Al bajarse del coche algo se bajó con ella y rodó debajo.
—¿Qué es? —preguntó él.
—Un botón…
Sintió un escalofrío, por su mente desfiló la hilera de botones azules del vestido de su secretaria. Reaccionó de inmediato:
—Ha de ser tuyo, vidita…
—Desde luego… ¿De quién más podría ser?
Estiró la mano para poner en marcha el motor.
Ella abrió su bolso y guardó el botón nacarado de una camisa de hombre.
Porfirio López Saldaña
No. 40, Enero-Febrero 1970
Tomo VII – Año V
Pág. 192