—Hijo mío, hijo mío…
Por fin encendió una lamparita y vi su cuerpo. Pero su cara quedó en la oscuridad.
Yo le dije “Mamá”.
Me pidió que la abrazara. Y sentí sus uñas clavarse en mis hombros: pronto noté la humedad de la sangre.
—Hijo mío, hijo mío, bésame.
Me acerqué y la besé. Y sentí sus dientes clavarse sobre mis labios: la sangre corrió por mi cara húmeda.
Se separó de mí un instante y pude ver su vientre. Dentro de sus entrañas había un ternerito que dormía. Y la cara del ternero era mi cara.
Arrabal
No. 93, Mayo-Junio 1985
Tomo XVI – Año XX
Pág. 659
Arrabal
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 723
Arrabal
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 10