Homenaje a Edmundo Valadés
A finales de los años setenta, cuando éramos estudiantes universitarios, conocimos la revista El cuento, dirigida por Edmundo Valadés desde México. En ese tiempo ya habíamos empezado a publicar Ekuóreo, revista de minicuentos, y estábamos definiendo su contenido editorial. El cuento, de alguna forma, iluminó ese camino.
Lo que aprendimos del maestro Valadés, con sus comentarios o la publicación de cartas de lectores, al principio de la revista, es que teníamos que leer muchos cuentos para aprender a escribir cuentos.
Años después, en una entrevista, Edmundo Valadés aseveró que Ekuóreo había sido la primera revista especializada en minicuentos en Latinoamérica. Esto despertó la curiosidad de Carlos Paldao, editor de la Revista interamericana de bibliografía (RIB) de la OEA, que a través de un encuentro en Europa entre la española Francisca Noguerol y el colombiano Henry González Martínez pudo constatar que Ekuóreo no había sido un invento de Valadés. Paldao publicó en 1996 un número especial de la RIB (el Vol. XLVI, No. 1-4) en el que la revista Ekuóreo salió por fin de su fase mítica y se instauró en la realidad de las bibliografías.
Nuestra deuda con el maestro Valadés es, por tanto, grande, y a los 20 años de su muerte queremos rendirle este pequeño pero agradecido homenaje.
La incrédula
Sin mi mujer a mi costado y con la excitación de deseos acuciosos y perentorios, arribé a un sueño obseso. En él se me apareció una, dispuesta a la complacencia. Estaba tan pródigo, que me pasé en su compañía de la hora nona a la hora sexta, cuando el canto del gallo. Abrí luego los ojos y ella misma, a mi diestra, con sonrisa benévola, me incitó a que la tomara. Le expliqué, con sorprendida y agotada excusa, que ya lo había hecho.
—Lo sé —respondió-, pero quiero estar cierta.
Yo no hice caso a su reclamo y volví a dormirme, profundamente, para no caer en una tentación irregular y quizás ya innecesaria.
¿Por qué?
En el sueño, fascinado por la pesadilla, me vi alzando el puñal sobre el objeto de mi crimen.
Un instante, el único instante que podría cambiar mi designio y con él mi destino y el de otro ser, mi libertad y su muerte, su vida o mi esclavitud, la pesadilla se frustró y estuve despierto.
Al verme alzando el puñal sobre el objeto de mi crimen, comprendí que no era un sueño volver a decidir entre su vida o mi libertad, entre su muerte o mi esclavitud. Cerré los ojos y asesté el golpe.
¿Soy preso por mi crimen o víctima de un sueño?
La marioneta
El marionetista, ebrio, se tambalea mal sostenido por invisibles y precarios hilos. Sus ojos, en agonía alucinada, no atinan la esperanza de un soporte.
Empujado o atraído por un caos de círculos y esguinces, trastabilla sobre el desorden de un camerino, eslabona angustias de inestabilidad, oscila hacia el vértigo de una inevitable caída. Y en última y frustrada resistencia, se despeña al fin como muñeco absurdo.
La marioneta –un payaso cuyo rostro de madera asoma, tras el guiño sonriente, una nostalgia infinita- ha observado el drama de quien le da transitoria y ajena locomoción. Sus ojos parecen concebir lágrimas concretas, incapaz de ceder al marionetista la trama de los hilos con los cuales él adquiere movimiento.
Final
De pronto, como predestinado por una fuerza invisible, el automóvil respondió a otra intención, enfilado hacia imprevisible destino, sin que mis inútiles esfuerzos lograran desviar la dirección para volver al rumbo que me había propuesto.
Caminamos así, en la noche y el misterio, en el horror y la fatalidad, sin que yo pudiera hacer nada para oponerme.
El otro ser paró el motor, allí en un sitio desolado.
Alguien que no estaba antes, me apuntó desde el asiento posterior con el frío implacable de un arma. Y su voz definitiva, me sentenció.
—¡Prepárate al fin de este cuento!
Pobreza
Los senos de aquella mujer, que sobrepasaban pródigamente a los de una Jane Mansfield, le hacían pensar en la pobreza de tener únicamente dos manos.
Sueño
Sentada ante mí con las piernas entreabiertas, columbro la vía para cumplir mi sueño de cosmonauta: arribar a Venus.
Memoria
Cuando alguien muere, sus recuerdos y experiencias son concentrados en una colosal computadora, instalada en un planeta invisible. Allí queda la historia íntima de cada ser humano, para propósitos que no se pueden revelar.
Enfermo de curiosidad, el diablo ronda alrededor de ese planeta.
EKUÓREO: Siendo estudiantes de literatura, Harold Kremer y Guillermo Bustamante Zamudio inventaron y sostuvieron una mini-revista de minicuentos: Ekuóreo. Diez años después, el maestro Edmundo Valadés habló de ese juego como una publicación especializada en recoger minicuentos. Quince años después, los editores recibieron una llamada de la OEA, pues no podían publicar su número de la Revista interamericana de bibliografía, dedicado al microrrelato, sin una reseña de ese trabajo. «Si hubiéramos sabido que Ekuóreo iba a ser famosa, la habríamos hecho más bonita», se lamentaba Kremer.
