Quizás si su mano no hubiera empujado la puerta, ahora no tendría que empezar de nuevo con todo, la conversación diaria, los mismos rostros cotidianos, el sonido de los cubiertos y sobre todo las voces haciéndole la comida insoportable.
Probó el pescado y estaba amargo, probó el arroz y también estaba amargo, la sopa, el dulce… Todo estaba amargo. Miró a su alrededor. Los rostros también estaban amargos. Empezó a reírse a carcajadas, mientras preguntaba: ¿No será que todos estamos empezando a podrirnos?
Lucio Estévez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 727