Y después del amor…

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Allí estaba ella, esperándolo.

Encontró la puerta abierta y entró sin temores. La tarde era deliciosa y se antojaba una botella de buen vino blanco francés, con sabor seco y excitante.

La música de una banda, caracterizada por el agradable sonido de los metales, llenaba suavemente el romántico ambiente de aquel encuentro.

Ella se encontraba colocada en el lugar que a él más le gustaba; la iluminación tenue de un sol que estaba a punto de ocultarse hacía resaltar más aquellas facciones con rasgos orientales que él deseaba acariciar.

La abrazó fuertemente para que sintiera la intensidad de su deseo; después, con gran delicadeza, le acarició lentamente los cabellos castaño claro, que era su color de pelo favorito, y quizás por eso la había escogido.

El cuello era largo, delgado, apetitoso, y no perdió la oportunidad de besarlo, dándole pequeños mordiscos que le provocaban estremecimientos casi orgásmicos.

Sus manos comenzaron a moverse lentamente por aquel cuerpo que rechinaba al paso de sus sensuales roces.

Los senos estaban erectos y llamativos, de tamaño casi perfecto, a no ser por lo pequeño de los pezones.

El vientre liso, sin grase ni arrugas. En ese momento recordó a su regordeta mujer, y la gran diferencia evitó que siguiera pensando.

La respiración se le fue haciendo cada vez más agitada y las caricias le brotaban espontáneas.

Se la restregó por todo el cuerpo, utilizó uñas, dedos, dientes, lengua, y todo lo que pudiera ser utilizable en ese momento de pasión  y entrega.

Temblada de ardores, y ella lo esperaba con las piernas entreabiertas.

Estaba a su disposición. La espera había llegado a su fin y el ansia lo invadía; la embistió sin compasión y un fuerte tronido le dejó chillando los oídos.

En el piso de la habitación, y como recuerdo de aquel encuentro, quedó pegada una pequeña etiqueta anaranjada que decía: “SPECIAL OFFERT: TWENTY DOLLARS. MADE IN TAIWAN”.

Cayetano Lucero
No. 133, Abril-diciembre 1996
Tomo XXVIII – Año XXXII
Pág. 54