Réquiem

Estoy aguardando el instante. Antes, saborear lo que nunca he tenido. Ahora, sólo, enclaustrado. Acometiendo al final, temeroso de mí mismo.

El lugar lleno de humedad, sin luz, con musgo en las paredes que forma parte de mi estancia abandonada, sola, desamparada, desilusionada.

A cada instante pensativo… un segundo, un minuto, una hora… recordar lo poco que hice. Nada.

El sol allá a lo lejos, no lo he sentido desde hace tiempo. Algunas veces logro robar una línea de luz fugaz, penetra en mi cuarto y la capto gozoso. Después del atardecer, todo rojizo, el sol apagado, entristecido. Su incandescente luz no me abriga, pero él aún seguirá y yo terminaré.

Por las tardes siento la brisa del aire que viene de lejos, el aire que mueve las nubes, el viento que tira las hojas del árbol, el viento que va de allá para acá libre.

Aún me animo a pensar en algo que hice, pero no me atrevo a susurrarlo siquiera. Lejos, triste, solo… Tuvo que ser así. Ahora a esperar, seguir esperando, antes y después que siga viviendo, esperar. ¿Cómo?

Caminaré por un pasillo, como entre nubes. Veré a mis flancos algunas caras, asombradas, temerosas, espantadas. Pero ya no sentiré, la espera habrá terminado.

Saldré a un terreno baldío, frente a un muro. Estaré firme, sonriendo. En ese momento recordaré todo. Llorar, reír, odiar, amar. Pero ahí estaré. Esperando el movimiento de los índices y el sonido final. Caeré, acabaré.

Después las campanas, un catafalco, un túmulo sin nada, sola la tierra. Abandonado, temeroso. Y yo ahí esperando como hasta ahora. ¿A quién?, al amor, al miedo, a Dios.

 

Rafael C. Reséndiz R.
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 110