El pulgar


—Esta nena goza de perfecta salud, dijo el doctor Sánchez Vicking regalando una de sus mejores sonrisas de joven pediatra. Sobre la camilla, un bebé de pocos días lloraba aún como epílogo de su primera visita al médico.

—¿Le vio la fontanela, doctor?, preguntó, algo inquieta, la abuela. A mí me dijo una amiga que su cuñada tiene un hijo medio idiota porque se le cerró la fontanela demasiado pronto y la cabeza no le pudo crecer bien.

El doctor paseaba su aristocrática mano por la coronilla de la criatura: —no señora, no se aflija que todo anda muy bien por aquí, ¡tiene usted una nieta muy sana y linda!

—¡Ay!, suspiró la mamá, tan delicada esa cabecita…

—No lo crea, replicó Sánchez Vicking profesionalmente, la naturaleza es demasiado sabia para desguarnecer algo tan fundamental como el cerebro. Si bien cartilaginosa, a esa edad la calota es muy elástica pero tremendamente resistente (y contrajo su mano acompañando la afirmación).

Lo repentino del silencio le hizo bajar la vista. Se miró la mano y la escondió rápidamente a la espalda como un chico pillado en falta.
No pudo ocultar, en cambio, el grueso borbotón de sangre que surgió del orificio dejado por su pulgar en el diminuto cráneo.

Mariano Ferrazzano
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 423