Contradicción

Esa noche el domador hacía maravillas. De pronto, miró al piso de la jaula y de un salto ¡cayó sobre el lomo de la fiera!

El público, atónito, estalló en aplausos… y el domador ahí; la fiera dando zarpazos… y el domador ahí; la fiera rugiendo enfurecida… y el domador ahí.

No se bajó hasta que se fue la cucaracha.

Eugenio Zamora Martín
No. 69, Abril – Junio 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 272

De todo un poco

Se despojó del sombrero y se sentó. Un momento después salió el caballero de la casa y comenzó la charla.

—Yo vine por lo del anuncio…

—¡Ah sí! —dijo el caballero, cortándole—¿qué sabe usted hacer?

—¿Yo?, pues… de todo. Desde cocinar hasta atender una oficina.

—¡Magnífico! Es usted, justamente, la persona a quien yo buscaba. ¿Y cuál es su nombre, por favor?

—¿Yo? Alicia Ji, ji, ji.

Eugenio Zamora Martín
No. 67, Octubre-Diciembre 1974
Tomo XI – Año XI
Pág. 78

Eugenio Zamora Martín

Eugenio Zamora Martín

Eugenio Zamora Martín

Eugenio Zamora Martín, nació en Colón, Matanzas en 1940. Fue profesor de Biología, Psicología y Didáctica de las Ciencias en los Planes de Estudios Dirigidos del MINED. Su primer libro “Botánica elemental”, se publicó en 1965.[1]

Desdicha

—¿A quién echarle la culpa de esta terrible situación? ¿A los dioses? ¿A mis padres?… Yo no puedo saberlo. Sin embargo, lo cierto es que esta incertidumbre me tortura, me mata. Y lo peor del caso es que pasan los años… y ¡nada! ¡ni la mujer, ni la yegua! ¡Qué horrible es ser centauro!

Eugenio Zamora Martín
No. 67, Octubre-Diciembre 1974
Tomo XI – Año XI
Pág. 29

En un país de América

Toda la vida soñó con el poder.

Desde pequeño casi siempre sus conversaciones se referían a lo mismo: ¡algún día seré presidente! Y sus amigos le miraban, perplejos unos; burlones otros, pero a él poco le importaba.

Ya de joven se inició en la carrera militar y en pocos años se sucedieron ascensos y condecoraciones, mas no por su talento, sino porque su afán de grandeza vencía la inercia de su mediocre inteligencia.

Por fin, un buen día le llegó su último ascenso, el más apetecido, el más añorado, ¡ya era general! ¡Ya estaba a un solo paso de su meta suprema!

Durante varios meses planeó el golpe de estado y ahora, para suerte suya, el gobierno se encontraba en crisis.

Avisó de su audaz decisión a sus más cercanos colaboradores y lo planeó todo cuidadosamente. La acción no podía fallar y menos ahora que el general Urquizo, jefe de la guardia palaciega, convino en que le esperaría frente a Palacio con la guarnición rendida y puesta a sus órdenes.

Eran más de las doce de la noche cuando, con ostensible emoción, llegó a la mansión presidencial. Jadeante y sudoroso, preguntó a los reunidos por el general Urquizo.

El jefe del grupo, un capitán de voz grave le informó, cuadrándose:

—¡El general Urquizo no recibe! Está muy ocupado en estos momentos formando el nuevo gabinete.

 

Eugenio Zamora Martín
No. 82, Julio-Agosto 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 185

Tacto

Miro hacia abajo y veo el cielo lleno de estrellas blancas, carmelitas, rosadas, rendidas de amor ante las miradas de los luceros que les guiñaban los ojos, picarescos.

Miro hacia arriba y veo… ¡No, por favor que no es el suelo! ¡Yo jamás he dicho una mentira!

