NOV 27
Breve entrevista a Adriana Quiroz
Adriana Quiroz es originaria del Distrito Federal, México. Muy joven se trasladó a Utah, Estados Unidos, para su formación académica. De regreso a México trabajó como maestra y a los 22 años, contrajo matrimonio con Edmundo Valadés. Así, se puede decir que la semblanza de Adriana es una paralela a la de Edmundo. Con el escritor Valadés, Adriana tuvo sus primeras incursiones en la literatura.
IM: Se cumplen 75 años de la primera época de la revista El Cuento, 50 del primer ejemplar de su segunda época y 15 del último número, así como 20 años del fallecimiento del maestro Edmundo Valadés. ¿Qué significa todo esto para usted?
AQ: En términos de tiempo, que éste es relativo. Tres cuartos de siglo han transcurrido y el mundo de las letras mexicanas sigue lleno de Valadés y de su obra. El cuento es el más extraordinario programa de difusión de las letras desde Vasconcelos.
IM: ¿Cómo era el maestro Edmundo Valadés? Como persona, como escritor, como esposo.
AQ: Valadés era un hombre generoso, profundo, tranquilo, que se conducía en la vida conyugal igual que en su vida pública: con respeto, paciencia y amor.
IM: ¿Qué significaba para el maestro Valadés la revista El cuento?
AQ: Era una parte de su vida. A Valadés no se le puede entender sin El cuento. Tenemos desde luego sus libros, pero no se debe olvidar que Edmundo no sólo fue un creador literario, sino un periodista excepcional, en su momento quizá el primero en abordar a lo literario como una especialidad periodística. En El cuento vemos un reflejo de esto: un periodista –escritor al servicio de un propósito noble: compartir con todos los públicos posibles su propia visión. Esto es lo que hacen los periodistas.
IM: ¿Cómo llegó Edmundo Valadés a la minificción?
AQ: Como llegan los creadores a su terreno de mayor fertilidad: a través de la obra misma. Valadés no fue novelista –aunque en su legado hay por lo menos un intento de abordar el género- quizá porque su vida fue de una intensidad notable. No tenía en lo personal ni en lo profesional el largo aliento o el gusto por la reclusión que exige la creación novelística, sino la intensidad vital que caracteriza al cuento.
IM:¿Cómo era el maestro Valadés como tallerista?
AQ: El taller fue una continuación de El cuento. Si en la revista nos lleva de la mano por los gozosos caminos de la creación cuentística de todo el mundo, en los talleres orientaba a los futuros creadores para que encontraran su “norte”. Si se revisa la colección de la revista, algo que salta de inmediato a la vista es que a lo largo de los años Edmundo reunió el más amplio catálogo de técnica literaria, por así decirlo, de reflexiones sobre la estructura profunda del género, que se conozca. Es realmente asombroso.
IM: Como promotor de la minificción que era, nos llama mucho la atención que el maestro Valadés no tenga una obra minificcional más generosa.
AQ: Ciertamente la obra de Valadés puede considerarse breve… pero de una profundidad e intensidad singulares. A cambio de ello abrió las puertas y guió con enorme generosidad a muchos autores, y propaló el género mediante la revista. Hay muchas anécdotas al respecto. Una que me gusta en particular refiere cómo dos adolescentes se presentaban los domingos por la mañana en su casa para mostrarle sus escritos y pedirle orientación. Valadés los recibía aunque hubiera estado trabajando hasta la madrugada. Los nombres de esos adolescentes eran Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco.
IM: ¿Cuáles eran los libros de cabecera del maestro Valadés?
AQ: Creo que todo libro que caía en sus manos se convertía en un libro de cabecera. Contaba cómo había perdido El faro del fin del mundo y cómo durante años buscó reponer ese volumen inhallable. Un día, un sobrino suyo fue puesto al frente de una agrupación de contables y en sus primeras tareas se puso a reordenar la biblioteca de la organización, en donde además de textos especializados había algunos ejemplares literarios. Edmundo se presentó en el local y al entrar, ahí a mitad de los montones de libros, vio El faro… “Con permiso”, le dijo a su sobrino, “pero ¡éste es mío!” Solía decir que cuando alguien desea un libro con pasión e intensidad, ese libro se abre camino hacia uno.
IM: El libro de la imaginación es una lectura imperdible para los lectores de minificción. ¿Cómo fue que se gestó?
AQ: Fue el producto natural de su actividad como divulgador del género cuentístico. No hay que pasar por alto que en esta tarea Edmundo no tenía ayudantes o equipos de trabajo (ni en su trabajo como periodista literario): todos los cuentos publicados en la revista fueron recopilados por él; algunos se los referían otros lectores, otros los descubría por sus propias lecturas o por noticias que le llegaban, de tal suerte que en un momento de su vida tuvo dentro de sí un reservorio de textos que naturalmente se vertió en El libro de la imaginación.
IM: ¿Cómo ve Adriana Quiroz el panorama actual de la minificción? ¿Qué pensaría el maestro?
AQ: Lo que él pensaba del género está en su obra. Hay una biografía escrita por Miguel Ángel Sánchez de Armas, En estado de gracia, en donde Edmundo se refiere en detalle al género y que desde luego representa una visión demasiado extensa, profunda y, diría metafóricamente, agitada, como para ser referida en el espacio de una entrevista, aunque no es muy riesgoso apuntar que sin duda Edmundo se hubiera fascinado con las posibilidades actuales de explorar otras literaturas a través de los nuevos medios. Recuerdo que una de sus metáforas favoritas para referirse al métier del escritor era que éste es un gambusino que va cavando con intensa energía –pero a la vez con armonía y ritmo- para descubrir las vetas literarias. Yo me atengo a ese pensamiento.
IM: Las siguientes serán preguntas dobles, una para Adriana y la otra para el maestro Valadés. ¿Qué le apasiona a Adriana? ¿Qué le apasionaba a Edmundo Valadés?
Un libro: En busca del tiempo perdido.
Una película: Casablanca.
Una canción: La barca de Guaymas.
Una comida: Carne de Sonora.
Una ciudad: Buenos Aires.
Una confesión: No haber escrito más libros.
Un amor platónico: Madame Bovary.
Un epitafio: En estado de gracia.
Un deseo: Una novela.