Autor leído

De cuando en cuando releía mis truculencias y en alguna forma los personajes cobraban un sentido diferente al que originalmente les había endilgado. Después en cuando, las palabras me sonaban diferentes y hasta ajenas, y llegué a convencerme que estaban siendo devueltas con rebeldía y añadida venganza. Lo definitivo fue hoy mismo y para siempre, cuando al abrir alguno de mis libros, un gruñido metálico de la puerta oxidada me negó la esperanza de seguir engañándome por más tiempo. Sentí un calosfrío de príncipe hecho rey en el preciso momento de la coronación.

La puerta se cerró sin posibilidad alguna de regreso y lentamente, sin esfuerzo cierto, empecé a divagar en un monólogo que alguien con seguridad estaría leyendo.

Miguel Flores Ramírez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 795

Mi sentimiento

Subo al camión y cambio con el conductor los convencionales trozos de cobre por un pedazo de papel. Miro hacia el fondo del autobús, busco ansiosamente ojos, bocas o sonrisas conocidos; inútil, sólo asientos vacíos. Por las ventanas veo que van quedando atrás las calles y las casas. Me siento.

Pensando en el tiempo de camino por recorrer, una moneda en el piso se encuentra con mis ojos. Penacho y hombre aztecas permanecen fijos en el sol blanco, en mis retinas. Transcurren los minutos, suben más pasajeros. La marcha de plata-níquel aún está ahí, junto: al zapato negro, al joven de pantalón listado y dueño de largos cabellos y de un rostro femenino-niño.

Desde el círculo, el indio pálido se burla de mis ganas de esconderlo en mi bolsillo, de guardarlo para comprar un refresco o, para pagar el pasaje de regreso o… simplemente guardarlo. Pero, por el hecho de que no está junto a mí, me imposibilita hacerlo.

¡Joven… hey… joven! Recoja su tostón.

Voz y mirada de mujer que reprimen una envidia, quizá igual o más que la que estoy sintiendo.

El aludido, el joven de camisa amarilla y de grandes patillas, con movimientos mecánicos, se inclina y levanta la moneda sin dueño. Ademanes de indiferencia que hieren el gusano de palabras masculladas interiormente, “noesamonedanoestuyayolavíprimero”. Gusano que brinca y se retuerce dentro de mi cuerpo.

Cuando el sol blanco del hombre y penacho aztecas, ahora con dueño, desaparece ante la tela listada, mis ojos miran, sin ver, los coches que pasan al lado del autobús. Entonces pienso: “Ni modo”.

Ernesto Cervantes Martínez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 794

Abismo


“Vuelvo a casa de una fiesta que la señora de Almonte dio en su residencia de San Ángel, con la cabeza ardiendo y el alma trepidante. Entre el vaivén de la multitud que llenaba los salones, se abrió ante mí un abismo verde como el verde de algunos prados, profundo como el mar: los ojos de una mujer. Yo caí en ese abismo, instantáneamente, como el hombre que cae de una alta roca y se precipita en el océano. Atracción extraña, irresistible…”

Diario del Dr. Atl
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 792

Pócima feliz


TOKIO, 17 de junio. (A.F.P.). —Hueso de tigre, ciruelas chinas ahumadas, jarabe de crisantemo y una lágrima de esencia de cuerno de ciervo ruso, componen la mixtura servida en un salón de té de Tokio a los hombres que buscan un tónico eficaz.

El coctel es servido tarde por la noche o de mañana temprano, a fin de procurar alivio a las difíciles “crudas”.

Los paladares más delicados completan la infusión con una ración de “hormonas fritas” que sirve un restaurante vecino.

Cable de France Presse
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 780

Ruptura


Ruido de rotas vísceras de alambre, ruido de tiempo atrás, ruido de espanto. Ruido de paso perdido, de cosa que rodó. Ruido atroz, de repente, riguroso, ríspido. Ruido de corrosión, de rechinar, de raerse. Ruido de caer, de romperse, de desgarrarse, rugiendo, rebotando. Ruido roedor, rabioso, revulsivo. Ruido de corrupción, de repulsión. Ruido drástico, real. Ruido que rompe.

