Como puta vieja añoras tu juventud y repites anécdotas, pero sabes que nadie cree en ti, ni tú misma. Sigues siendo codiciosa y despiadada: aún representas peligro: todavía son buenos tu puntería y tu caballo y puedes pagarte todo, incluso gigolós. En la cima de tu historia fuiste generosa tras ser bien pagada, y bastante hábil para salvas las apariencias, tanto, que mi padre creía en ti, que eras el camino seguro. Cuando renegaste de tu principio se supo engañado y sin salida, y se volvió silencioso. Cuando yo te escupí la cara, tuvo miedo. Permitió el exabrupto, jamás la acción. Me volví clandestina; algo se había agrietado para siempre. Ya no te llamabas esperanza, ni futuro. Él alcanzó a oler tu descomposición. Estuvo en tu subasta: a cuánto el camión de arena movediza, y hubo otra quebradura. Ahora ya no hacen falta permisos. Sus hijos te miramos de frente. Conocemos tus más recientes zarpazos, penosos esfuerzos para ponerte de pie, avanzar de nuevo. Y sus hijos, los que nunca fueron tuyos, te preguntamos cómo va tu oficio, buscona, y no te perdonamos.
Elena Milán
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 19