Efectivamente —como dice Raúl Brasca, en la tercera entrega de sus antologías de minicuento (Dos veces bueno 3)—, Ekuóreo es «una mítica revista literaria colombiana, la primera en Latinoamérica dedicada exclusivamente a la minificción» (Buenos Aires: IMFC, 2002. p.5). Lo de “primera en Latinoamérica” puede ser una exageración, pues tal vez es la primera en el mundo; y lo de “mítica” sí que es justo, pues con el auge del género y, en consecuencia, con el auge de los estudios sobre esa forma literaria, Ekuóreo se volvió de reiterada mención (ver…), pero por su forma de aparición, por su formato, porque siendo jóvenes ellos no sabían que eran precoces, no tenía registro ISSN; al principio ni siquiera tenía fecha. Por ser “literatura volante” —como diría Juancarlos Moyano en un artículo en el periódico El excelsior de México (de próxima aparición aquí)— no ha anidado en las maneras tradicionales de reseñar las publicaciones periódicas, ni incluso en las maneras habituales de guardarlas en las bibliotecas.
Más de veinte años después, entonces, se hace la historia de la primera época de la revista: se relata el proceso, se reseñan las fuentes de los textos y de las ilustraciones —en la medida de lo posible—, se reproducen todos los relatos publicados y facsímiles de todas las entregas, se revelan secretos y se hunde en el misterio cosas que parecían claras, se introduce un índice alfabético de los autores publicados y una bibliografía de minicuentos, sobre el minicuento y otros asuntos…
HAROLD KREMER. (1955). Nació en Buga, Colombia, en 1955, y vive en Cali desde siempre y para siempre. Profesor de la Universidad del Valle y cofundador en 1980 de Ekuóreo, la primera revista hispanoamericana de minicuento, se ha dedicado con asombroso empeño a la investigación del cuento como género. Ha publicado con Guillermo Bustamente Zamudio Los minicuentos de Ekuóreo y Colección de cuentos colombianos.
Con una larga lista de publicaciones y premios se confirma su dominio del oficio.
Triunfo Arciniegas dice: La lectura es una pasión que se refina con los años. Hay autores que definitivamente no volveré a leer, hay libros que se caen en la primera página, hay escritores cuya escritura echa a perder el más preciado tema, pero Kremer se mantiene sorpresivo y fresco, digno de numerosas lecturas. Y en una casa repleta de libros, los suyos permanecen al alcance de la mano en la mesa de noche.
En el prólogo de La noche más larga (1984), el novelista Fernando Cruz Kronfly escribe sobre el mármol unas preciosas y precisas palabras de absoluta vigencia: “Harold Kremer, el autor, es una de esas personas que parecen no interesarse por saber en qué consiste o dónde queda exactamente la línea divisoria entre la literatura y la vida… un narrador serio, sin afanes ni aspavientos… un trabajador solitario y hasta entristecido, que sabe perfectamente bien en qué consiste el inmenso valor de lo imaginario y de la ficción, … Y que conoce, igualmente bien, la regla de oro de la literatura según la cual el único compromiso del escritor consiste en hacerlo bien, con originalidad pero sin ignorar lo mejor de los avances culturales universales”.
A pesar de los premios, de los periódicos y las revistas que han destacado sus cuentos, de las traducciones al alemán, el inglés, el hebreo y el portugués, Harold Kremer todavía es un escritor secreto. Un secreto que no debemos mantener, para dicha de todos. Ya es hora de que una gran editorial remedie el asunto.
Triunfo Arciniegas,Pamplona, 2011[1]
GUILLERMO BUSTAMANTE ZAMUDIO. (1958). Nació en Cali, Colombia. Es licenciado en Literatura e Idiomas y Magíster en Lingüística y Español. En 2002, obtuvo el Premio Isaacs con su libro Convicciones y otras debilidades mentales y en 2007, su libro Roles ganó el Tercer Concurso Nacional de Cuento de La Universidad Industrial de Santander. Junto a Harold Kremer, ha sido un cultor del minicuento en Colombia a través de la fundación y dirección de la revista Ekuóreo y las antologías Antología del cuento corto colombiano, Los minicuentos de Ekuóreo y Segunda Antología del cuento corto colombiano. Ha publicado los libros de microrrelatos, Oficios de Noé, en 2005; Libro sobre microcuento, en 2008; escrito a dos manos con Harold Kremer y Ekuóreo: un capítulo del minicuento en Colombia, en 2008. Varios de sus cuentos componen antologías de microrrelatos en Colombia e Hispanoamérica.[2]
HENRY FICHER. (1960) Nació en Miami Beach. De padres judeo-cristianos, llegó a Colombia gracias a las peripecias de su padre, donde se instaló en Cali hasta los 22 años. A los 19 años conoció a Harold Kremer y Guillermo Bustamante cuando la legendaria revista Ekuóreo empezaba sus publicaciones. En esos años comenzó a escribir minicuentos, de los cuales dos fueron publicados en la revista. Juntos realizaron el primer concurso nacional de minicuentos. Durante ese breve período fue miembro del comité de dirección.[3]
[1] http://eltriunfodearciniegas.blogspot.mx/2011/04/harold-kremer-un-escritor-secreto.html
[2] http://revistamicrorrelatos.blogspot.mx/2010/10/breve-entrevista-guillermo-bustamante.html
[3] http://revistamicrorrelatos.blogspot.mx/2011/04/breve-entrevista-henry-ficher.html