Monólogo del escote

Era un escote peligroso para la mirada. No atrevido, provocativo más bien. Un imán que atraía la vista. Yo la estaba viendo a los ojos y cuando menos lo pensaba ya mi mirada había cambiado de dirección y los pensamientos también. Comencé a ponerme nervioso porque de un momento a otro esperaba la penosa situación de que ella abrochara algún botón (esto suele suceder cuando una mujer se da cuenta que sus senos tienen más importancia que su conversación. Entonces no queda más que disimular: “Qué bonito está tu pendiente”. “El color de tu suéter me gusta”).

Estaba más que indefenso, hipnotizado por esa afrodita del siglo veinte. Y luego, el calor sofocante de mayo. Imaginé esos montes rosados detrás de la fina cortina de tela blanca. Se veían firmes y orgullosos. El olor de ella era salvaje, pero su piel debía ser dulce. Me preguntaba si alguien la habría tocado ya (las mujeres deberían saber que el cachondeo les suaviza la piel y les deja los labios húmedos y brillantes. No hay necesidad de cremas y plastas de aguacate. El contacto con otra piel mantiene en forma la propia. Pero los tabúes, el “que pensarás de mi” o el “qué te crees que soy”, me impedían expresarle mi teoría).

¡Oh mujer bella y virginal en el abrazante mediodía de mayo! Bajo esa mirada inocente se escondían muchas noches de insomnio con las manos entre las piernas. ¿Por qué fingir? El fruto se caía de maduro y quien mejor que yo para comerlo

Ya no la escuchaba, su voz se precipitaba dentro de mí como una cascada de lava volcánica. Todo desapareció, el centro del universo eran sus pechos. Y ella agitaba su pelo y hablaba del calor (creo) mientras mi imaginación le traspasaba la ropa.

Tenía que hacer algo y rápido. Cualquier cosa a mi favor. Decirle que la amaba y que lo haría por siempre, que me casaría con ella, que le daría fortunas inmensas… pero ya no tuve tiempo. Se despidió quemándome el cachete con sus labios rojos y se marchó radiante, con la felicidad de quien se sabe deseada. Su piel dorada se alejaba dejándome inmóvil, absorto en la calentura del verano, con la cabeza a punto de explotarme como una olla express.

Bernardo Esquinca
No. 126, Abril-Julio 1993
Tomo XXII – Año XXIX
Pág. 145

Ícaro

Cuenta la leyenda que al salir volando del laberinto, Ícaro se acercó tanto al sol que la cera que sostenía sus alas se derritió y él cayo al mar ahogándose. Lo que en realidad pasó fue que, hechizado por el fulgor del astro, Ícaro decidió fundirse con él. Ahora, convertido en un rayo solar, llega hasta el sitio más recóndito del laberinto para guiar a los que se han perdido y, algunas veces, hasta les presta sus alas para que puedan salir.

Bernardo Esquinca Azcárate
No. 117, Enero-Marzo 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 71

Bernardo Esquinca Azcárate

Bernardo Esquinca

(Guadalajara, 1972)

 

Es un escritor mexicano cuya obra mezcla los géneros policiaco, fantástico y de terror. Su trabajo está fuertemente influido por la cultura pop, especialmente el cine, las series de televisión, la novela gráfica, la nota roja y la pornografía.

Estudió Ciencias de la Comunicación en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Fue productor y locutor de Radio Universidad de Guadalajara, y editor en los diarios Siglo 21 y Público, en Guadalajara. En la Ciudad de México, donde radica desde 2003, fue editor en Día Siete y Coordinador Editorial del Museo Nacional de Arte. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA.

Ha colaborado en Letras Libres, Nexos, Reforma, La Jornada, Crónica, El Financiero, Tierra Adentro, La Tempestad, Life & Style, Generación, W Radio y el IMER, entre otros medios. Codirige con José Soto Galindo la revista electrónica SensacionalD.

Obra

Ha escrito novelas, cuento y ensayo. Su primera obra publicada fue Carretera perdida. Un paseo por las últimas fronteras de la civilización (Nitro-Press, 2001), un libro de ensayos que en palabras de Sergio González Rodríguez es “un corte exacto de las obsesiones de su generación”. Bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, publicó la novela Belleza Roja, elegida por el diario Reforma como la Mejor Primera Novela de 2005. En opinión de Rodrigo Fresán, “es una perversa historia de amor, un policial donde el detective es quien menos sabe o se atreve a saber”.

Su libro de cuentos Los niños de paja (Almadía, 2008) fue elegido por la SEP para ingresar al programa Libros del Rincón en 2009. Con motivo de la aparición de este volumen, Bernardo Fernández Bef, “Esquinca es un raro entre los escritores de los setenta. Sus historias se adentran sin miedo en los agrestes terrenos de los subgéneros con bastante éxito”.

La novela Los escritores invisibles (FCE, 2009) fue elegida por el diario Reforma entre los mejores libros del año de su publicación. Luis Jorge Boone consideró que “en un medio contaminado hasta el tope de falsos oropeles y sobrepoblado por egos descomunales, Los escritores invisibles agrega una inteligente nota satírica al autorretrato”. En 2011, con el respaldo de la editorial Zeta, publicó La octava plaga[1].

 

¿Sueños?

Un hombre sueña que se mira en el espejo. Sueña también que su reflejo sueña que se ve en el espejo. Si en vez de despertarse el hombre, se despertara el reflejo, ¿qué pasaría? Este hombre quedaría atrapado, dormido y soñando en la página de este cuento.

Bernardo Esquinca Azcárate
No. 117, Enero-Marzo 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 43