El dictador escrutaba cada mañana aquel rostro en el fondo del espejo. No reconocía la mandíbula suelta, los dientes amarillos retorcidos, el bigote sucio que brotaba abundantemente de las fosas nasales, los ojos de cera fría, sin chispa. Aquellas arrugas cada día más numerosas no eran suyas, pertenecían al rostro del espejo. Cada día el dictador se volvía cabizbajo. Y el rostro del espejo le sacaba la lengua divertido.
Alfonso Gamucio Dagron
No. 89, Enero-Febrero 1984
Tomo XIV – Año XIV
Pág. 199