Susana Alexander

Susana Alexander

Susana Alexander

(Nació el 3 de julio de 1943 en el Distrito Federal, México)

Suzanne Ellen Rose Alexander-Katz y Kaufmann, mejor conocida como Susana Alexander es una primera actriz mexicana, con raíces de origen judío, alemán, francés, británico e italiano. Hija de la destacada actriz Brígida Alexander y tía de la promisoria actriz Sophie Alexander.

Como hija de la destacada actriz, productora y directora Brígida Alexander, una de las pioneras de la televisión en México, entró al mundo artístico a muy temprana edad, en 1950 con apenas siete años debutó como conductora. Después trabajó en teleteatros y programas de cocina de Televicentro (hoy Televisa), Canal 4 y Canal 11, cuya productora era su madre. En el teatro debutó a los 14 años de edad en la obra «Las preciosas ridículas». Susana es una de las actrices más prolíficas del teatro en México, con una trayectoria de más de 80 obras. Después trabajó en cine, entre sus muchas películas destaca la taquillera Gaby: Una Historia Verdadera. También se destacó como bailarina, dominando la danza española, el ballet y la danza contemporánea. Estudió Letras Dramáticas en la UNAM, pero su gran maestro fue el director griego Dimitrio Sarrás. A los 20 años contrajo matrimonio con el matemático Julián Zagazagoitía, casi 20 años mayor que ella, tiempo después se divorciaron, aunque ella lo acompañó durante sus últimos días cuando murió de cáncer. Ha sido una destacada actriz de telenovelas, participando desde la década de los 60 en producciones como Chucho el Roto, Lucía Sombra, Mañana será otro día, En busca del paraíso, La traición, Cuando llega el amor y Súbete a mi moto, entre muchas otras. En los últimos años se ha dedicado al cine y al teatro, éste último, una de sus mayores pasiones.

En una entrevista concedida a la página Vip Latino en diciembre de 2010, ella aseguró que jamás se retiraría de la actuación, porque según sus propias palabras: «Si no actúo… no soy»[1].

Lujuria

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¿Lujuria? Me quedé pensativa tratando de descifrar esa palabra. Lujuria sonaba a lujo y ría. El lujo es algo que tiene que ver con los ricos: los abrigos de mink, los anillos de diamantes, las botellas de campaña, los yates por el Mediterráneo. ¡Y cómo va a dar risa o felicidad todo eso! (aunque dicen que los ricos también lloran). “Ría con lujo” decía un anuncio de pasta dental, recordé. Así que tal vez tendría algo que ver con los dientes, con la boca, con un beso/con tu cuerpo que beso con mi boca/con tu boca que me recorre entera y llena de risa y de lujo ¡¡y seguramente también de lujuria!!

Sin embargo me entró la duda. Al repetir varias veces la palabra lujuria, lujo ira, lujo ira, fue saliendo de esa repetición y recapacité, traté de recordar dónde había escuchado esa palabra antes… ¡Claro! ¡Era un pecado capital! Por lo tanto era pecado capital el lujo y de allí la ira contra el lujo, de allí Lujuria; y de allí adiós al lujo, al mink, al yate, a nuestros besos, nuestros goces, y adiós también a ese Dios que me negaba la posibilidad de vivir el lujo de la vida, y la risa y la misma ira: es decir ¡¡de disfrutar de la lujuria!!

Susana Alexander
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 83