Piel de silencio o Ulises urbano


Ya han hecho el amor. Ulises lo imagina. Se han bañado. Salieron al trabajo. Están cerca y tomados de la mano. Ulises los mira. Ellos no lo miran. Cada parada del autobús son los ojos de Caronte. Polvo. El silencio extiende sus aromas sobre el tacto, habita los rincones, se enrosca. Ellos felices. Su pobreza lame la herida lacerada del bolsillo. ¡Qué bien acaricia el hambre de su sonrisa! Es más grande este silencio que el verdadero silencio. El motor se detiene y después prosigue interminablemente. Todos llevan un destino. Algún punto. La mañana es demasiado nueva. Ulises se pregunta ¿tendrán felicidumbre? La ansiedad le crece por donde camina la envidia. Ve pasar las viscosidades de un sueño y la bruma de la gente que sube y baja. Ellos no hablan durante el viaje. En Ulises hienden todas las dudas. Llevan la felicidad tatuada en quemante violeta. Su mirada se vuelve viento. Llega a todos los rostros sentados o de pie. Nadie expresa nada. Prisa tal vez. ¿Qué secreto guardan? Incendian el día con los párpados. Aún queda un vestigio lunar sobre la piel.

Los pasajeros son como fracturadas piedras que ruedan. Una mujer desciende sin alterar el paisaje. Lleva el autobús la mitad de su trayecto y el polen del día se levanta. Detrás del borde de la ventanilla cruzan las puertas cerradas de los bancos, los anuncios luminosos que se apagan, las rejas de las escuelas encadenadas: algunas voces rompen la calle.

El autobús se ha detenido aunque se desplaza. Ulises voltea, mira hacia el asiento de la pareja. Poco a poco se disipa hasta quedar inmóvil y perderse definitivamente.

Roger Metri
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 56