Rodolfo Alonso
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 770

En la madrugada

Mi amiga y yo, tomadas de la mano, caminamos por el bosque de Chapultepec. Algunos cisnes salen a la orilla del lago y agitan sus alas; los animales del zoológico rugen, braman, los transeúntes se esconden detrás de los troncos de los árboles, ponen atento el oído y estiran la mirada…

De pronto, nos encontramos en una iglesia. Ella hace preguntas a las personas y apunta sus respuestas en una libreta. Después salimos apresuradamente y tratamos de abordar un taxi. Le hacemos la parada, no pone atención, sigue de frente, lo mismo hace otro y otro, ¡por fin…!

Llegamos al café. Esta repleto de gente bohemia y a media luz. De una mesa surge una persona  que nos conduce al grupo que pertenecemos; en él hay gran animación por la fiesta que organiza el Centro de Escritores, con motivo de las becas anuales que otorga; y se habla de concurrir al evento. ¡Qué alegría! Yo pienso que iré con mi amiga, ella siempre pasa por mí y la acompaño a hacer parte de su trabajo, y hasta proyectamos irnos a un país lejano, pero que nuestras casas no nos comprenden.

Entre tanto ella habla al oído de D. H., ríen, después se pasan el secreto unos a otros y mes señalan con el dedo; ella grita: “Tu no irás, no te voy a llevar”. Todos se levantan, giran en mi derredor dando saltos a la vez que dicen en coro: —Tu amiga no te llevará, no te llevará, ja, ja, ja…!

Me siento angustiada, no comprendo, huyo, corro entre la lluvia y jadeante penetro al elevador de la Opic…

Me sorprende su llegada… observo que está disfrazada… no, es que se ha quitado la máscara, ahora la coloca en un rincón… la puerta de del elevador se cierra… de pronto sus manos como garfios, aprietan mi cuello, se incrustan en mis venas… pero no siento dolor físico… Ella sigue monstruosa, atacándome…!

Blanca de León
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 759

Monstruo 1970


SANTANDER, España, marzo 20.—Un monstruo mitad reptil, mitad búfalo aterroriza la región en Valdicio, pueblecito a 50 kilómetros de Santander, lanzando silbidos y gemidos durante la noche, se comenta en la provincia.

Un vaquero de la región quien asegura vio al monstruo, dice que es un reptil gigante que durante la noche se lanza desde el acantilado a un lago próximo, yendo después del baño a una gruta situada en la llamada Peña de las Espinas.

La gruta que habita el monstruo tiene su historia: Después de la guerra civil un combatiente republicano se refugió en la montaña con varios compañeros.

Este guerrillero, conocido por “El Cariñoso”, fue muerto por la policía en las calles de Santander. La epopeya del “Cariñoso” mezclada a diversas hazañas fue mejor tradición de los bandidos andaluces del siglo XIX, entró en el folklore popular y la gruta que ahora abriga al monstruo es la misma en la que “El Cariñoso” se refugiaba en la montaña.

Aunque la gente seria piensa que toda la historia del monstruo se una leyenda, la gente de Valdicio y de San Roque vive aterrorizada.

Cable de France Presse
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 757

Cochinillos


Es curioso… pero hoy me han parecido las cochinillas que surcaban la tierra del jardín ¡Tanques de guerra!… Sí. Tanques de guerra.

Tal vez el hombre se inspiró en ellas, así como los aviones nacieron de su observación por los pájaros; de su ansia de volar… Así su ansia de matar.

Las cochinillas son negras, metálicas, majestuosas… y se arrastran lentamente, derribando a su paso las hojitas secas y las piedrecitas del camino… se meten por las hendiduras de la tierra… salen y siguen su camino, lentamente, implacablemente buscando su alimento… huyen del calor del sol y de la luz… buscan la sombra y la humedad.

Así los tanques se arrastran por la tierra buscando su alimento: diminutos seres vivientes que se llaman Hombres… También ellos huyen del sol y de la luz… buscando la sangre húmeda y la sombra de la muerte.

Julia Crespo
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 753

Vathek


Vathek, noveno Califa de la estirpe de los Abásidas, hijo de Motassem y nietoo de Haroún Al-Richid, subió al trono en la flor de la edad. Las considerables cualidades que ya entonces poseía hacían esperar a sus súbditos un reinado largo y feliz. Su aspecto era agradable y majestuoso; más cuando montaba en cólera uno de sus ojos se volvía tan terrible que no podían soportarse sus miradas: el desdichado sobre quien lo fijaba caía de espaldas y a veces expiraba al momento. Así que, temeroso de despoblar sus estados y convertir en desierto su palacio, el príncipe se encolerizaba sólo muy de tarde en tarde.

