Arthur Rimbaud

Arthur Rimbaud

Arthur Rimbaud

(Charleville, Francia, 1854-Marsella, id., 1891)

Poeta francés. Sus padres se separaron en 1860, y fue educado por su madre, una mujer autoritaria. Destacó pronto en el colegio de Charleville por su precocidad. En septiembre de 1870 se fugó de casa por vez primera y fue detenido por los soldados prusianos en una estación de París.

Su profesor, Georges Izambard, lo salvó de la cárcel, pero al mes siguiente intentó de nuevo la fuga, esta vez dirigiéndose hacia la región del Norte. Después de trasladarse a Bélgica, quiso emprender carrera como periodista en la ciudad de Charleroi. Entre las dos fugas, había empezado a escribir un libro destinado a Paul Demeny, pariente de su profesor y poeta reconocido en París.

Cuando regresó a Charleville, en el invierno de 1870-1871, su colegio había sido convertido en hospital militar. Huyó a París en febrero y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía decretada por el gobierno de Versalles. Volvió con su familia en marzo, en plena Comuna, y publicó la famosa Carta del vidente. Auténtico credo estético, la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».

Verlaine, a quien había enviado algunos poemas, le invitó a París. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su anfitrión. En París, se integró enseguida en el círculo literario del club zutista y escribió el Album zutique.

Tras una breve estancia en Charleville, donde compuso algunos poemas sencillos, más o menos místicos, nació una tormentosa relación amorosa con Verlaine, que empezó en el Barrio Latino de París, en mayo de 1872. Tras abandonar a su esposa, Mathilde, Verlaine se instaló con él en Bruselas y más tarde en Londres, para experimentar lo que, según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.

En contacto con los partidarios exiliados de la Comuna, sus vidas se volvieron cada vez más caóticas, a medida que uno y otro cultivaban las excentricidades de todo tipo. En julio de 1873, Verlaine, el «desgraciado hermano» de Rimbaud, huyó a Bruselas; pretendía enrolarse con los carlistas, o suicidarse. Llamó a Rimbaud, éste acudió a su lado y volvieron las disputas. Verlaine, un carácter depresivo, sospechando que iba a ser abandonado pronto, disparó a Rimbaud y lo hirió, por lo que fue arrestado y encarcelado.

Mientras se recuperaba en sus Ardenas natales, Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una estancia en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida (Rimbaud dejó una copia en la prisión, para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos). Regresó a Londres, acompañado por Germain Nouveau, en 1874, y escribió su última obra, Las iluminaciones, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. A los veinte años, abandonó la literatura.

La segunda parte de su vida fue una especie de caos aventurero. Empezó como preceptor en Stuttgart, se alistó (y desertó luego) en el ejército colonial holandés y viajó en dos ocasiones a Chipre (1879 y 1880). Después de distintas escalas en el Mar Rojo, se instaló en Adén y más tarde en Harar (Etiopía). Se dedicó al comercio de marfil, café, oro o cualquier producto que consiguiera por el trueque de alguna mercancía europea; también envió informes a la Sociedad Francesa de Geografía. En 1885 volvió a Adén y vendió armas. Atravesó el desierto de Danakil y se tomó un tiempo de descanso en Egipto. Por último regresó a Harar, donde prosperaban sus negocios. En 1891, aquejado de fuertes dolores en la pierna derecha, volvió a Francia, donde le fue amputada y murió poco después en un hospital de Marsella[1].

Recuerdo

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Es ciertamente el mismo campo. La misma casa rústica de mis padres: la misma sala decorada con agrietadas escenas pastoriles, con armas y leones. En el comedor hay artesonados antiguos. La mesa es muy grande. Las sirvientas eran varias, por eso las recuerdo. Estaba allí uno de mis antiguos amigos, ahora sacerdote. Recuerdo su habitación purpúrea, con vidrios empapelados de amarillo y libros escondidos que fueron remojados en el océano.

Me hallaba abandonado en esa casa de campo sin fin; leyendo en la cocina, secando el barro de mis ropas ante los huéspedes y durante las charlas en la sala: conmovido hasta la muerte por el murmullo de la leche matinal y el de la noche del último siglo.

¿Qué hacía en una habitación tan obscura? Una de las sirvientas vino hacia mí; puedo decir que era como un perrito, aunque fuese hermosa y de una innegable nobleza maternal: pura, encantadora. Me pellizcó el brazo.

No recuerdo muy bien su figura; tampoco puedo acordarme de su brazo, cuya piel hice rodar entre mis dedos, ni de su boca, que la mía cubrió como una pequeña ola desesperada. En un rincón oscuro, la derribé sobre un canasto de colchonetas y telas de navío. Sólo conservo el recuerdo de su calzón con encajes blancos.

Luego, ¡oh desesperación!, la pared se transformó vagamente en una sombra de árboles y me abismé en la amorosa tristeza de la noche.

Arthur Rimbaud
No. 58, Abril-Mayo 1973
Tomo IX – Año X
Pág. 685