María Luisa Erreguerena

María Luisa Erreguerena

¿Tienen las personas, siquiera, un poco de alma? Tal vez sí, pero María Luisa Erreguerena suele presentar en sus cuentos a más de un desalmado. Tal vez por haber nacido en México, una ciudad “de altura”, nos presenta a ángeles caídos por descuido o borrachera, a demonios amistosos, a dioses nostálgicos. En sus libros de cuentos: Un día dios se metió en mi cama, Nuevos vientos, Lo que fue de mí, El secreto de Sofía, El huerto de Jazmín, La contadora de cuentos, Las sirenas de San Juan, y en el presente volumen, nos invita a dar un paseo por un jardín luminoso que tiene algo de lado oscuro de la luna[1].

 

Prostituta y ladrón que a todos ven de su condición

Mi padre fue ladrón y mi madre prostituta. Profesiones, por lo demás, bastante respetadas entre mis compatriotas. Se conocieron en algún puerto donde mi padre vendía no sé qué de chácaharas alegando sus poderes mágicos. Mi madre se enamoró del él presintiendo a un próspero comerciante. Se casaron; contaban que en un día muy lindo. Mi madre vestía de blanco y lloraba de alegría. Mi padre serio y de negro, calculaba el costo de lo que estaba haciendo; dividió 14600 noches que tendrían los cuarenta años que, calculó, dormiría con mi mamá. El precio le pareció bien. Mi madre no disfrutó ni mucho ni poco la primera noche de su prostitución.

Los años siguientes no fueron diferentes a los años de antes. Mi padre se quejaba de que la gente no compraba por la época difícil, pero nunca se le debe creer a un ladrón. Se hizo rico. Mi madre alardeó siempre de una vida de castidad pero tampoco se le debe dar crédito a una prostituta.

Con frecuencia había invitados en la casa: ladrones, mentirosos de profesión y contadores de historias verdaderas. Recuerdo a don Joaquín: borracho, homosexual y poeta. A Pedro Ángel: chulo misógino y seductor. Conocí ahí a Francisco, por oposición, joven, honrado, y silencioso. Decidimos fugarnos.

Cuando nos fuimos se dieron cuenta que estábamos locos.

María Luisa Erreguerena
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 381