Día para morir

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Llueve. Con desesperación. Como si fuese una despedida. Tal vez sean lágrimas por nosotros. Hoy debemos morir.

Nuestra historia se remonta al primer paisaje que mirara el río. Nuestra historia de verdes y de pájaros, de flores y serpientes. Y sobre la tierra, nosotros. Como centinelas.

Las mujeres han pedido clemencia por nuestros pequeños.

—¡Son tan tiernos! ¿Qué valdrá sacrificarlos como a los otros? —han dicho.

Pero sus hombres tienen corazón de sangre. No habrá perdón.

Esta es nuestra última noche de vigilia. Sabremos del horror de las mutilaciones del desesperante ritmo de los golpes crueles.

La memoria es joven y los recuerdos viven. Hubo una primera vez y muchas otras para las catástrofes. Al cabo del tiempo despierta está la ambición del enemigo. Nos controla.

Soy el más viejo. El jefe. Ninguno iguala la arrogancia de mi porte. Moriré primero. Lo sé. Los míos me verán caer. Un agudo clamor lanzarán los pájaros. Yo en silencio.

No sé por qué la fatalidad de estas masacres. Ni siquiera nos odian. Pero siempre la muerte ha llegado con ellos. ¡Y hemos logrado ser amigos de serpientes y de topos! Y de las mariposas.

Otros emigran ante el peligro. Nosotros no. Penetramos la tierra para quedarnos hasta el fin. Nos han embriagado sus jugos. Somos, con ella, indisolublemente.

Nos arrojarán al río. Así lo hicieron antes. Hemos visto pasar a otros vencidos. No sé a dónde. Y no puede importarme.

Quizá no existan definitivas muertes. O, al menos, muchos seguirán viviendo; en otra isla, en otro rincón del mundo.

Hermanos: la lluvia ha cesado. Habrá sol. Cuando despunte, el brillo de las hachas ocultará el reflejo del rocío. Los leñadores vendrán sobre nosotros. Con furia terrible y fría. Y hasta alguno cantará. Pero no los pájaros.

Sofía Acosta
No. 63, Febrero-Marzo 1974
Tomo X – Año IX
Pág. 409