No nos enseñaban todas las cosas porque podían hacernos daño solamente nos decían aquello que debía guarecernos del penetrante frío de una cárcel o del fingido calor de una prostituta sin pensar que sin ella tendríamos que amanecer con nuestro vicio solitario recitando las lecciones que sobre moral aprendíamos mientras pasábamos por debajo del pupitre la última pornografía callejera o mirábamos a través del hueco de la cerradura a la mucama que se desvestía aligerando el tamaño de los senos de los pedazos de toilette que contenían al tiempo que leía en el periódico de la semana anterior el asesinato de un estudiante por la policía sin que nuestros ojos pudieran descansar cuando su regordete cuerpo nos mostraba lo que la naturaleza le había donado con prodigalidad hasta que la destemplada voz del discípulo de santo Tomás nos despertaba para hacernos formar en fila y escuchar después de la bendición las palabras que cada semana repetía antes de salir del colegio a pasear loma arriba repartiendo los mercados que evitarían que la chusma se levantara como en aquel abril en que incendiara inmisericordemente los gobelinos persas de la rectoría y robara las medallas que acreditaban al equipo de golf del colegio como el mejor de la capital durante nueve años consecutivos.
Luis Darío Bernal Pinilla
No. 68, Enero-Marzo 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 207