Era muy dado a las mujeres y a los placeres de la mesa. De generosidad sin límites y libertinaje sin moderación. No creía, como Omar Ben Abdalaziz, que fuera preciso hacerse un infierno de este mundo para ganar en el otro un paraíso.

William Beckford of Fonthill
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 751

Espejos

Hace años me encontré, de pronto, en el extremo de un salón de los espejos. Enfrente de mí, en el otro cabo, estaba yo mismo, en actitud como de esperarme.

Bastaba cruzar la sala para juntarme conmigo. Comencé a caminar… más noté que al mismo tiempo que me acercaba, me alejaba yo de mí mismo. Tuve que detener la marcha, para no distanciarme demasiado.

Todavía sigo caminando, acercándome y alejándome a la vez. Y no puedo llegar a mi propio encuentro, por el temor de perderme.

José Vizcaíno Pérez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 750

La vuelta

Ahora nuevamente parece como si nunca hubiera salido de este pueblo, la calle principal a la derecha de la carretera sigue igual, es de asfalto como de asfalto era hace veinte años y las casas de quincha, con sus ventanas altas y pequeñas, casi siempre cerradas, las dos hileras de casas blancas a los lados de la calle, limpio, todo limpio y tranquilo, la gente mansa como las nubes que empuja velozmente al viento de verano.

“Te asfixiará”, me dijo Carlos cuando le conté mi intención de regresar.

Es cierto.

He deambulado por las calles, he conversado con amigos —de mis camaradas hay muy pocos, todos se han ido a la ciudad— he andado y andado, la gente sigue igual de amable, de cordial, de apagada, de cansada.

“¿Por qué?”, pregunté a Carlos, “¡es mi pueblo!” “También el mío”, me contestó, “¿y eso que?”. Me dio asco. Confieso que me dio asco mi amigo querido, mi amigo del alma que así tan despectivamente trataba a nuestro pueblo, que sin ningún rubor lo había abandonado para siempre y se dedicaba a vivir cómodamente en la ciudad, en su casa de tres recámaras y estudio y una mujer sofisticada y una empleada y un carro —yo también tendría uno— y me miraba como si fuera yo un huérfano y necesitara urgentemente que me mimaran y me orientaran y no un hombre hecho y derecho que me había quemado las pestañas y me había aguantado mis hambres y mis privaciones y no me había casado con Chabela porque no quiso acompañarme de vuelta —le prometí que regresaría a buscarla— y me había dado asco ser su amigo y lo quería y no sabía que estaba pensando conmigo porque sentía que además lo estaba odiando por cobarde, por huevón y porque habíamos decidido años antes que regresaríamos todos a trabajar y educar a la gente —“todo es cuestión de educación” repetíamos a coro— y a tratar de cambiar al pueblo y tener nuestros hijos, muchos hijos, y era cosa de tiempo nada más, mucho tiempo, sí, pero teníamos mucho por delante y el mundo era una cadena y haríamos nuestra parte y la gente tendría que aceptarnos y aceptar las cosas que queríamos cambiar como eso de que no hubiera comida porque la gente no sembraba porque no tenía donde y no había cómo comprar terreno porque todos tenían dueños y bien sabíamos nosotros quiénes eran los “dueños” y cada cuatro años veíamos venirse la avalancha de candidatos como moscas a la miel y sentíamos que nos ardía la sangre debajo del cuero y hasta una vez tuvimos una célula y boicoteaos las elecciones y nos metieron a algunos presos porque siempre hay algún hablador y se supo que éramos “extremistas” y “anti-patriotas” y no se cuantas cosas más, y estoy llorando, sí, porque qué coño voy a hacer ahora en este pueblo si no hay nadie, si todos se fueron y yo también me voy, ¡si todo sigue igual!

Bertalicia Peralta
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 748

El gobierno perfecto

Nuestro gobernante —hermoso, prudente y sabio—, inveterado entusiasta en la solución de todos los problemas, alivió nuestra preocupación cuando aceptó terminar con la pública amenaza que constituía el gran hoyo que se había formado en el centro de la ciudad.

Al día siguiente de nuestra visita, un valeroso grupo de trabajadores especializados inició la tarea de cavar un hoyo vecino de las mismas dimensiones, cubriendo con la tierra que sacaban, la oquedad del ya existente.

