La mano izquierda

Ayer me levanté temprano. Sabes que ni siquiera pude dormir bien. Quise ver el reloj. Creo que eran las cinco. Desayuné. Después de todo, eso nada tiene que ver con el Concierto Pianoforte de Beethoven o con el Dueto de la Creación de Haydn.

Mi perro, tu los conoces muy bien, casi chocaba su aliento con el mío. El tiempo avanzaba. Sabes lo que le temo a eso y mi cuerpo lo sintió.

Estaba solo. Vinculado a la vida del perro. Él quiso olvidarme. No lo hizo. El piano negro se lo impidió. Sentí deseos de tocarlo…

Sabes lo mal que me siento cuando toco ante el público. Recuerdo que hubiera sido mejor dedicarme a la composición o a la armonía. Pero el público me emocionaba. Mi madre dice que soy sensible. Solamente recuerda el día en que ingresé al conservatorio: Eugenio Morán… extraña capacidad (y luego, más adelante) genio musical.

Traté de mirar al piano todo el tiempo. Casi podía oír ¡qué extraño! La Sinfonía Patética. Era un sonido soberbio. Y pensé: así tocaré esta noche…

Bajé la cabeza y vi mis brazos apoyados en las piernas. Los levanté un poco. Mi mano derecha quedó colgando en el vacío. Miré la mano izquierda. ¿Sabes?, casi había llegado a olvidar que me la habían amputado.

Rosa Laura Montoya
No. 73, Julio-Septiembre 1976
Tomo XI – Año XII
Pág. 789