Una vez un hombre, después de largos días de paciencia, logró armar un barquito de esos que se forman pieza por pieza dentro de una botella.
Cerró la botella el hombre con un tapón de corcho y lo puso en la sala de su casa, sobre la chimenea. Allí la mostraba orgullosamente a sus amigos.
Un día que el hombre estaba viendo su barquito, notó asombrado que una de sus pequeñas ventanas se había abierto, y a través de ella observó algo que lo dejó asombrado: en una sala como la suya, sobre una chimenea como la suya estaba otra botella igual a la suya, nomás que extremadamente más pequeña, con otro barquito dentro como el suyo. Y la botella estaba siendo mostrada a sus amigos por un hombrecito diminuto que no parecía sufrir nada por el hecho de estar dentro de una botella.
El hombre sacó el tapón y con unas pinzas cogió al hombrecito, pero lo apretó de tal manera que lo ahogó.
Entonces el hombre escuchó un ruido. Volvió la vista y descubrió asustado que una de sus ventanas de la sala se había abierto. Un ojo enorme lo atisbaba desde afuera. Y lo último que alcanzó a mirar el hombre fue un par de enormes pinzas que avanzaban hacia él como las fauces de un animal monstruoso.
Armando Fuentes Aguirre
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 29