Eugenio Zamora Martín
No. 66, Agosto-Septiembre 1974
Tomo X – Año X
Pág. 758

Los pitirres

Lentamente, los pitirres toman el vuelo de sus alas y zumban y zumban y rezumban como zunzunes asustados o baten aires intensos, difíciles de vencer con expansiones de vacío, mientras, afuera, un sortilegio de escalas dispersas por el éter, se difuminan en bellos semitonos que los pájaros absorben medrosos, inclinándose entre ellos (que son bandadas), un lóbrego coloquio.

El vuelo vuelve a las alas, ya tranquilas, ya silenciadas por el día reciente que ha llegado y marca una nueva acción, trágica ahora, como las existencias de las aves que van dejando de ser lo que ya fueron porque una muerte segura les robó su vuelo; les robó las alas y les quitó el espacio poco a poco.

El niño terminó de dibujar y tiene sueño.

Eugenio Zamora Martín
No. 58, Abril-Mayo 1973
Tomo IX – Año X
Pág. 665

Peregrino

Yo caminé día tras día por la Calzada de los Cuervos.
Desde el mismo fondo de la noche me asaltaban las dudas y me abrazaban las palabras, pero no me detuve ni un instante. Seguí hollando el camino con mi pie descalzo, aunque sabía que más allá de su final me esperaban ansiosas otras noches de angustias.

Crucé vados y selvas; escribí sobre mis manos, con tinta de lágrimas y sangre, mil nombres que estuvieron alguna vez junto a mis horas, pero se me borraban con el llanto. Yo quise saber más, mucho más… Siempre más de la nostalgia. Por eso anduve toda la noche y caminé sin cesar hasta el absurdo, pero esas horas tediosas y rendidas navajaban mi rostro; ¡esas malditas horas que yo he querido siempre penetrar y vencer!

…No logro detenerme. No puedo detenerme. La cadena es interminablemente larga y difícil. Alguien ha dicho con acierto (no sé si filósofo o sibila), que su eslabón postrero está muy lejos, quizás un tanto más allá del infinito. Pero yo no hago caso. Persevero en mi empeño inútil de vencer a las horas. De seguir buscando en este gran peregrinar, cada minuto, por toda la interminable noche de este sueño.

Eugenio Zamora Martín
No. 75, Enero-Febrero 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 183

Cuestión de ver

Dicen, que porque tengo la boca en el ombligo, soy un ser extrañísimo, sin embargo, yo no lo veo raro.

Dicen, que porque tengo las manos en la cara y las orejas en los muslos, soy algo monstruoso, sin embargo, tampoco lo veo extraño. Pero… claro, es posible que sea la costumbre.

Quizás pudiera ver las cosas diferentes si no tuviera ojos en los pies.

Eugenio Zamora Martín
No 70, Julio-Diciembre 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 423

El invento

El profesor Wilocphene, gran sabio y medio alquimista citado por Thorpe, en su libro famoso “invenciones raras, pero efectivas”, gustaba de hacer inventos increíbles con nombres también increíbles.
De él se cuenta que en cierta ocasión construyó “El colador de alcayatas”, un pequeño aparato de diecinueve libras que era capaz de trasladar edificios completos a grandes distancias.

Según cuenta también el referido Thorpe, el sabio reunió los útiles siguientes: un buje de cemecán, una contrapelusa de pericandil, un cobertor o zepetroco, una barra de pericardán, una aguja de coser calderos, un contrapunzón con su cuchufleta y una piedra de amolar mandarrias. A todo esto le añadió una porción de pegamento de perilinaza y salió por fin el mencionado invento.

Durante varios días estuvo el sabio con su laboratorio robándole tiempo al sueño y al descanso. Cuando hubo terminado el artefacto lo mostró a sus incrédulos compañeros y uno de ellos, el Caballero de Torremolina, riendo de oreja a oreja, ofreció su palacio para que fuese trasladado de lugar. El sabio indicó que debía ser por la noche, antes que la luna saliera y su encumbrado amigo lo aceptó.
Al día siguiente, el burgués amaneció a la intemperie.

Eugenio Zamora Martín
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 599