In memoriam

Cincuenta años atrás había muerto el héroe. Se organizaron carretadas de festividades para homenajearlo y se inauguró un museo con toda suerte de reliquias: un cobertor agujereado, un apéndice intestinal en baño de alcohol, una hoja de rasurar ennegrecida y, entre otras muchas cosas, un viejito todo arrugado que mostraba —de 10 a 12.30— la mano que le había mordido el héroe durante una disputa de principios. Cuando los miles de curiosos abandonaron el museo al caer la tarde, sólo permaneció una señora de edad con aire raquítico, que buscaba algún objeto valioso de su padre para poder seguir subsistiendo.

David Cruz Martínez
No. 53, Mayo-Junio 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 84

Cuando los hijos se van

Al cumplir Billy los diez, le regalé un magnífico trenecito con todo el equipo completo y tan exacto como los trenes de verdad, con guardarrieles, cambios de vía, coches cama y hasta boletero. Pero Billy creció y creció y creció, por eso hace treinta años que juego solito, señor…

David Cruz Martínez
No. 53, Mayo-Junio 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 62

Avecillas en problemas

No es que Felipe fuera un muchacho malvado pero es que El Gordo le había asegurado que matar pájaros a tiro de resortera no tenía igual como diversión… ah! El Gordo era un experto conocedor de los placeres de la vida. Pero el día que Felipe se procuró semejante entretenimiento por primera vez, la imagen del pajarillo muerto y sangrante le provocó más bien náuseas y vagamente recordaba haber lloriqueado. Así que la pandilla lo tildó de mariquita. El Gordo no dejaba de ufanarse enumerando la multitud de avechuchos muertos con sus certeros resorterazos. Y Felipe seguía siendo la mariquita de la pandilla. Hasta que tuvo una corazonada: nunca había presenciado la maestría del Gordo en el asunto y allí estaba posado en el suelo un regordete y distraído pajarillo; Felipe tomó su reportera y se la dio al Gordo… y hasta ahora El Gordo no ha sabido, como nunca supo, maniobrar una resortera.

David Cruz Martínez
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 650

El crítico

Se encontraba husmeando en la biblioteca. Se detuvo frente a un estante del cual tomó un libro encuadernado en azul. Era una novela. Comenzó a leerla con interés y al llegar a la cuarta página exclamó: “¡Puah! ¡qué porquería!” y destrozó el libro haciéndolo confetti.

Se metió a curiosear en una galería. Se detuvo frente a un cuadro de Kandisnky y tras un minuto de observación gruñó: “¡Puah! ¡qué porquería!” trazando sobre el cuadro una X con su navaja alemana.
Penetró en un teatro. Daban un concierto de piano. Escuchó atentamente al ejecutante y al poco exclamó “¡Puah! ¡qué porquería!” al tiempo que subía al escenario y dañaba el instrumento a golpes de bastón.

Entró a su casa. Se detuvo frente a un espejo. Observó detenidamente la imagen reflejada; al poco tiempo gruñó: “¡Puah! ¡que porquería!”… y se dio un tiro.

David Cruz Martínez
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 656