La huelga

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Muy tempranito llegó el del sindicato, acompañado del dueño de la fábrica al que yo ni conocía. Me llamaron para hablar a solas porque según ellos, yo representaba el alboroto, los demás se quedaron callados, no lanzaron ni una mentada de madre pensando que el problema estaba resuelto; no sé cómo le hicieron para que mordiera el anzuelo, pero es bien cierto que hablaron muy bonito, me hicieron sentir importante, como si fuera uno de ellos. Yo quería decirles que no la chingaran, que pensaran en los hijos de los trabajadores, pero nomás se me ocurrió pensar en los míos y en el hambre que tenía. Luego les aventé la cobija a los compañeros que hasta me echaron porras y me fui en el carro del patrón porque me invitó a desayunar.

María Emilia Reséndiz
No. 138 – 141, Enero – Diciembre 1998
Tomo XXX – Año XXXIV
Pág. 10