellas, con todas las caricias que se van escondidas entre las arruguitas. —No quiero pensar, debo olvidar la forma de pensar en ti. —Hace ya tiempo. Las sábanas han ido tantas veces a la lavandería que no debe quedar ya nada, absolutamente ya nada, de todo eso que dejé, el agua y el jabón lavan todo. ¿Por qué me acuerdo de las sábanas? —ahí están, arrugadas y solemnes. Había dos juegos, el amarillo y el azul, las fundas de las almohadas eran verdes, ¿se quedaron verdad?, no eran tuyas ni mías, eran del departamento. Se quedaron. —Hacer el amor es igual que nacer o morir, despiertas como si fuera la primera mañana del mundo, y tienes frío, porque después de morir siempre da un poquito de frio, y la cama es un gran pozo tibio y tengo que cerrar los ojos porque sentir tanto duele y encontrarse en otro que no se encuentra en ti, duele todavía más, y ese pozo que es un colchón en el suelo, —una semana tiene sábanas azules, la otra amarillas, el verde de las fundas no cambia— y son ritos antiquísimos y olvidos de noches abiertas, en Paris llueve mucho, no quiero pensar, debo olvidar la forma de pensar en ti.
He sobrevivido la espera.
Gloria Gervits
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 379