Soledad

Allí estaba la soledad haciéndome compañía. Tenía tanto tiempo de perderla, que decidí vigilarla toda la noche con una lámpara encendida. Pero recordé que la soledad le teme a la luz y apagué la lámpara.
La sentí sonreír y cobijarse a mi lado; se regocijó en el gran abismo que había en mi cama, colmó su sed con mis lágrimas y me robó el sueño de esa noche.
Hizo que fumara más de la cuenta, que me robara el silencio, que me robara el silencio, que tuviera pensamientos pecaminosos, que pensara en la muerte, que mi cuarto fuera más oscuro, que renegara de ser mujer, que recordara lo olvidado…
Desde entonces, he decidido estar sola.

Blanca Stella Brunal
No. 125, Enero-Marzo 1993
Tomo XXII – Año XXVIII
Pág. 7