Mil novecientos setenta veces realizaron la misma operación, logrando con tan sutil procedimiento sacar el hoyo de la ciudad, el cual fue depositado en este profundo remanso del río, mismo en el cual encuentran pasajera tranquilidad nuestras vírgenes insomnes.

Roberto Bañuelas
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 736

Mi reloj

Mandé quitar el segundero a mi reloj, no porque estuviera mal sincronizado ni por su aspecto antiestético, sino porque a cada impulso de su movimiento me hacía sentir un fuerte golpe por la espalda que me acercaba lentamente al borde del abismo.

Poco tiempo después tuve que eliminar el minutero; sus golpes, aunque se sucedían a intervalos mayores, eran más fuertes e inquietantes.

Fue muy fácil para mí desprender la manecilla que marca las horas, de un tirón la arranqué de su sitio. Durante el día su empuje era soportable, pero durante la noche la potencia de sus golpes me despertaba súbitamente cuando mi sueño era más profundo.

Ahora me siento feliz con mi reloj sin manecillas, si bien, el principio al que estoy destinado lo veo ya muy cercano, por lo menos llegaré a él tranquilamente, sin tener que soportar esos molestos golpes y empujones.

Efraín Boeta Saldierna
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 735

Resquicio

Alcira me dijo ayer que nada es trágico en la vida y que todo son suposiciones mías. Y, bueno, yo como siempre, por ese no querer contradecirle o molestarla le contesté que sí claro amor, son ideas mías; después que me hablas, pues, me parece que pienso como un tonto.

Sin embargo desde aquí se me hace que siempre ha habido algo de verdad en lo que pienso y olfateo. Y me digo: necio de ti, confiado de ti. Pero creo en mi mujer. ¡Vaya sí creo! En fin, no se Alcira. Esta tarde no sé por qué, lo que leímos en ese cuarto clandestino tiene otra sombra como de distancias quebradas cuando me encuentro frente a estos cuatro ojos embriagados que sostienen dos frágiles pistolas ante mi cabeza erguida.

Y claro que recuerdo, pero no lo que quieren sacarme patada tras patada. Por que ¿quién dijo que debíamos hacerlo, aunque estés en esa oscura habitación de al lado con los senos como carbones encendidos, y yo aquí con este boquete entre los ojos por donde ya ni siento que se deja colgar la vida?

Ramón Oviero
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 733

Felicidad

—Me han dicho que tú eres un hombre…
—Sí.
—Un hombre normal, común y corriente, igual a todos los demás…
—Sí.
—Y que, además, has encontrado el secreto de la felicidad…
—Sí.
—Y que eres capaz de compartir ese secreto con todos tus semejantes…
—Sí.
—¿Conmigo, por ejemplo?…
—Sí.
—Dímelo…
—Hablo poco y jamás contradigo.
—¿Es todo?…
—Sí.
—Oye, ¡pero eso no es posible!…
—No.

José Vizcaíno Pérez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 728

Los rostros

Quizás si su mano no hubiera empujado la puerta, ahora no tendría que empezar de nuevo con todo, la conversación diaria, los mismos rostros cotidianos, el sonido de los cubiertos y sobre todo las voces haciéndole la comida insoportable.

Probó el pescado y estaba amargo, probó el arroz y también estaba amargo, la sopa, el dulce… Todo estaba amargo. Miró a su alrededor. Los rostros también estaban amargos. Empezó a reírse a carcajadas, mientras preguntaba: ¿No será que todos estamos empezando a podrirnos?

Lucio Estévez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 727

La parada

¿No eran éstos los mismos gorriones que piaban el día anterior, el año anterior, el siglo anterior y aún cuando el mundo no había tenido noción de existencia?

¿Acaso ese piar existiría después de su muerte? Se tapó los oídos y corrió por la calle dando alaridos. Las gentes agrupadas en la parada no pudieron evitar mirar horrorizados el ómnibus que se acercaba velozmente por el lado contrario…

Lucio Estévez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 727

El hoyo

Los cuerpos desnudos entraban poco a poco pero en una fila continua, rítmica, en horribles movimientos de cámara lenta, larga e interminable, en aquel hoyo negro, para perder sus nombres en fríos libros de historia y pasar a ser una cifra terriblemente sola, guardada en los negros archivos de la guerra.

Lucio Estévez
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 727