El avión de pasajeros cayó con varios de mis familiares. En las investigaciones federales hechas primero, se declaró al siniestro como un acto de terrorismo realizado con una bomba de tiempo puesta en el compartimento de equipaje. Sin embargo, el hecho de tener una serie de pólizas de seguro a mi favor me convirtió en sospechoso. Ante tan monstruosa acusación me defendí con todas mis fuerzas, pero al no dar con el terrorista fue imposible alejar de mí la sombra de culpabilidad. Después, repasando los hechos tuve que admitir mi ocasional complacencia de que hubieran sucedido de esa manera. Luego la Compañía de Seguros acumuló increíble número de pruebas en mi contra para no pagar la inmensa cantidad que me adeudaban, hasta lograr que me declararan culpable del múltiple asesinato. Mi abogado defensor supuso que el mejor recurso era presentar un certificado médico de absoluta locura. Hoy no estoy seguro de haber sido acompañante de mi familia en el fatídico vuelo, y condenado por algo que deseé alguna vez pero que nunca hice, o por algo que hice pero en realidad me repugnaba.
Manuel Navarrete
No. 53, Mayo-Junio 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 94