Cincuenta años atrás había muerto el héroe. Se organizaron carretadas de festividades para homenajearlo y se inauguró un museo con toda suerte de reliquias: un cobertor agujereado, un apéndice intestinal en baño de alcohol, una hoja de rasurar ennegrecida y, entre otras muchas cosas, un viejito todo arrugado que mostraba —de 10 a 12.30— la mano que le había mordido el héroe durante una disputa de principios. Cuando los miles de curiosos abandonaron el museo al caer la tarde, sólo permaneció una señora de edad con aire raquítico, que buscaba algún objeto valioso de su padre para poder seguir subsistiendo.
David Cruz Martínez
No. 53, Mayo-Junio 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 84