La otra

Mi camino hacia el trabajo no suele tener atractivo, me voy pensando en lo que haría si me sacara la lotería, luego viene a mi mente el número cabalístico y por fin nunca compro el billete y ahí queda todo.
Aquella mañana todo hubiera sido igual, pero tenía un dolor en el cuello, me molestaba el esternocleidomastoideo, estaba tenso el músculo ése. (Me gusta decir esternocleidomastoideo, suena rimbombante y además es el único que me sé).
Al llegar a la oficina se incrementó el malestar y estuve a punto de tomarme un par de aspirinas; no hice tal, no recuerdo por qué. Seguí tolerándolo el resto del día.
Recordé la nochecita anterior: después de la cena, las copas, llegar y encontrarla ahí, reposada. No quise encender la luz por no incomodar, así que en silencio me desvestí, me puse medio pijama y al entrar a la cama la desconocí; era más alta, un poco más voluminosa y olía diferente. Permanecí quieto unos minutos, pero no logré conciliar el sueño; no era ella definitivamente.
Una hora después, ya desesperado, extendí la mano y con leves movimientos desperté a mi mujer, —¡Oye, ésta no es mi almohada!
Pedro A. González
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 752